jueves, 30 de diciembre de 2010

No return beyond this point


 “¿Qué es ese Ojo que me observa desde aquel muro? Lo vi también en aquella farola, y en la puerta del Bar Calavera. Marché entonces hacia el campo, pero la mueca de un espantapájaros me mostró que no había vuelta atrás, y volví aquí atemorizado.”

“Pero en realidad, no sé si es que he vuelto aquí atemorizado o que marché a otra ciudad, pues ninguna casa me parece la misma y no encuentro sosiego allá donde vaya, he sido despertado por poderes extraños, y en la duermevela, me pregunto cuándo vendrán los dioses a por mi alma errante.”

martes, 28 de diciembre de 2010

Propósito de enmienda

¡Se acabaron los giros de trama inesperada! ¡El Cadalso ofrecerá este mes, (al menos de la mano del que escribe) los relatos con menos giros de trama de la historia! Relatos que no resultan predecibles de lo predecibles que resultan, porque sé que vosotros también estáis hartos del mismo esquema de relato que es el que sigue:

-Descripción de situación o de personaje(parte extendible)
-Vuelca de tuerca(parte prescindible)
-Giro de trama, ahora la situación no parece lo que era, fin.

Que no, ¡que era broma!

viernes, 24 de diciembre de 2010

Copiosa cena

Hoy vamos a cenar posturas, de nuestra tierra, porque aquí fomentamos el producto nacional.



De entrantes, vamos a cenar la postura de los de derechas, es que teníamos mucha hambre y lo siento, tanta sangre y tanto toro muerto nos abrió el apetito. Comed a manos llenas, hemos venido muchos pero creo que caben a todos, cuidado, que los hay que están muy frescos y aún pueden pegaros algún que otro mordisquito.

Para entrar en calor, ¿qué tal les va una sopa de centro-izquierda-derecha? Es un poco de todo, los iba a poner con huevos y con talante, pero creo que les va a gustar tanto que se van a rechupetear los dedos. Estos se comen con cuchara, la primera es para ellos, sí, sí, una de las muchas. A veces hay tropezones de ojo avispado, es que ellos mismos se encargan de sus extremistas, para poder adaptarse.

Caray, ¿ya han terminado? No me ha dado tiempo ni a prepararles el segundo plato, vayan ustedes entonces con los partidos de izquierdas, cómanselos también, cuídense de no dejar nada, cambien de cubierto cuando puedan, pero trínchenlos bien, porque en cuanto que les den un tiempecito se echan a volar, por muy hechos que estén. Estos están cocinados con un salteado de minorías, de radicalismos, está hecho para que sientan el contraste, saboréenlo bien.



Bueno, y para terminar, allí tienen el cuchillo más grande, el postre es su cabeza, servida en una perfecta bandeja de plata.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Llanto al destierro

Y tú me desterraste de tus brazos, en tu pecho no hay piedad para los criminales. ¡Ah, los hombres pecadores! Justa J…, ¿qué clase de caballero inexistente podría mantenerse firme eternamente? ¿Es que amas a un monstruo? ¿No era ayer que defendías a los hombres, que proclamabas su bondad…?

¡Miradme, yo soy un hombre, yo me equivoco!

lunes, 20 de diciembre de 2010

A través del puente

" ... una sola vez en la vida tú y yo estábamos tan próximos uno al otro que nada parecía ya poner trabas a nuestra amistad y fraternidad y sólo nos separaba aún un puentecillo. Cuando te aprestabas a cruzarlo te pregunté: <<¿Quieres venir hacia mí, a través del puente?>>, entonces, ya no quisiste cruzar, y cuando repetí el ruego, callaste. Desde entonces es montañas y torrentes todo lo que nos separa y extraña se ha arrojado entre nosotros, ¡y aunque quisiéramos, ya no podríamos juntarnos! Mas cuando ahora recuerdas ese puentecillo ya no encuentras palabras sino tan sólo sollozos y estupefacción."



F. Nietzsche, La Gaya Ciencia

sábado, 18 de diciembre de 2010

Tras años decidiendo sobre la cópula de los Cerajutes y  de los Varabandes, los maestros de la prestigiosa Academia de la Magia de Ciudad Mar acordaron que debía existir un tercer elemento que no estaban considerando; algún tipo de mamporrero celestial.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Puentes

Arrugué el papel de nuestro Contrato y me lo comí a despecho. Usé mis dientes y mis garras de monstruo, y con fruición saboreé las lágrimas que lo habían aderezado.

Qué tontería más grande, me dije mientras pasaba por mi esófago. Quería olvidarme de todo lo que había llorado cuando tú me traicionaste.

martes, 14 de diciembre de 2010

Sentencia

En el mundo hay muchas personas, pero todas buscan en los demás a una sola: la que los libere de su culpa.

domingo, 12 de diciembre de 2010

El cojín

- ¿Cómo se encuentra usted hoy, señor cojín ?

Es usted un pañuelo de lágrimas, pero no se preocupe. Algún día alguien dejará de usarlo y tirarlo a la basura. O en este caso más práctico, al suelo.

¿Cómo se encuentra usted hoy, señor cojín?

Es usted un miserable, pero no se preocupe. Algún día alguien dejará de tirárselo a escondidas, a lo mejor un día alguien se asoma a la ventana y le grita a todos sus vecinos la verdad.

¿Cómo se encuentra usted hoy, señor cojín?

Es usted un siervo, un mero esclavo de las pasiones, tu culpa está en ser mullido y ser cómodo, deja de serlo o vas a sufrir mucho en esta vida, querido cojín, mejor harías haciendo las maletas y marchándote.

¿Cómo se encuentra usted hoy, señor cojín?

Es usted poco interesante, usted tiene la culpa de que a nadie le interesen los cojines, debería usted ser más entretenido, tener un vibrador que masajease dentro, ¿qué le parece eso?

Cómo se encuentra usted hoy, señor cojín?

Es usted un ser vencido, ¡luche por su liberación! El primer paso es lograr conseguir que dejen de tratarle como un objeto.

Y en esto pienso ahora que he dejado a mi cojín con el terrible castigo de tener que contemplarse en el espejo.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Trepidancia

"Si estás dispuesto a comprobarlo, sígueme" - Me dijo

"¿Crees que no puedo seguir tu ritmo?" Dije con un nudo en la garganta

Con pasos cortos, fuimos avanzando en el bosque de rayas blancas sobre el negro asfalto. El terrible monstruo metálico se acercaba mucho más rápido de lo que imaginábamos, pero nosotros estábamos por encima de aquellos peligros.

Agarré al elefante de la trompa, él sólo se peinó una vez más y entonces arrancó a correr. Ya casi estaba, estaba a punto de llegar. El coche pasó por detrás, y el elefante y yo, el dálmata, suspiramos aliviados.

Sólo quedaban 2.399.999 semáforos para lograr llegar a la jungla cuya existencia él me había prometido.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

De perversiones y enfermedades...

Cuando yo era joven, los deseaba. A todos, sin excepción. Desde el más bajo hasta el más alto, el más apuesto y también el más horrendo de los hombres. Los temerarios y los cobardes, los más agresivos y los calmados.


Los deseaba para adorarme, para que me vieran volar muy por encima de sus cabezas, para que me vieran y fueran infelices, y sintieran el vacío que siento cuando no me miran, y sintieran la tristeza de saberse sólos, como yo en las alturas, donde ningún pájaro ha volado jamás. Los deseaba para que fueran más allá del deseo en sus fantasías, para que estas los torturaran y los corrompieran, para que no hallaran descanso ni consuelo jamás ni en sus casas, ni en sus esposas, ni en sus jaulas, ni en sus camas ni en sus tumbas. Deseaba también que me sirvieran, y que contagiaran su enfermedad a cada hombre en la tierra, y así, enferma la especie humana admitiería la grandiosidad de mis delirios.

A los buenos les hundía mis garras nada más verlos, y me regocijaba al verlos caminando con mi cicatriz, mi marca, que les decía a las demás que aquellos estaban tocados para siempre, arrastrados para siempre con mi red. No conocía la piedad, pues yo era hermosa.

A los malvados les reservaba especial tratamiento, me acercaba a ellos sinuosa, fingiendo ser pajarito, y si trataban de atraparme, entonces extendía mis alas, mostraba mis garras y se las hundía profundamente en el vientre, para que se fueran desangrando poquito a poco...

Sabía que yo también era malvada, pero nunca pensé que moriría, cuando ya vieja, mirando hacia abajo, frustrada por mis fracasos, otra arpía me derribó, enseñándome que mi lugar estaba abajo, donde quizá, implorando por un poco de atención, alguien podría darme un trozo de las migajas de su amor...

lunes, 6 de diciembre de 2010

La matriz

Su pelo era blanco, y su rostro, demacrado y perruno. El ansia y el terror la habían vuelto así, y el esfuerzo por salir de su casa una vez más hacia que le temblaran las piernas. Pero debía despejar aquella incógnita, no podía vivir en la ignorancia, era necesario saber la respuesta a aquella pregunta, y para ello había tramado un plan durante meses.

Primero, esperaría a que él estuviera en casa. Luego, él pondría la música. Siempre la ponía demasiado alta al principio, pero luego se suavizaba hasta hacerse inaudible, y finalmente, se apagaba. Observar y escuchar eso le había llevado horas de sufrimiento durante meses, pero era necesario, pues no había que correr ningún tipo de riesgos. Y finalmente, la última parte del plan, llamar a su puerta.

La espera se hizo larga. Un auténtico calvario, sus piernas no podían más... hasta que por fin, él abrió la puerta. Se la encontró a ella, balbuceante, y la esbelta figura de él se agachó para poder oír lo que decía ella:

- Pe... Pe... Perdona, ¿hoy es miércoles o jueves?
- Jueves.
- Ah, menos mal.

La puerta se volvió a cerrar de golpe, y ella quedó a oscuras.

- Encarnita... ¿hoy es martes, o miércoles?

lunes, 29 de noviembre de 2010

¿Tú has visto... ?

 (Léase entonada, con pausas)

Mientras Grenaleoueieaou habla de algo que ya ha dicho más de tres veces en la misma conversación, mi alma se abstrae y empieza a cansarse de mi cuerpo. Pero sigo escuchando su vocecita, G... está tratando de provocar una impresión o algo así en sus oyentes. Sus oyentes están cansados porque tienen ganas de hablar para ser ellos quienes manejen las emociones de los demás, y por debajo de toda la capa de la fría cortesía, aquellos seres lo único que desean era seguir hablando.Y todos quieren opinar:

>> ¿De qué tema vamos a opinar hoy? ¿Quieres hablar de física cuántica mientras devoramos el cadáver de un cerdo? Está bien, pero no, hoy prefiero hablar sobre aquel libro que no me he leído, como tú si que lo has hecho puedes destriparme el final, que no va a servir de nada pero por lo menos estaremos hablando de algo y te crecerás un poco, lo justo para que me llegues a la altura de las manos y te pueda cortar el césped de la cabeza. Bueno, es cierto, también podemos hablar sobre la última teoría médica, o matemática, y refutarla como si nos hubiéramos pasado años estudiándola.

>>No, no, yo quiero opinar sobre los sentimientos de los demás, o sobre la justicia. Quiero hablar y al fin y al cabo quiero divagar, si bien eso no nos va a llevar a ninguna parte, lo único que nos va a llevar es a hablar más. ¿Te lees mi blog? Sé que en realidad no quieres leértelo, pero yo voy a quedar mejor que nadie diciendo que tengo blog y bueno, tú me pasarás el tuyo, me leeré las entradas más cortas y te comentaré sin pensar en lo que te importe que te comenten, o igual no te comento nunca porque lo único que me interesa es que te lo leas (o que no te lo leas, qué más da), y me digas lo bueno que soy. Eso es lo único interesante, que me digáis lo especial que soy. Mira, mira, soy especial. ¿Que no me lo decís? Pues voy a lograr que me lo digáis, espera, espera, aquí viene más verborrea...

Cierro los ojos y abro el silencio. Me hastía la gente hablando, odio el sonido de mi voz. Odio las letras que escribo cuando más tarde las miro, sólo me gustan las que se miran como vómito.

Amargo luto para las ideas muertas. (Esto es, para todas)

¡Silencio, irreverentes!

domingo, 28 de noviembre de 2010

La gata de puerto

A menudo pienso en lo que significó para tí esta ciudad. Persigo tu rastro en ella, pienso en tí a través de ella. ¿No fuiste maravillada por sus grandes edificios, soberanos, erguidos y puntiagudos ante el sol otoñal?

Es una ciudad grande ésta, donde los árboles crecen bien altos, alimentados y regados por un asombroso sistema de regadío, producto del raciocionio humano... Sin duda, la comodidad estuvo al alcance de tu mano. ¿Tomaste el café del Bar Abundancia? ¿Visitaste en el ocaso el parque de los espejos, observando la luz desde todos los ángulos posibles?

Siempre que la recorro de punta a punta, ahora que aún es nueva para mí, pienso en tí un poco, busco tu rastro. ¿Probaste su sistema de transporte, viajaste en los cómodos asientos, sentiste el calor de la gente que va y viene a de sitios desconocidos? ¿conociste a los habituales de la Avenida de la Vergüenza? Ellos me contaron que te vieron, dijeron que estabas extasiada de placer, pero que también podías estarlo de tristeza.


Y al fin y al cabo, ¿No soñaste, no reíste, no odiaste, en definitiva, no viviste?

Dime, gata callejera, ¿qué te impulsó a volver al mar? ¿Las calles eran demasiado estrechas para tu alma marina?

jueves, 25 de noviembre de 2010

El espantapájaros

Dices bien, amigo, si efectivamente piensas así. Dices que amas al pájaro porque es libre, y te gusta verlo volar, allá por donde tú vayas, e incluso más allá. Dices que el pájaro puede posarse mañana en el alféizar de la ventana de otro, y entonces quizá oigas sus cantos, y te regocijes de su felicidad.

De modo que eres de los que piensan que mientras el pájaro vuele, transportará parte de tu felicidad allá donde vaya, ¿no? Es un poco así como que con el sólo pensamiento de su felicidad, hay una réplica en tí de ese preciado sentimiento. No, no eres el primero que conozco así, sólo que me sigue sorprendiendo.

Estás hecho todo un romántico, ¿eh?

Porque si yo estuviera en tu lugar, y de veras amara a un pájaro, créeme que lucharía porque me salieran alas, me alzaría por encima de todos los que me lo impidieran, y mi rugido se oiría más allá de las nubes y de las estrellas, y derribaría las leyes de la física para el frágil pajarito si fuera necesario...

Pero eso, claro, sólo sería si pudiera amar...

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los gusanos

Allí el joven V conoció por primera vez a M, ahora M vive de forma permanente en aquel coche abandonado que puedes ver estrellado contra ese muro. El muro es bien férreo, allí fusilaron al rebelde incorregible, el temible R.

R. poseía la mitad de aquel territorio, suyo era todo adoquín en que hubieran caído trocitos de su sangre o de su blando cerebro. Antaño también había sido poderoso, había puesto al alcalde, el corrupto I, en jaque permanente con una jauría de delinqüentes. El alcalde, que se había hecho con las urnas, no las soltó hasta que en la noche, su celosa mujer decidió acabar con aquel misógino amante de las papeletas. La mujer del alcalde, cuna de la alta sociedad, había fundado un efímero club social, el club H, que a la larga sería el causante de grandes escándalos ante los que el mismo H se escandalizaba, y ahí persisten sus escándalos, silenciados tras el velo blanco de la sobredosis.

El ruido también representaba una constante, el ruido de los cincuenta obreros sin nombre ni iniciales que fueron enterrados en alguna parte del solar donde ahora sólo hay ruinas de un bloque de pisos. El bloque de pisos, donde vivían familias, fue la lanzadera al vacío de la nada para el ejecutivo solitario que una noche escuchó un grito escalofriante. Poco a poco todas las luces se apagaron, se fueron todas con el sol, la noche se cerró...

Y allí quedó el farol, sólo, olvidado, arrojando su ambarina luz sobre aquella ciudad de fantasmas.

sábado, 20 de noviembre de 2010

"Chiste"

Esto que va una puta y dice:

- ¡Mi dinero es tan válido como el de cualquiera!

domingo, 14 de noviembre de 2010

Caos

“Hoy la ciudad parece llevar dentro más fatalidad y caos que nunca. Y cómo pesa, cómo pesa el suministro, cómo pesa hoy. Pero recuerda, recuerda si escuchas pasos tras de ti, o murmullos o resuellos. Recuerda, arroja todo tras tus pasos, toma el transmisor, da la palabra clave y ¡corre! Corre, y cuando llegues, la puerta te esperará abierta, y un martillo y un par de brazos esperarán tras ella para terminar con la persecución”
E inmerso en estos pensamientos, atento a lo que pudiera llevar a sus espaldas, no pudo ver cómo un ser abominable le esperaba de frente tras la siguiente esquina.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Alabanza al poder

En todos nosotros se halla la semilla del árbol del poder. No hablo de que podamos cambiar "el mundo", o mejor dicho no es mi intención principal. Tampoco voy a hablar de que nuestro "poder" influya en causas mayoritarias.

Sencillamente, nuestro poder puede echar raíces en las personas que nos rodean, puede agarrar nuestro alrededor y perturbarlo para siempre, en nosotros se halla la fuerza capaz de cambiar a los demás para siempre, si bien no siempre tenemos la voluntad y la determinación para hacerlo.

Nuestro poder es más grande cuanto más sutilmente elaborado es. Es una telaraña. Nuestra red puede atrapar a los demás, si bien no somos conscientes de que esto ocurre. Cuando lo somos, sé bien que hay muchas maneras de encarar este poder, y en esto se basan normalmente mis juicios sobre las personas, en la forma en la que obtienen, encaran, utilizan este poder que ejercen sobre los demás.

Esto es una reflexión no en base a la moral. Esto es un grito de ánimo hacia aquellos cuya vida está petrificada. ¡Expandid vuestras raíces! Todo el mundo posee la semilla del poder. No se basa en grandes momentos, no se basa en aburridas charlas sobre moral. Se basa en la creatividad, expandíos también al cielo como un árbol cuyas raman buscan la divinidad celeste. He escogido el ejemplo de un árbol porque es fuerte y rompe la roca, y rodea los problemas y sube más allá de los horizontes que ya había visto.

Puede que esto no sirva de nada, y realmente mi poder no se oculta tras estas reflexiones. Pero cada vez que estoy embriagado de él, feliz por notarlo, contento con mi propio dios personal, qué demonios, siento que tengo que hacerle una alabanza.

martes, 9 de noviembre de 2010

Lo que el árbol me contó

En los desiertos de soledades eternas, los hombres construyeron una gran ciudad. Dormida y perezosa, la ciudad era un hervidero de sudores de aquellos hombres que cultivaron aquel páramo, y sus esfuerzos eran agua para la sal del desierto, que aunque dio frutos, ni siquiera un ápice de su terreno dejó de estar maldito.

Pues en verdad estaba maldito aquel infierno, abandonado por los hermanos verdes, amarillo y ardiente en su totalidad, y nosotros sólo pudimos abandonar aquel páramo a su suerte, cuando el Gran Lago se secó. Si alguna vez en aquel desierto te sientes zarandeado, o perdido entre las olas de arena, piensa que un día fue agua, y descansa feliz, pensando en los simples placeres negados a  los bípedos.

Pronto los dioses de los hombres llamaron a sus sacerdotes, y así, gobernados por causas que no entendían, los hombres empezaron a tener miedo de aquella extraña que llamó pronto a su puerta: la gélida Muerte. Los dioses sabían que cuando ella acabase, ellos quedarían relegados al olvido de las arenas.

Ella vino tímida la primera vez, en la larga noche, y dotó con su regalo al más sufrido de los hombres, el noble y fuerte Äbel.

Nunca nadie escuchó en el viento los arrullos de la joven Muerte, nunca nadie los vio gozar bajo los sicomoros de un oasis que jamás sería hallado de aquella noche gloriosa en que el Hombre conoció a la Muerte. Tan sólo quedo la vana historia de un asesinato, porque la envidia de la humanidad es demasiado poderosa como para imaginar causas nobles en sus compañeros de tan amargas penas...

sábado, 6 de noviembre de 2010

Es lo insólito de nuestras desgracias lo que nos define, mucho más que cualquier alegría pasajera. Estamos determinados, sin embargo, por cómo somos capaces de experimentar estas desgracias, y por el grado de intensidad que les otorguemos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Versos de las noches sin sueño

Hay veces que no escribo, ni aun queriendo,
que, aun queriendo crear, no puedo,
será la luz ésta impertinente
(incandescente, artificial)
o el brillo de esta Luna decreciente
(hastiada musa del pesar)
Quizá tener a la tarde sueño
o las ganas de seguir despierto
para mirar cómo el Sol poderoso,
una vez sumergido el día,
duerme igual que los hombres en sus pozos
de narcótica desidia.

Hay veces que no sé, ni aun queriendo
de dónde este ansia de armar pensamientos,
serán los vacíos de este alma hambrienta
(fatal bulímica congénita)
o los golpes que Pasión da en su celda
(por no querer ser impertérrita)
Quizá apagar las luces a las doce
e irme a dormir al acabar la noche,
justo cuando mis pies tocan el suelo
y el despertador va anunciando
que por hoy ya queda un día menos
para un día más en el ocaso.

martes, 2 de noviembre de 2010

De paseo por las calles de esta ciudad, os comprendí, feministas. Me encontré con una tienda que decía "Regalos para Hombres". Diablos, me sentí totalmente ultrajado. ¿Qué clase de insulto era ese? Las generalizaciones, efectivamente, siempre duelen. Es decir, que si no me gustaban la mayoría de regalos de allí, ¿no era hombre? ¿y si a una mujer le gustaba algo de allí era más hombre que yo o qué? ¿por ser hombre me tenían que gustar esas cosas?

Eso me abrió los ojos, a la fuerza, de forma repentina y violenta, sobre un sinfín de situaciones terribles en las que transijo para con los demás, relacionadas con este tipo de generalizaciones, y francamente eso es un tema que daría mucho que hablar, pero me temo que no haría más que fomentar mi ego.

Relativizando el asunto hasta la nimiedad, ¿cómo si no iban a llamar a la tienda, "Regalos para Borregos Consumistas Que Necesitan Reafirmar Su Virilidad"? Es cierto, que lo llamen así si quieren. Tendré que considerarme otra cosa, haré que declaren un nuevo género.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El Último Nivel

Había llegado al Último Nivel, a la plataforma 22, y estaba vivo, pese a todo, estaba vivo. Su camisa había sido desgarrada por los tigres del piso selvático, sus huesos estaban calados aún por el glaciar de la plataforma 17, le sangraba a borbotones el tiro en la pierna que le había disparado la máquina robótica del nivel 8, y había perdido el aliento en la frenética huida de las descomunales criaturas del piso inundado que acababa de dejar, pero estaba vivo, y eso era lo que importaba. Y ahora iba a descubrir al causante de todo, y lo iba a asesinar con sus propias manos, ya fuera vigoroso cual tigre o escurridizo como uno de aquellos peces que casi le arrebatan la vida hacía unos minutos.

La escalera, sin vanos ni ventanas, de robustos peldaños, acababa en una puerta entreabierta. Él no lo dudó un instante y la empujó de una patada. Se abría un pasillo oscuro, muy oscuro, en el que no podía discernirse gran cosa. Empezó a andar por él con el máximo sigilo, aguardando un alud de flechas a cada movimiento, o una trampilla bajo cada pisada. Pero no parecía haber ninguna trampa. Procuraba no tocar las paredes, y minimizar el contacto con el suelo, para no activar algún mecanismo. Aún le sangraba la herida del pie. A lo lejos empezó a vislumbrar una tenue luz. Descubrió que la mayoría de las paredes estaban cubiertas de cuadros, platos y objetos parecidos, pero no supo apreciar qué representaban. De repente notó en la pituitaria un olor familiar, que parecía haber olido alguna vez, pero no recordaba en ese momento, exhausto como estaba, su origen, por qué le aterrorizaba tanto. Siguió caminando. El pie siguió sangrando, debía de haberse hecho un torniquete o algún mecanismo que hiciera parar el fluir de la sangre, pero ya era tarde. Temía que si paraba un sólo segundo su demora fuera retransmitida por decenas de cámaras y se iniciara contra él un ataque sorpresa. Aunque lentamente, avanzaba sin entretenerse en nada. La luz se fue haciendo más y más cercana. Se colaba por la rendija de una puerta entornada. Era una luz cálida, familiar, el anticipo del encuentro definitivo. No había encontrado en aquel complejo de edificios a otro ser vivo que no fueran peligrosos animales entrenados para asesinarle a él, y otra cosa que no fueran salas y pisos y niveles y escaleras y pasillos organizados en torno a sus peores temores. El olor era casi insoportable. Era un presagio de la sangre fresca y del botín. Cargó sus pistolas y abrió la puerta de una segunda patada.






-¡Oh, ya era hora de que llegaras! Te estábamos esperando- dijo Mamá, mientras servía la sopa de la Hermana con un gran cazo.

-Sí, hijo, ¡mira que has tardado! Estábamos a punto de empezar a comer sin ti- rió Papá.

Estaban sentados a la mesa familiar, con el mantel que usaban para ocasiones especiales. Siempre se había preguntado a dónde daba aquella puerta, siempre cerrada con candado, del salón. Ahora lo sabía. La luz de la vieja lámpara iluminaba cálidamente la estancia, las vitrinas con copas de cristal, las cortinas que tapaban la ventana. En una esquina, medio ocultados por una manta, había un grupo de grandes cubos de comida para peces.

Papá tenía la mano parcialmente vendada, y debajo se presentía un profundo rasguño.

-Venga, ¡que se te enfría la sopa!-dijo con una afable sonrisa.

Él no pudo menos que derrumbarse al suelo, con los ojos llenos de lágrimas. La sangre seguía brotando de la herida de su pie. No podía soportarlo. Un hombre temerario, como él, era capaz de afrontarlo casi todo. Pero no el motivo por el que había huido. Debió de habérselo temido mucho antes, debió de haber abandonado antes de enfrentarse a los grandes tigres. Pero ya era tarde. Le tenían, de nuevo.

-No podréis controlarme día y noche, y algún día perderéis- dijo mientras se sentaba a la mesa.

viernes, 29 de octubre de 2010

Mi filosofía es del no es. Voy a ponerte un ejemplo.

- ¿Es el universo una pregunta o una respuesta?
- El universo no es. Sónerea es. El universo no es. "Universo" es sólo una palabra, como "ángel". Con el tiempo, los humanos entenderán que la palabra "Universo" presenta una realidad tan ficticia y orgullosa como la palabra "ángel" y sólo la utilizarán en su vertiente literaria, Sónerea. Sónerea no es ficticia, porque la ficción lo incluye. ¿Dirías que Ulises es ficticio? Puede que Ulises no existiera como existen nuestros lectores, pero sí que existió en su realidad como personaje de ficción. Por eso, Sónerea es, mientras que el universo no es y no tiene sentido preguntarse sobre si es tal cosa u otra, ya que directamente, no es.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Eva

Allí estaba ella, recostada en su lugar. Nunca supe, ni sabré, cuanto tiempo estuvo allí, esperando. Pero ella me esperaba, ella era una de las caras de esta misteriosa ciudad. Parecía un León, y al mismo tiempo también parecía una mujer vieja, adulta, cansada. ¿Qué era en realidad?

Entonces lo comprendí: Mi Frau Eva.

martes, 19 de octubre de 2010

Conversación real

"-El cielo está vacio. Todo está aquí abajo.
-¿Y qué me dices de las sonrisas, los pensamientos, las caricias? No me dirás que desaparecen. Una vez usados ¿dónde van?
-Se quedan aquí, como los muertos, vagan por aquí para siempre. Así es como se solidifica el aire."

viernes, 15 de octubre de 2010

Oración a la Diosa de los Hielos

Mis ojos son una cuenca abierta a recibirte. Mis manos son apenas piedras, sin músculos, dispuestos a servirte. Mis piernas son meros palos, dispuestos a celebrarte. Mis ingles están vacías, como exigiste. Mi espalda es sólo una columna dispuesta adornarte. Mi pecho es sólo una caja dispuesta a guardarte. Mi lengua no existe, el silencio eterno es la mejor manera de respetarte. Mi entrega es total, mi entrega es sagrada y estoy dispuesto a adorarte.

Entrégame constancia para servirte. Seré frío como el hielo. Seré fiel en la noche eterna. Mientras los hombres fluyan por la vida, yo dedicaré las aguas de mi vida a regar tus vastos dominios.

Me despojo de mi carne y me despojo de mis sentimientos, estoy puro, estoy muerto, para servirte.

martes, 12 de octubre de 2010

Fragmentos póstumos

No sé si vosotros conoceréis la sensación que me impulsó a fugarme de casa. Era un vacío, un vacío de sentimientos. Dos semanas antes de mi décimo séptimo cumpleaños, y me sentía como parte de un puzzle: una pieza de madera, compuestos orgánicos de algo que estuvo vivo, pero ahora que sólo son una inerte pieza de algo que no alcanza a comprender.


No me preguntaba qué pasaría el día de mi cumpleaños, lo sabía. No pasaría nada. Ningún amigo me prepararía una fiesta de cumpleaños, no recibiría ningún regalo. Ninguno por el que diecisiete años de vida hubieran merecido la pena, desde luego. Mi vida era mediocre. Tenia un padre, una madre, y un hermano que era un buen ejemplo a seguir.

Yo no era un buen ejemplo a seguir. Y aunque lo hubiera sido, a nadie le habría importado. Me sentía como un perro al que forzosamente hay que darle de comer, no vaya a morirse. Esto no sería bueno, por supuesto. Probablemente yo también tuviera algo de culpa en esta situación. Nadie es inocente.

La idea de fugarse aparece un dia, de repente, y entonces nos reprimimos. En ocasiones, se presenta al borde de un precipicio, o de una gran ventana, o quizás al sostener un cuchillo. Pero, por mucho que desesperados nos aferremos a nuestras cadenas, ya es demasiado tarde; y todos nuestros pensamientos nos llevan a soltar nuestras cadenas, a levantarnos y camnar, para no volver jamás. Inconscientemente, empezamos a prepararnos para nuestro viaje, dónde ir, cómo comer. Entonces es cuando llega esa sensación que trato de transmitiros, esa sensación que trato de transmitir. Únicamente estamos aquí para los demás, ya que nosotros hemos empezado a marcharnos.

Las cadenas y los lazos que teníamos con los demás comienzan a debilitarse, y conforme pasa el tiempo, ya no existen estos lazos. Estamos sólos, sí, pero libres. Ningún viejo amigo nos echará en falta; nuestro hueco en el puzzle ya ha sido rellenado.

Cuando nos hemos dado cuenta de que sobramos en la celda, sólo nos queda abrir la puerta, no importa que miremos atrás, ya no hay nada, todo está delante, detrás sólo sombras, pues caminamos hacia el ocaso. La larga noche se prepara, coqueta, en el frío aire se respira libertad.

Reflexiones en torno al falsacionismo metodológico sobre la causalidad per se.

(A P.P)

Lo primero que hacía al despertar era mirar hacia el suelo para cerciorarse de que el suelo seguía allí.
Como todos los días, asomó su cabeza desde el borde del edredón, agarrado a las mantas, como un aventurero que escruta un abismo. Una vez rozado el parqué con el dedo, se puso de pie de un salto y caminó con el corazón en un puño hacia el estuche de las gafas, esperando la más paradójica evaporación. Pero las gafas seguían allí, donde las había dejado la noche anterior. Esto llenó de radiante alborozo su corazón. Con ademán tierno, se las puso y lanzó una sonrisita.
Se dirigió hacia el pasillo, andando con un sigilo inmotivado. Se asomó con precaución al corredor salpicado de puertas. Al parecer la superficie de éste seguía siendo transitable. Se encaminó con cautela a la cocina, pisando el suelo con la punta de los pies. Tenía hambre. Los alimentos fueron sometidos a un duro análisis, de los que algunos no salieron indemnes. Todo fue olido, tocado, rozado con un dedo que acababa en su lengua, repetidas veces. Tiró un par de envases que no lo convencían del todo, pero la leche y los cereales que finalmente devoró con una ansiosa avidez eran los mismos de los que comió hacía dos días, nada se había transmutado en ellos, ni envenenado, deteriorado, siquiera convertido en clavos. Esto último fue lo que más le sorprendió. Una vez hubo desayunado volvió a su habitación, a paso silencioso. Ésta no había sido inundada ni incendiada, seguía tal cual. Plantó su delgada figura frente a la puerta del gran armario, inmóvil de puro temor durante unos momentos. Sin embargo, logró sobreponerse aunque, al abrir la puerta lentamente, su mano temblaba. Echó una rápida ojeada dentro, temiendo lo peor. Pero al parecer la ropa estaba igual de quieta que de costumbre, no se había cambiado de sitio, no la sustituía algo abominable. Olió y toqueteó repetidas veces con los dedos la camiseta, el pin que sobre ella se colocó y los pantalones, y fue al cuarto de baño.
Aparte de un lavabo y una bañera, lo que ocupaba casi todo el cuarto eran decenas de espejos, de distintas formas y tamaños, colgados por doquier. Se acercó al más grande de ellos, casi del tamaño de una persona. Le animó saber que sus temores eran, una vez más, infundados. Seguía siendo humano, lo mismo de siempre, al menos por fuera, quizás con alguna cana de más, pero sin cambios sustanciales. Se fue mirando en todos, gesticulaba ante ellos, pero en ninguno de ellos vio algo distinto a lo que había visto en el primero. Una vez le satisfizo su inspección, salió a la calle. Asomó la cabeza al exterior, protegido por la puerta. Todavía vivía en una calle, y casi se atrevía a jurar que era en la misma ciudad. Soltó el equipo de buceo, no le iba a hacer falta aún.

Lo que más se ajustaba a su rarísima manera de andar por el césped, entre los parterres de flores del vecindario, eran los correteos de un animal que estuviera tratando de evitar a decenas de posibles depredadores, a campo descubierto. Miraba con desconfianza cada montoncito de hojas, cada caseta del perro, cada copa de árbol, como si de ahí fueran a relucir de un momento a otro un par de grandes ojos amenazadores. Un vecino madrugador señaló risueño a su esposa cómo corría agachado.
"Ahí está de nuevo, siempre a la misma hora", dijo el vecino


Se moderó un poco cuando dejó los jardines y se aproximó al centro, pese a mantener ese tenso sigilo que lo circundaba como un velo. Se adentró por las callejuelas comerciales de la pequeña ciudad. Ante cada escaparate se quedaba quieto un momento, concentrado en la inspección de lo que vagamente reflejaba el cristal. Y miraba con ojos de pescado a la gente con la que se iba cruzando, tratando de penetrar en sus pensamientos. En una ocasión creyó ver por el rabillo del ojo que la forma reflejada en el escaparate de una panadería era la de un alienígena verde rebosante de tentáculos. Dio un paso atrás, y aún creyó divisarlo un instante, pero la milésima de segundo siguiente estaba de nuevo ahí la figura de aquel hombrecillo con gafas. Se obligó a sí mismo a prestar más atención y caminar más lento.
Casi dio saltos de alegría cuando la farmacia reveló no haberse movido de sitio. Entró con precaución. En el fondo de la tienda, tras el mostrador, acompañaba al farmacéutico que siempre había visto una chica joven vestida de la misma guisa. Se la presentó como su hija.
"Esta es mi hija", dijo el farmacéutico.
Él se alegró de que ella, contra todo pronóstico, no hubiera ido allí a devorar al farmacéutico. ¿Quién le serviría las pastillas entonces?
"Me alegro mucho," respondió el hombrecillo.
Había ido hasta allí para pedirle pastillas contra el mareo, que se le habían acabado. Siempre que no fuera andando a los sitios le entraba unas súbitas náuseas al más liviano vaivén. Lo solucionaba tomando antes su buena dosis de pastillas, era algo que no podía faltar en su despensa.
"Necesito urgentemente pastillas contra el mareo, es algo que no puede faltar en mi despensa" dijo

De vuelta a casa iba haciendo sonar el botecito de pastillas, no fuera a ser que de un momento a otro se volatilizaran y tuviera que ir a devolverlo. Los escaparates no le depararon ninguna sorpresa más ese día. Cuando estuvo de vuelta frente a la puerta de su casa, o de lo que parecía ser aquella casa que había dejado en ese mismo lugar hacía menos de una hora, su reloj señalaba las 10:00, aunque, por supuesto, quizás le intentaba timar. Por dentro la casa seguía igual que hacía un rato. Hizo una rutinaria inspección por todas las habitaciones, incluido el cuarto de baño de los espejos, y no encontró modificaciones notables, salvo una cucaracha que sospechaba que ya estaba allí desde hacía mucho. Ni siquiera dentro del armario le habían crecido monstruos. Descansó un par de minutos en el sofá de la planta de arriba, aliviado, y durante ese tiempo, por probable que pareciera, no se dio ninguna inexistencia momentánea del suelo-techo que dividía la planta de abajo con la que lo sostenía, ni tampoco ninguna sustitución de la habitación por el interior de la tripa de un reptil prehistórico.

La habitación en la que estaba tenía un escritorio junto a una ventana, y sobre él colgaba una lamparita apagada. Mientras estaba descansado sus plácidos dos minutos de sofá no paraba de repetirse que había pasado por alto algo antes, algo tan básico que le costó un poco recordarlo. ¡Claro! Esa mañana no había comprobado si la bombillita de la lámpara existía aún, funcionaba aún, era inofensiva aún. Se puso a su lado, ahí estaba, colgando, como siempre había estado. Entre el escritorio y la pared existía un pequeño y recóndito interruptor que debiera encenderla al ser presionado. Metió con dificultad la mano en el hueco y alcanzó a apretarlo. Efectivamente, el presionarlo se correspondía con que la bombillita se encendiera, o apagara si ya estaba encendida. Lo comprobó varias veces y, viendo que ya lo había revisado todo, acto seguido se tomó un par de pastillas para el mareo y se subió encima del escritorio, de cara a la ventana, que carecía de barrotes y ofrecía una amplia vista del lado de la casa contrario a los jardines, salpicada de casitas, bloques de piso, ciertos parques lejanos y alguna torreta de electricidad ocasional. El paisaje de siempre, pensó. Se acercó más aún al borde de la ventana, con los pies casi plantados en el vacío. Cogió impulso.


"Parece que hoy todo sigue en orden aquí abajo. No creo que haya problemas" se dijo con una media sonrisa al saltar fuera de su casa y comenzar su vuelo diario por la ciudad, aún medio dormida.

lunes, 11 de octubre de 2010

Sátira

¿Por qué Desde El Cadalso?

Porque deseo que os resulte de todo, menos acogedor... Esta no es la casa de nadie.

sábado, 9 de octubre de 2010

El 2

"Siempre es más interesante que nos hablen de sí mismos a que nos cuenten un cuento, o así me lo parece a mí. Al menos hablo por quien sea como yo, aquellos que buscamos ansiadamente el corazón de las personas, buscándonos a nosotros mismos, aquellos que, a menudo, sólo podemos sentirnos a través de los demás, estas personas, como te digo,que no podemos simplemente escuchar pacientemente un cuento y no preguntarnos por qué lo escribe quien lo escribe, qué intenciones tiene... "

"Creo que esto se debe a la propia ficción del cuento. ¿Habremos de hablar, los narradores, siempre con metáforas para que se nos entienda, para poder comunicar lo que estamos ansiosos de gritar? ¿Deberá siempre el lector penetrar más allá de toda ficción para hallar el afligido corazón del escritor, navegando solo en un mar de vicisitudes?"


"Iba a contarte un cuento, pero me pareció nimio e inútil, ¿cómo ibas a entenderlo? ¿Bajo qué claves podrías interpretarlo?

"O lo que es peor, ¿cómo diablos iba a interesarte una sarta de mentiras?"

lunes, 4 de octubre de 2010

Tep Ile

―Toda la vida en soledad, inmersa en las frías paredes rocosas de este castillo marginal. No concibo existencia semejante.
―Nació del mismo vientre que Leu, y todo cuanto una lleva tras las costillas la otra lleva tras la frente. Pone a prueba a sus amantes con tanto rigor e inclemencia que quedan destrozados antes de poder llegar a amarlos.
―Y en lugar de polvorientos álbumes de retratos románticos, cuenta en su hogar con la mayor colección de corazones marchitos jamás vista en las Llanuras Epiplónicas. En lo más profundo de su ser, creo que, hastiada, es consciente de que no logrará borrar el vacío de su pecho llenando de vísceras las habitaciones de su fortaleza.

sábado, 2 de octubre de 2010

Bajo el árbol

-Oh, Iluminado de entre los Soles que pululan por la tierra, he venido desde los confines del reino por selváticos caminos, he ayunado y combatido al tigre y al mosquito, sólo para aprender de ti tu secreto, aquella diáfana sabiduría con la que impregnas a cualquiera que contempla tu seña más preciada, tu radiante sonrisa, la sonrisa del Bodhisattva, del río, del sosiego, tu sonrisa eterna. De ella y no de otra cosa es de la que me gustaría entender el misterio.

El Maestro no dejó de sonreír

-¿Quieres saber el por qué de esta sonrisa? Más te valiera no haberme preguntado. El motivo por el que soy renombrado a lo largo y ancho del reino es porque en su día obtuve ciertos saberes crípticos que al parecer muy pocos mortales llegan a alcanzar. Aprendí a joderme.

-Pero Maestro ¿Qué palabras son esas?

-Las que oyes, capullo. Los adeptos y el renombre vinieron solos entonces, y aún hoy hay mil cosas que me siguen enfurruñando como antaño, como tú y todos aquellos que venís con la intención de aprender en un día, una conversación, una entrada de blog, todo aquello que a mí me llevó decenios descifrar y asimilar. Bendito el día en el que esté al fin solo... y tranquilo... sin tener que recurrir a mi táctica secreta casi a cada instante.

El Maestro calló y sonrió aún más ampliamente

martes, 28 de septiembre de 2010

Venganza

Hoy, me levanté, y decidí eliminar el sol. Fue una revelación magnífica, salida de algún sueño incoherente en que todo el cielo era azul, celeste, cálido pero a la vez fresco, a la luz veraniega difuminada. Bajo él, la fresca brisa de la mañana acariciaba todos nuestros corazones, y nuestros rostros eran azules y nuestra vida era azul y todo nuestro ser se difundía en una plácida vista.

Ya en la calle, alcé la vista para desafiarle, y quedé cegado por el Astro Rey, y por la luz de la Razón que me dijo que esto era imposible, pero ahora, en la oscuridad de mi cueva, mi alma se resiente, rencorosa, contra tal afirmación.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Metahez

Podría haber pasado sin ninguna clase de dificultades por uno más de entre los niños de su edad de no ser por aquel defecto de nacimiento tan repulsivo y chocante. Se llamaba Jimmy y tenía el pene en la cabeza. No en posición frontal cual grifo colgando, sino hacia un lateral, cosa que derruía toda simetría en su ser. Era un problema, un problema terrible. No sólo por lo nauseabundo en que se convertía algo de primeras tan cotidiano como orinar, sino por el hecho de que cumplía como todo buen pene todas las labores que pudieran desempeñar aquellos comúnmente situados más abajo. Debía cuidarse mucho de entrepiernas, anos, escotes, pensamientos rijosos, a riesgo de desvelar con mucho efectismo su calentura a todo el mundo. Generalmente, por pudor y demás asuntos humanos, cubría el miembro con una bolsita anudada al borde de su escroto, que volvía el colgajo craneal una suerte de gusanito empaquetado. El narrador no dará cuenta de las interminables mofas y sobrenombres que se le apilaban, por el decoro de su prosa. En realidad es ahora cuando debiera pasar algo, cuando se debiera introducir un conflicto que desencadenara toda una trama en torno a nuestro protagonista, de patetismo ya suficientemente descrito. Pero el narrador no ha querido hacerlo. No hay trama, por mandato directo del creador de toda esta sarta de patrañas. Semejante decisión pudiera haberle sido del todo indiferente a un personaje de un cariz mucho menos atormentado que el nuestro. Pero a nuestro Jimmy no le sentó muy bien. Siguió yendo a las clases a diario, con su bolsita atada a la cabeza, para recibir el escarnio de sus compañeros. Siguió siendo inquirido en cada calle por la naturaleza de ese extraño saquito pegado al pelo. Su familia siguió mirándolo con vergüenza y desagrado. Y no sucedió nada excepcional. Y eso que el pequeño Jimmy deseaba con todas sus fuerzas que sucediera. Pero sus súplicas no fueron oídas, y para más inri el narrador decide colocarlo para culminar el "relato" en una habitación en penumbra, con los ojos llorosos y el colgajo desnudo, sin nada que lo tape. Esa será su habitación, y Jimmy tiene que aceptarlo y aceptar que el narrador desea que esté llorando, aunque también que queda poco, cada vez menos, para el final de las 32 líneas estipuladas de lágrimas, oscuridad e incomprensión.



Se reencarnó en un cisne.




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(Lamento haber tardado tanto, mis fieles lectoras, pero anuncio que a partir de ahora se prevén participaciones mucho más esporádicas por mi parte por motivos personales.)

viernes, 24 de septiembre de 2010

Arábigas III

Dulces telas tapaban su bello rostro, pero el príncipe podía ver más allá de ellas. Muchas personas creían (y creerían) que las mujeres eran las únicas personas que llevaban telas para ocultarse, pero esto no era del todo cierto.

Las personas se podían esconder detrás de muchas telas, así como el propio califa se engalanaba con las suyas, ricas, extraídas de los más exóticos países. Sin sus telas no eran nada, se tapaban las virtudes y enrojecían al instante.

El príncipe sabía que todas las personas amaban las telas... mas el amaba más a las personas, para desgracia de muchas.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Nana a tu cadáver



"El infierno es nuestro, nena" fueron tus últimas palabras. Un estertor dedicado a este cuerpo de pétalo marchito que sabías tuyo y que ahora florece sin tu sombra. Creías que iríamos juntos, que te acompañaría en tu viaje. Pero oye, mi vida es un pestañear en tu nueva eternidad ...confío en que sabrás esperarme.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Asesino de su humanidad

Suicidarse. Ni la palabra ni el concepto. Cosa de débiles. Los exiliados a los márgenes del mundo que se cuelgan por incomprendidos, los románticos que se aventan por amor y por odio, los pasionales fanáticos del elitismo que terminan en medio de un festín de narcóticos porque vivir les resulta demasiado vulgar…

Asesinarse. Es ése el concepto y la palabra. Una conspiración contra el yo decadente, impedido y menoscabado, que algún día, más tarde o más temprano, termine por llegar para acabar conmigo. Entonces no habrá razón para perpetuar el futuro de la sombra y las cenizas de lo que una vez fue.

Así lo dispuse. Reuní a mis tres inseparables leales, a mi amante y a mi hermano. Les detallé el propósito y los apuntes del complot. La decadencia, les conté, viene camino a mí desde hace meses, su halo ya me contagia, es más veloz que yo, y no toleraré refugiarme en escondites vacuos como alimaña. Por eso me detendré en el camino, me giraré y la miraré a los ojos, y luego se fundirá conmigo. Pero eso no lo veré, cegado por el polvo del mañana decrépito. A vosotros os exijo, aún que conservo vuestra franqueza, que acabéis conmigo, porque ya, queráis o no, habré dejado de ser el mismo.

Ellos contemplaron el momento de mi final. Sin duda. Pero no parecieron aceptar su cometido. Uno a uno, fui a encontrarlos. De ellos no quedaba más que tres sogas colgando del gran árbol, un balcón abierto a la inmensidad, y un frasco vacío de plástico ahumado.

Yo al fin y al cabo estaba en lo cierto. La decadencia estaba servida. No mostraron hacia mí un ápice de lealtad ni de honradez. Sin embargo, ahora sus rostros plácidos sugieren que, por encima de todo, me amaban. Cosa de débiles. Ahora la sombra y las cenizas de lo que una vez fue se me torna un difuso espejismo en el pasado.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

(Homenaje a Asimov)

A ver, ¿cuál sería la principal razón para que estuviésemos obligados a arruinar la posibilidad de ver, con un telescopio debidamente preparado, escenas del pasado?

martes, 14 de septiembre de 2010

Hace dos segundos

Cada uno en la soledad de su mundo, de su rectángulo plano (pero interactivo), todos ansiaban traspasar la pantalla y lograr el contacto humano... Presos del deseo, navegaban el vasto ciberespacio en busca de alguien que fuera capaz de hacerlo, siguiendo rumores de gente que afirmaba haberse encontrado en el mundo real.

Ciertas páginas contenían fotos de este contacto; que era posible por lo visto sólo para algunos afortunados, así que los demás esperaban y esperaban, ¿alguna vez algún rectángulo más pequeñito aparecería en la pantalla, y entonces de verdad vivirían algun contacto de este tipo?

Puede que sí, o puede que no, pero seguro que pasaría si alguno se diera la vuelta y abrazara a su padre. (O a su madre, o a su hijo, o a su amigo, o a su compañero, o a... )

lunes, 13 de septiembre de 2010

Disculpas

Esto iba a ser una entrada que hablase de alguien luchando con su Destino, de la importancia de creer en un destino o de lo interesante que resulta el Destino literariamente, que mueve a héroes y a líderes (que no tienen por qué ser lo mismo), así como también a grandes crápulas y miserables.

Yo os iba a hablar, sin esta parafernalia en forma de excusa barata, de lo realmente interesante que esa fuerza sobrenatural, y de lo poderoso que resulta decir "Fue así porque era su destino".

Pero entonces empecé a leerme Demian, de Hermann Hesse.

Me lo he bebido en dos días. Ahora mismo me siento un inútil; no hay nada que pueda deciros salvo parafrasearos el libro, así que si buscáis algo de lo que pretendía hablaros, leéroslo y ya entonces...

¡Hasta la próxima!

sábado, 11 de septiembre de 2010

El arbolillo

En la peligrosa jungla del asfalto los edificios luchan por ser los más altos y llevarse la luz del Sol. Aquí tenemos a un feroz competidor.


viernes, 10 de septiembre de 2010

Cavilación

Mirando la lámpara modulable de mi cuarto, se me ocurrió que era muy parecida a un tulipán, y que igual podía regalártela, cariño. Como cuando íbamos al campo, quiero decir, cuando el campo existía, y allí entre flores nos mecíamos, felices el uno del otro.

Ahora que estás tan plastificada como las flores en que nos mecíamos, igual querías algo diferente, no sé, algo más electrónico, funcional, ¡y para colmo modulable! ¿No es el colmo de todo lo que deseas? Además, tiene un parecido a los tulipanes, así que también podemos decir que es bonito. Si mi parecer no te sirve, también lo ha dicho un diseñador moderno...

Leí en una revista (porque ahora los hombres leemos revistas) que esos eran los adjetivos que debían definir a un objeto para que fuera adecuado como regalo, no me lo eches en culpa.

Además, ¡es modulable!

jueves, 9 de septiembre de 2010

Vacío

Esta vez lo conseguiré. Es cuestión de caer por la madriguera.



- ¿Qué tenemos hoy, agente?
- Un suicidio.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

In-comunicación

Una batería marca el ritmo de los robots, que chirrían en el gran almacén. Vienen de acá para allá, pasan al lado suya e ignoran aquella cosa que se halla situada en el centro de la sala. La batería es sintética -también lo es la melodía- y lo único natural, la voz de la mujer que canta (apreciación robótica, un humano opinaría que grita).

La mujer canta, pues, varias frases repetitivas, destinadas a resonar amplificadas en cada lugar de la gran ciudad, en la soledad del futuro, en el silencio de los chirridos metálicos y las máquinas descerebradas.

"Nadie me ama, nadie me ama... "

martes, 7 de septiembre de 2010

Negligencia

Vivían entre colchones desnudos, desnudos y adanes, no recordaban ya ni dónde. Se despertaban tarde, cuando la oscuridad absoluta se hacía apagada penumbra al infiltrarse el sol por los pequeños orificios en la ventana. Entonces escribían durante un rato en sus cuadernos cuánto habían volado y sucumbido, andado y conversado, sufrido y disfrutado, visto, oído, tentado, olido y degustado; intercambiaban pareceres y vivencias entre ellos, y descorchaban un nuevo frasco de pastillas, apenas escasas horas después del desvelo. Pronto rendirían de nuevo sus almas a los excesos y quimeras que la existencia se negaba a concederles en la vigilia.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Futuribles

Dime, cuando marches hacia países remotos, lejanos, exóticos,
¿me llevarás contigo?
dime, cuando sueñes con grandes éxitos, fiestas y mucha fama,
¿me soñarás contigo?
dime, cuando desees grandes bienes, y vino en tu copa,
¿me desearás contigo?

Sí, pequeña monedita, sí.

jueves, 2 de septiembre de 2010

La despedida

La tarde se fundía en una noche inolvidable, y el padre de nuestro protagonista miraba frustrado unas cuantas facturas, ajustándose cada poco tiempo sus gafas de leer. Desgañitándose, el hijo cavilaba si entrar o no en el salón, para contarle la aterradora conclusión a la que había llegado luego de un mes, quizá dos, pensando sobre su vida.

- Entra, hijo. Es ya casi la hora de irte, ¿vienes a despedirte? - dijo el viejo patriarca.
- No, todavía me queda un rato, supongo, antes de volver a casa -
- Ah -

Y se produjo un silencio atroz, durante el cual la culpabilidad del hijo crecía y crecía sin cesar. No importaba cuánto tiempo pasara o cuánto madurara éste último, siempre serían padre e hijo.

- Escucha, papá... hay algo que tengo que decirte, y vengo cavilando desde algún tiempo...

"Ya está" se dijo el padre. "Lo va a soltar, es un homosexual. Yo ya se lo dije a su madre cuando rompió con la novia esa suya. ¡O cuando apareció maquillado en la casa por un concierto de rock o algo así! Y eso de que no le guste el fútbol o algo, eso seguro que se lo ha pegado su hermana. Siempre ha sido un poco afeminado y ahora por fin se ha decidido, pero yo soy un buen padre y me mostraré comprensivo"

- Vamos, hijo, ya lo sé.
- ¿Lo sabes? ¿Te lo ha dicho ya mi hermano?

"Caray. Así que su hermano lo sabía. Si al final voy a resultar que soy el último mono, pero bueno, supongo que es esta pinta tan severa que tengo, claro, le daría miedo contármelo, el pobrecito... ¿o ahora voy a tener que pensar que pobrecita?"

- Sí, sí. - Mintió - Ya lo sabía, ¿o te crees que tu padre es tonto? - se levantó para abrazarle - Pues sí, hijo, sí. Pero soy un padre comprensivo, yo te dejo hacer lo que tú quieras, sé que ya eres dueño de tu vida, y puedes entregarla a quien te parezca.

El hijo se sintió avergonzado, pero decidió no hablar más del tema. Cualquier palabra de más que pudiera decir su padre podía hacer que su tentativa de suicidio fuera cambiada por un sentimiento de amor filial, pero en lugar de eso estas palabras reforzaron su principal idea: suicidarse para evitar todo posible infortunio en la futura vida, ya que el prudente no aspira al placer, sino a la asuencia de dolor.

- Gracias, papá. Ahora sí puedo marchar en paz. -

miércoles, 1 de septiembre de 2010

¿Qué hay al otro lado del espejo?

Un opaco, duro y cruel panel de madera de ébano.

viernes, 20 de agosto de 2010

Vacaciones Desde el cadalso

¡El espíritu se ha muerto! ¡El espíritu está vivo! ¡El espíritu se ha muerto!

El espíritu está tambaleándose encima del cadalso, el espíritu agoniza.

Volverá con más fuerzas, de entre los muertos y de más allá de las pasiones, a partir del 1 de septiembre.


P.D. (Así que ya sabéis, escritores, a programar entradas para septiembre, pero hasta entonces, NADA)

domingo, 15 de agosto de 2010

Arábigas II

Dijo el califa, al ser preguntado por la biblioteca: " Si los libros contienen la misma doctrina del Corán, no sirven para nada porque repiten; si los libros no están de acuerdo con la doctrina del Corán, no tiene caso conservarlos."

jueves, 12 de agosto de 2010

Trova del vano

Se hallaba frente a él un vacío de infinito inabarcable. Allí los naufragios no cesaban y los rayos y las olas chocaban contra ellos. Y allá al fondo el sol, devoraba galeones y aeronaves, tal si fueran de cartón; hasta aquella orilla la jornada casi dura una vida, no precisamente bella; hasta ella, cuánto sudor y sangre, y lágrimas y heridas, parecía inalcanzable. Y ya sin más que uno, coraje, un bote y un par de remos, dio rumbo a su dirección.

Y flotando ya, sobre la pequeña nave, de reojo, fue a echar un ojo atrás. Y le dijo, casi a gritos: “el placer ha sido mío, fue un encanto conocerte, pero tengo que marchar”. Dándose por despedido, olvidándose en tierra todo hastío y el deseo de añorar, puso un remo tras el otro, combatiendo la marea y la tormenta como no creyó jamás.

Bajo él, ya las olas no eran de mar, eran de brazos y piernas flotando a la deriva. Los remos, astillados, ya eran sus brazos y sus piernas cortando el oleaje de huesos descarnados y de miradas tremebundas vacías. Y más allá, cuando el Sol lo miró y las estrellas sonreían, cada uno de sus miembros se gastó en el intento de saltarse aquel peaje de vidas malgastadas, repetidas y perdidas en el fondo de la sima.

Llegado ya a la orilla poco quedaba de su cuerpo, reino de hambre, sed, frío y soledad. Pero al fin la había alcanzado, en ello se le había ido la vida y no la iba a rechazar. Y en arrastre, como pudo, avanzó hacia dentro del continente buscando algo que encontrar; y pudo contemplar cómo un enjambre de órganos sin dueños combatía por dominar.

En su angustia e indecisión, en su amarga frustración desde unos labios quebrados llegó una voz: “Cabecita solitaria, nada queda que puedas hacer aquí, es el puño el mandamás; cruza el mar, ¿lo ves allí? dicen que al otro lado la vida es plena de razón para vivir”. “Lo que dices es muy cierto, no vine aquí para ver cómo unos cuantos luchan por sobrevivir; aunque no regresaré, ésta es mi razón de vida, allá dijeron: cruza el mar para triunfar”. Y ya inmerso en el fragor y rodando su cabeza, pudo dar unos mordiscos hasta ser polvo con tesón.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Él

Había llegado de las tierras occidentales, con su aire distante y absorto. Era mucho más bello que ahora, porque la avaricia aún no le había rozado siquiera. Una vez vino, jamás fui capaz de amar a ningún otro hombre.

A menudo en la vigilia me pregunto cómo llegó hasta aquí. Si estaba buscándome o si conocía algo de mis poderes, pero lo cierto es que ahí estaba, a las puertas del castillo, un día frío de ventisca. Estaba pidiendo auxilio, parecía preocupado, tan débil y tan fuerte a la vez que no pude evitar sentirme confusa ante la situación.

- "Nèa... rel..." - Dijo antes de desplomarse sobre la nieve.

Tardé mucho en encontrar el término entre mis libros, pero al final, probando con uno de mitología occidental, descubrí que así era como los ghaessianos llaman a la Señora de los Hielos. "Mal presagio", me dije, y me sentí como al borde de un precipicio: Impaciente por saltar.

domingo, 8 de agosto de 2010

Cuentos del medievo IV

Érase una vez un héroe que eras tú, sólo que en un mundo diferente.

En aquel mundo, estabas condenado a ser héroe todos los días de tu vida, sin una posibilidad de rendirte, de cejar en tu empeño o si quiera de vacilar. El Gran Dragón había podido con todos, todos los héroes anteriores, y sabedor de tal desgracia, tú no podías permitirte un segundo de descanso.

Ibas directo a su guarida, a buscarle al despuntar el alba, la espada en la mano, la armadura de metales preciosos y el escudo del león. El rugido del Gran Dragón no espantaba tu fiero rostro, así que avanzabas en la oscuridad de aquella cueva de muerte. Cuando guiado por el resplandor de las miles de piezas de oro puro que constituían el tesoro del Gran Dragón llegabas hasta su amplia guarida, gritabas, todopoderoso:

- ¡He aquí el héroe, he aquí la espada!

Y sabías que el Gran Dragón debía temer esas palabras, pero tan sólo retorcía sus grandes fauces en una mueca horrenda, mientras aspiraba aire para expulsar su hálito ígneo. El escudo del león, debidamente colocado, frenaba el pérfido ataque, mientras avanzabas en una carga frontal. El poderoso brazo del dragón golpeaba tu cuerpo entonces, estrellándote con la pared, la lucha siempre se complicaba y nunca era tan fácil como un ataque frontal, y mientras pensabas él ya estaba allí, agarrándote, ¿dónde se había metido el escudo? pensabas, el escudo estaba en el suelo, corroído y maltrecho, la cara del león que se había vuelto triste en lugar de fiera. Y tú entretanto, ahí estabas, atrapado por el brazo del Gran Dragón en un abrazo mortal, sostenido en el aire, pero aún con la espada en la mano, a pesar de que la armadura había sido desgarrada de costado.

¡Oh, el glorioso momento de liberación que sentías, cuando, armándote de una fuerza inusitada, mantenías las fauces abiertas del dragón, estando ya en su boca, a punto de ser devorado! Con la otra mano la legendaria espada cortaba de lleno el cielo de su boca, y el Gran Dragón caía al suelo de la cueva, y el frenesí de la sangre y de la espada te invadía, y así, lograbas acabar con él.

Suspirabas varias veces, jadeabas, te sentabas en el tesoro. Había veces que estabas más cerca de la muerte que otras. Salías a contemplar entonces el ocaso que el buen Dios te había permitido poder observar una vez más.
Pero el alivio sólo duraría hasta mañana, cuando el Gran Dragón volviera a despertar, como era la rutina de todos los días de tu vida.

sábado, 7 de agosto de 2010

Sin razón

Tened en cuenta esto que os digo:

Estamos alegres de estar alegres, no os justifiquéis por estarlo. Toda justificación para estar alegres es una traición a vuestros verdaderos sentimientos.

viernes, 6 de agosto de 2010

Noctámbulo

Estaba sentado ahí ya un buen rato. El ritmo del bajo, grabado en algún estudio californiano, le recorría todo el cuerpo cuando cerraba los ojos. Sus bracitos, ridículos y débiles, descansaban palmas arriba en el sofá. Dum, dum, durum, dum. El bajo, las risas de los demás, alguna débil exclamación hacia su soledad, por parte de los otros.

El tipo estaba ahí sólo, durmiendo bajo el aire acondicionado, mientras la gente bebía y reía. ¿Sería su forma de soñar lúcidamente? ¿Padecería insomnio y sólo echándose en lugares extenuantes podría dormir?

De cualquier manera, sólo era un tipo dormido y por ello, le robé la cartera.

domingo, 1 de agosto de 2010

El presidente lo está haciendo bien

Cuando la apoteosis final ha empezado a surgir, los peces habían salido ya de su nido, en cambio tú nunca me amaste, pero qué cosa más horrible, esto no ha hecho más que empezar. Lo que quiero decir es que cuando cosas como esta le pasan a uno por la mente y duendes martillean nuestros oídos, cada vez nos resulta si Hegel dice esto o lo otro más difícil de entender, ya que nunca parece haber un punto final para la verborrea. Lo que es piedra puede ser hombre y lo que es hombre puede ser piedra, más allá de las luces de la consciencia. A veces la palabra se diluye entre una marea de sinsentidos y después de una "y" aparece cualquier cosa, problema principalmente ocasionado por la falta de revisionismo o el excesivo abuso del mismo. Me apetecía hacer una cosa así ya hace algún tiempo, si está leyendo esto no pare, o pare por completo y léase el final para comentarme algo insulso, da lo mismo si Ehunises ya han destronado Ojos Azules en las cortes celestiales o en frente de la Ciudad Blanca. La realidad como este gran enunciado no es más que una sucesión de subordinadas, coordinadas, ¿pre?ordenadas que van formando una amalgama de creencias y directrices por las que tratamos de imponer el orden al caos... No pierda usted la concentración, no la pierda, siga usted trabajando en su insulso intento de entender la creación incoherente, donde el acto creativo tiene especial prioridad o lo que diablos signifique esto o lo otro, las vanguardias se suceden, van aconteciendo, la historia es un mar de dialéctica y me parece que el presidente lo está haciendo bien, o todo lo bien que puede. A veces la situación nos supera y nos hallamos en medio de un párrafo enorme, terrible, gigantesco, y no queremos seguir leyendo pero tampoco queremos abandonar, nos preguntamos por qué el escritor es tan malvado para formar un párrafo así, podría hacerlo más pequeño y dejarnos descansar, en paz, en la imagen fotográfica de un párrafo corto Luna descansa acariciando a la perra Lulú, y mientras I don't want you to adore me, el escritor se vuelve loco y empieza a mezclar frases aún más inconexas que las de antes, se deprime, se alegra, va y viene, pero usted todavía ahí.  Por ello, cuando el escritor pierde el hilo de lo que empezaba a contar, don't want you to ignore me la coherencia sintáctica, lineal, textual, lo que quieras Paz, se pierde, y tan sólo nos queda el mal sabor en la boca de que algo habrá querido decir, después de todo, I'll do it on my own.

miércoles, 28 de julio de 2010

Agujas

Cuatro agujas apuntaban directamente a mi antebrazo. Estaban colocadas de tal manera que al avanzar desgarraran la piel, penetraran en la carne, producieran un dolor intenso. Todo a mi alrededor era fuego, mi cuerpo empezaba a fundirse con él, mi agua se transformaba en sudor, pero la ira permanecía, agazapada.

Y entonces un movimiento enérgico hacia delante fue la liberación de aquella horrorosa presa a la que me veía sometido. Las agujas penetraron en la articulación y sentí que mi brazo explotaba desde el codo, que primero se desgarraba para más tarde simplemente abultarse de manera grotesca y reventar en aquel mar de fuego, pero mi puño seguía hacia delante y el dolor era demasiado intenso para ir más allá, para ver qué pasaría después de aquel movimiento desgarrador, de aquella demostración de ira, de aquella liberación funesta y eterna.

Parpadeé. Sólo había sido una breve visión. El sueño vendría más tarde.

martes, 27 de julio de 2010

Otro paseo.

Cuando ella salió de la caja se encontró en medio de un paisaje normal, bastante plácido, que podría haber resultado casi acogedor de no ser porque estaba teñido por alienígenas, o eso fue lo primero que se le vino a la cabeza.

Y, en efecto, lo primero en que no pudo evitar fijarse es que no conocía los colores. No lo entendía, era como si estuvieran lejos, tras un velo. Un sol gélido alumbraba sobre todas las cosas unas tonalidades que nunca había visto antes, cuyos nombres desconocía y que no tenían nada que ver con las que recordaba, aunque pudo comprobar que a ratos sí se aproximaban a colores más cercanos, para volver a sumirse en otra marejada de gamas extrañas.

Su primera impresión fue, pues, una suerte de pavorosa sorpresa, rodeada como estaba de pigmentos incomprensibles, aunque quizás todo se debiera a su vista, largo tiempo atrofiada dentro de la caja. Empezó a pasear, cada vez más temerosa de quedarse quieta.

Además de estar impregnadas de colores ignotos, las cosas, los objetos que veía, parecían alterados. Fue mirando a su vera mientras andaba por un pequeño sendero, y no pudo evitar ver cómo un reloj alto parecía estar cabizbajo, cómo los árboles se doblaban de forma poco natural, apoyándose los unos en los otros, apesadumbrados, cómo los bancos a ambos lados del camino parecían aullar desde lo más profundo de la piedra. Era como si todo estuviera sumido en una honda tristeza, o eso pensó ella. No sentía el más leve viento, ni veía nada moverse, salvo unas sombras en el cielo que sospechó que eran pájaros.

Mientras iba mirando todas estas cosas iba intentando decirse para sí misma los nombres por los que las llamaba en su día. Pero no le salía ninguno. Los tenía siempre en la punta de la lengua, pero nunca lograba acordarse del todo. Fue entonces cuando, tras un breve repaso mental, se dio cuenta de que, en efecto, no recordaba los Nombres. Ningún nombre de ninguna cosa. Ella sabía que todo lo que estaba viendo, el reloj, los árboles, los montículos, lo había visto, con otras formas y en otros lugares, antes, pero no recordaba cómo los había llamado entonces. Esto le hizo sentirse una suerte de intrusa, y medró en su interior una quemazón que parecía decirle que nada de lo que viera podía ser jamás suyo, o que al menos ella no podría considerarlo como tal, porque no podría nombrarlo y, por ende, poseerlo, ni tener ningún vínculo con ninguna cosa.

Se sintió como si estuviera en el centro de un abismo, un abismo surcado por infinitas brumas, y como si todo estuviera tras ellas, y se le presentase distorsionado, inefable, extravagante y abatido, y sentía que su alma estaría eternamente compungida por ello.

Y ella pensó entonces, pensó sin palabras, que no tenía otra cosa que hacer que seguir andando, sin perspectiva alguna de parar o de encontrar un sitio en el que establecerse, caminando para siempre.

Porque aun eso, por supuesto, era mil veces mejor que volver a la caja, todo era mejor que volver a la caja, cualquier cosa, y se iba diciendo esto una y otra vez mientras andaba descalza sobre la hierba húmeda del rocío, entre las lápidas.

lunes, 26 de julio de 2010

Cuentos del medievo III

Él seguía sin entenderlo. A pesar de que todos habían deseado que se perpetrara aquel asesinato, se hallaba estúpidamente condenado a la horca por haberlo cometido. Todos habían deseado la muerte del maldito tirano, y aún así ahora se sorprendían:

¡Monstruo, monstruo! lo llamaban.


Él no lo había entendido desde el principio; ellos querían "muerte", no "la muerte" de alguien en concreto. Ahora gritaban y esta vez, el caprichoso destino le había puesto en sus zarpas...

domingo, 25 de julio de 2010

Cuentos del medievo II

Él seguía sin entenderlo. A pesar de que todos habían deseado que se perpetrara aquel asesinato, se hallaba estúpidamente condenado a la horca por haberlo cometido. Todos habían deseado la muerte del maldito tirano, y aún así ahora se sorprendían:

"¡Monstruo, monstruo!" lo llamaban.

Él seguía sin entenderlo; no monstruo, no, sólo podía ser héroe en cuanto al coraje que hacía falta para ir más allá de las palabras.

viernes, 23 de julio de 2010

De la ventaja de podar flores

(A la experiencia)


De repente, un boquete. En la pared blindada, a mi izquierda, en el muro de medio metro de espesor, el acero se encuentra agujereado. Una emoción intensa que me recorre de pies a cabeza cuando pego mi cara peluda al frío acero. Contemplo un paisaje desolado, la desolación más terrible, la desolación propia de la guerra. La tierra árida y las nubes de sangre que se unen en el aire de un horizonte de horror ilimitado.
Tal y como nos la han contado, y como nos la hemos imaginado, y como la hemos estudiado, y como puebla nuestros sueños angustiosos.

Aparto la cabeza de la pared, y se me nota que estoy nervioso, no puedo ocultarlo: sudo por todo mi pequeño cuerpo peludo y mis dedos tamborilean sobre la sucia madera de la mesa insistentemente.
Pasa un rato, intento no obsesionarme con ello, pero acabo irremediablemente pegando el rostro a la pared. De nuevo la vista infame por la mirilla enana, pero hay algo que me choca repentinamente. Quietud, no se oyen las explosiones, no hay nubes negras de balas, ni trincheras, ni disparos, ni muertos ni bombas.
Pretendo disimular al organizar mis pensamientos, mirando fijamente al fondo de la habitación. El profesor pasa, tijeras en mano, por entre las mesas garabateadas con grabados y dibujos.
Es hora de cortar el pelo. Cada alumno contempla cómo el vello de todas las partes visibles de su cuerpo va cayendo en un cubo, junto con los pelos de los otros, cortados de las manos, la cara, los brazos. Frecuentemente un corte desafortunado resulta doloroso, entonces el profesor se entretiene más con el alumno, sonríe de forma extraña, lo calma, seca, consuela y anima. Después de todo esto se llevan los cubos repletos de pilosidades metidos en cajas de madera, esas cajas no se vuelven a ver.

Y es que todo está muy organizado aquí, en el búnker. La pared blindada de acero que lo rodea se va deteriorando continuamente, así que debe ser reparada trabajosamente cada cierto tiempo. Los que han vuelto de la desastrosa guerra organizan, secuencian, decoran, arreglan todo lo concerniente al búnker aislado, o bien se dedican a impartir la docencia a aquellos que al cumplir la mayoría de edad seguirán sus pasos, yendo a los campos de batalla, luchando heroicamente, siendo luego veteranos reconocidos por su descomunal labor. Y cuando tras unos cuantos años volvamos podremos dedicarnos al ocio, a las infraestructuras del búnker o la docencia, y seremos más maduros, habremos perdido de una vez el infecto pelo que en este momento cubre todo nuestro cuerpo, caminaremos más erguidos, y no como andamos ahora, casi arrastrándonos... Seremos más sensatos también tras la exposición a las ignominias sin fin que tienen lugar en los páramos y llanuras de la muerte.


Contemplaba el quehacer rutinario de las tijeras sangrantes, y cuando el profesor de tez pálida se dio la vuelta volví a mirar por el inadvertido agujerito.

Ahora se podía contemplar el sol, un sol de justicia, allá en lo alto, a muchísimos metros del suelo. Como una pupila roja y descomunal que semejase poseer luz propia. Nunca había contemplado más fuente de luz que las pequeñas bombillas presentes en las estancias del búnker, y eso me sorprendió. La luz irradiada parecía ser extrañamente rojiza, y cubría todos los desechos, la inmundicia, la escoria y la tierra pútrida. Al principio los mismos ojos me dolieron, tal era la luminosidad de ese cielo ahora sin nubes.

Noté una presencia a mi lado. El profesor se había acercado empuñando las tijeras. Alargué al brazo, y vi cómo los mechones marrones caían en el fondo del cubo de acero. Cuando, al acabar, se dio la vuelta y salió por la puerta para entregar el último cubo -pues ya estábamos todos pelados- no pude de nuevo reprimir mis sudorosas ansias de ver qué pasaba allí fuera.
Sobre la llanura desolada e ilimitadamente destruida, y bajo el enfermizo rojizo resplandor del astro se hallaban, como cobijados por los tenebrosos haces de luz irradiados, un grupo de seres sin pelo, pero que en lugar de andar erguidos como orgullosamente habíamos visto a nuestros padres y conocidos se arrastraban vilmente a cuatro patas, gruñendo en un lenguaje incomprensible, manchándose despreocupadamente de suciedad impura, y peleándose por algo que extrañamente parecían ser los restos mutilados de uno como nosotros, peludo y anormalmente delgado; a lo lejos, muy lejos en el horizonte, me pareció ver por primera vez árboles y campos.

jueves, 22 de julio de 2010

Consideración encadenada o encadenante

"Ah, los vientos vacíos, ah, la brisa matutina, ah, los tiempos de ahora. Ahora nunca podré abrazarte, Michelle. Michelle, tu vida se esfuma entre mis dedos con la misma facilidad en que se deshace la colilla de un cigarro puro, qué tristeza, qué amarga. Amarga saber tu impasibilidad ante la muerte y ante lo trascendente, tu mirada distante cuando ya se iba, ya se iba todo. Todo lo que pudiera habernos pasado ya es pasto de enyalpas, todo es nada, ah."

Y el Viento, regocijándose en su crueldad, cortó las últimas palabras del viajero: "¡Silencio, maldito cliché!"

miércoles, 21 de julio de 2010

<< El prudente no aspira al placer, si no a la ausencia de dolor >>

(Aristóteles, Etica a Nicómaco)

martes, 20 de julio de 2010

Más felices

Habríamos sido más felices si quizá, en algún momento de nuestra tortuosa relación, yo te hubiera confesado lo único que quería de tí.

Creo que supe desde el primer momento en el que te vi que ya te tenía reservada esta suerte de desgracias en que se ha ido convirtiendo nuestra relación. Tú me mirabas y yo veía en esos ojos amor, y por dentro yo pensaba qué diablos, voy a dárselo todo, voy a hacerlo posible. Pero no podía y sencillamente estaba mirando a otro lado, esperando que tus vanas esperanzas se disolvieran pronto. También puede que lo supiera en aquel momento en el que me abrazaste, hasta arriba de cariño, y rompiste el hielo después de la tormenta. Sí, puede que fuera ahí cuando todo se arruinó. A veces me pregunto cómo pudiste no saberlo, si todo estaba ahí ya desde el principio.

Estoy seguro de que había un momento, o un lugar, entre las lilas y las rosas, para decirte la única y aplastante verdad.

Pero no lo hice, y aún me sabe mal abrir la nevera para encontrarme contigo.

lunes, 19 de julio de 2010

Gehenna - The Shivering Voice Of The Ghost

Una vez más os obsequio, en este ciclo de Tonadillas Pastoriles. Ahí va una que me gusta mucho.


Ha caminado conmigo de rato en rato desde que el Caballero Esq. (actualmente muerto o desaparecido, ya que no comenta) me la recomendó, junto con el consejo de usar el sistema de descarga directa en vez de los videos porno encubiertos de e-mule (lastimoso ejemplo de que no nacemos sabiendo).



A los pacatos a los que les disgustan los gañotes espectrales y la petulancia del black metal he de confesarles que es uno de esos géneros en los que te adentras con cierta ordenada progresión, y que la ronda comienza por lo general con los exponentes más plácidos, la rompiente melodiosa, para luego ir adentrándote pasito a pasito en la abisal negrura, cada vez más cruenta. Cuanto antes mejor, te percatas de que el mínimo cerebro y talento (y no se me encomienden a Baphomet por estas crudas palabras) se encontraba sólo en los iniciales teclados y el rollo Ambient, que, entre otros, epitomiza Gehenna.

Su nombre proviene de un sitio de Jerusalén que ha sido documentado por Los Rebaños como la entrada geográfica a los Infiernos.

(Pensé durante un tiempo, no obstante, que decían "coast" en vez de "ghost" y, por tanto, la incesante frase del estribillo me evocaba romanticismos misteriosos. En fin, tampoco pidamos demasiado.)





domingo, 18 de julio de 2010

Chefchaouen (2º día desde la partida)

Doquier diriges la mirada, los oídos, los dedos, lo místico, lo asceta, la fe, se sienten en el viento, en las paredes, en los rostros en forma de pasión austera, sincera, encarnada, poco acostumbrada de nuestra tierra de bombo, plato y boquilla. Zarandean la conciencia, despojan de la piel de lo superfluo los ojos occidentales que, renegando de la modernidad, hastiados de la insípida existencia mecánica, han partido y enclavado sus almas en este lugar, en la serenidad catártica de los Montes Atlas; y ahora contemplan los turistas, con sus cámaras, sus mochilas y sus aficiones insignificantes como perennes niños ignorantes del verdadero significado de la existencia.

En una cultura muy sujeta a la cadencia (donde el hijo de cabreros será padre de cabreros) la mano de Occidente que ofrece a los jóvenes oportunidades para poder escapar a un sino se picos y palas en las zanjas de la frontera está callada y latente (una realidad cuya perpetuidad no parece alarmarnos). Sin embargo es voraz su garra junto a los tenderetes de ventas de alfombras y forja, donde descansa un muro blanco y añil en que cuelgan decenas de camisetas de equipos de fútbol europeos; a la sombra de los pórticos de las mezquitas donde toma un imán la sombra, calzando un par de adidas; o en una roca junto al camino polvoriento hacia Brikcha, donde un anciano ermitaño disfruta bajo un alcornoque de su coca-cola en lata.

La calidez, la gratitud y el hospedaje aguardan en la puerta de cada hogar, y un gesto amable corona cada esquina y cada terraza. El color de las paredes, las piedras de la calzada, los senos del sendero, los frescos rincones y las escaleras tortuosas que conducen sin fin a nuevas casas, nuevas rutas, nuevos escondites, mágicos, resplandecientes... todo emana fulgores de empatía, sosiego, acogimiento.

Sólo una excelencia aquí es vedada: la del cabello color noche, tejido como violentas olas; la de la piel tostada color miel; la de las formas como las dunas, salvoconducto del frenesí y la vida... Ocultos bajo el perturbador velo de obstinado dogma. Aun así bastan los ojos como almendras inmensas pintadas de la noche más abisal, para mostrar, a su través, todo cuanto cabello piel y formas esconden.


jueves, 15 de julio de 2010

Adentrémonos en el apasionante ciclo vital de la podre.

Un día el mortificado Jimmy se levantó con un pequeño dolor en la cabeza. Al llevarse la mano al lugar donde le dolía, entre pelos de octogenario y piel arrugada encontró la forma de un bulto. No era un bulto en sí, no sobresalía, pero notó algo duro y extraño. Y pequeño, azares benévolos. Casi se olvidó del bulto cuando iba al trabajo, pues su papel lo exigía: el ser el más joven de la oficina y tener un puesto como el suyo era algo impensado y que debía ocuparle toda su concentración y esfuerzo. Pero a la hora de comer le sucedió un incidente que le hizo recordar por mucho tiempo la minúscula protuberancia. Y es que comenzó a dolerle la cabeza contemplando una taza de café, en la hora de comer, y todo comenzó a darle vueltas y todo giraba y giraba y el café hablaba y se imaginó por unos instantes con un terrible árbol surgiendo contra el cielo desde su cabeza, y pesaba muchísimo y todos huían y él al intentar seguirlos destrozaba el edificio, y ellos cortaron unas ramas, contaron las anillas y vieron que el roble era centenario, y que, por tanto, él no debía por su edad trabajar allí y le rebajaron el sueldo y todos se reían de cómo intentaba mantener el equilibrio con eso encima y todo giraba y giraba en espiral…hasta que la alucinación fue pasando y siendo sustituida por el aséptico blanco del a oficina.

Esa noche tuvo un sueño tumultuoso y al despertarse la mañana siguiente el bulto seguía ahí, igual en todo excepto en que dolía más. Y se llevó todo el día deambulando de un lado para otro, cansado y desgraciado, con un bloqueo intelectual que le impedía trabajar en condiciones, aunque fingió hacerlo, y por lo que sabemos, la farsa salió bien.

En cuanto llegó a casa lo primero que mecánicamente hizo fue contemplarse en el espejo del cuarto de baño, ojos vidriosos fijos durante horas en aquel bulto infernal, y acabó por caer en un trance de embotamiento tal que empezó a chorrear una baba viscosa por su boca durante horas, con unos ojos vacíos que miraban allí donde, de momento, no había nada.
Y esa misma noche soñó con que se follaba regularmente a la chica que amaba pero ella le comenzó a poner los cuernos, cuernos que fueron creciendo hasta alcanzar los dos metros, y acabó por sacarle el ojo a su madre con uno de ellos (que, por cierto, se movían como si tuvieran articulaciones).

A la mañana siguiente sí era claro, aunque imperceptible casi, que algo había aumentado. Y su dolor de cabeza había crecido de forma geométrica. Se miró al espejo y se vio dentro de una jaula gris, en medio del desierto. Y no pensó en casi nada durante todo el día, estaba absolutamente ausente y su dolor de cabeza era de proporciones bíblicas, a cada dos segundos llevándose el dedo a las arrugas de su frente y tanteando, con una mezcla de terror y amor, aquel extraño suceso que le había ocurrido la desgracia de acaecerle a él.

Al llegar a su casa y mirarse en el espejo le dio la impresión de ver que había crecido en el bultito y sus alrededores una sutil hierba.



Cuando se despertó se percató de que el bulto ya no era de un tamaño normal, era ligeramente grande, y, por ende, cien veces más preocupante. Y sí, eso que parecía una fina capa verde envolviéndolo era definitivamente hierba, y entonces cayó en la mayor de las locuras y pidió el día libre en el trabajo “por asuntos personales”. Se sentó en el sofá a ver la tele, pero en vez de dirigir su mirada al tenue resplandor de la caja tenía los ojos cerrados, envuelto en penumbra se tocaba la hierba con cariño, casi podríamos decir, y sentía su tacto maravilloso en los dedos y pasaba el dedo para arriba, para abajo, para arriba, para abajo, para arriba, y eso lo llevó haciendo en una suerte de éxtasis lechoso durante un tiempo largo e indefinido, maravillado y sonriente como un imbécil.

Luego se decidió a comer algo, no era consciente de la hora, y había bajado todas las persianas y tenía las luces apagadas, pues desconfiaba de que alguno de sus múltiples enemigos en el trabajo se pasara a echarle un vistazo para ver el motivo de la inusual falta, y se lo encontrase en ese estado terrible del cual ahora, más que no querer salir, que también, pero su principal objetivo era ver a qué llevaba todo esto.


Al día siguiente se despertó porque no podía dormir bien, y estaba claro: el bulto parecía una pequeña nuez pegada a su cabeza, algo espantoso y desagradable. Él, previsor, llamó y pidió la baja por al menos una semana, y en el trabajo todos, al saberlo, más tarde o más temprano, en sus oficinas se frotaron las manos y sonrieron, algunos con menor disimulo que otros.

Ya no podía estar tumbado, y sentarse lo debía hacer con mucho cuidado, pues al más mínimo roce sentía torturas indescriptibles.

Cuando llegó la hora de dormir, se vio en un aprieto, pues estaba convencido de que no podría descansar en condiciones si lo hacía tumbado. Se enfadó sin encontrar ninguna solución positiva, pensó en cortarse, ahora que podía, pues todo indicaba que crecería más y más, el maldito bulto, pero el simple pensar en el dolor que sentiría le hicieron tirar al suelo impotente las tijeras de podar.

Intentó dormir sentado en una esquina, la casa estaba oscura y la tenía frente a él como un mar negro inmenso, y nunca pensó en terribles criaturas fantasmagóricas y en fuerzas espectrales que surgieran de las olas de ese mar mientras estaba en su cómoda cama, con una cabeza de una forma y tamaño normales, pero ahora sentía miedo, y entre la angustia por su devenir y esto y quizás el terrible dolor de cabeza no pegó ojo en toda la noche, y embotado y dolorido se toqueteaba la suave y verde colina de prados bañados por el rocío, intentando percibir su crecimiento, mas siempre le parecía que estuviera igual.


A la mañana siguiente le dolían todos los huesos. Todos los huesos. Todos los huesos, y se encontraba flaco y apático, pues le daba la impresión de que el bulto le parasitaba y recibía gran parte de su energía, y que él debería de comer el doble, pero siempre se hallaba desganado y no comía ya desde hacía dos días ni siquiera para alimentar al bulto sólo.

Y al mirarse al espejo no le sorprendió que pareciera una nariz gorda y más grande que la otra en medio de su frente arrugada y sucia. Y se encontró monstruoso y lloró, el que había sido en su día el niño más bonito de su clase y de su colegio y de su mamá ahora lloraba por ser un engendro, pero es que, además, para agravar el asunto, resulta que no sólo era horrible por el bulto, su cara, tras días sin bañarse y casi sin dormir, aparecía deforme y sucia, con unas terribles ojeras.
Entonces sólo se le ocurrió pensar que si el bulto seguía creciendo sin límite ocuparía en su momento todo el universo y más, es más, visto su rapidísimo engrandecimiento, en muy poco tiempo sería enormemente grande, y que entonces se desprendería de él de alguna manera y empezaría a pasear por las colinas cubiertas de hierba verde, respirando el aire puro.

“Porque no existe cosa más desagradable que un bulto anormal y deforme en la cara de alguien, más si está absolutamente cubierto de una capa verde repulsiva” le había dicho en su día su abuelito y ahora se lo repetía una y otra vez el pazguato Jimmy y se martirizaba, y entonces cayó en la cuenta de que podía muy bien ser cáncer, o algo extraño, quizás su explicación estaba más cerca de los límites de la ciencia que de lo sobrenatural.

Estuvo pensando en esto varias horas, y se puso nervioso y empezó a golpearse en la cabeza, mas el dolor era terrible y hubo de parar enseguida, y entonces, con la mano sangrando, cayó en la cuenta de que debía de ir a ver a un médico.

Tuvo que bañarse, pues ya olía mal, el repiqueteo de las gotas como notas musicales en el bulto le dolían como mil flechas y el agua pronto comenzó a volverse roja, de la sangre reseca y negra en parte de la suciedad que llevaba encima.

Luego se puso un traje limpio, un sombrero, y salió a la calle.

Y era de noche, o eso parecía, lo cual no cuadraba con su imagen mental, pues creía haberse despertado hacía relativamente poco.

Y en las calles sólo encontró perros y farolas, y cubos de basura, y sólo se cruzó con un par de personas, y al llegar a la consulta del médico, luminosa en la noche, pues abría las veinticuatro horas del día, tiró de la puerta de cristal y entró.

Allí estaban sentadas diversas personas, que al entrar él le interrogaron con la mirada, y le preguntaron sin palabras por su vida y qué lo había traído aquí. Estaban sentados en sillas de plástico un viejo, un hombre con un saco en la cabeza, una pareja que se miraba con vergüenza, sobre las que él fantaseó qué les había podido traer allí, un niño sólo y con expresión ausente, y un hombre con un sombrero como él, mirada esquiva y un inusualísimo parecido con él.
El se sentó y se sumió en la tristeza, hasta que escuchó por un cutre altavoz “¡siguiente!” y miró a su alrededor y estaba sólo, y entró en la sala donde la aguardaba un médico gordo e impaciente.

El médico miró con repugnancia hacia él, desde su sitio lleno de mierda su repugnancia no disminuyó cuando vio el bulto. Desde su baja silla parecía un vigía que espiaba a las personas desde dentro y abajo, arañando donde más dolía. Cuando él le contó la historia del bulto parecío sentirse incómodo y restregó el trasero contra la silla buscando una posición confortable, cuando acabó de relatarla se encontraba dormido sobre el costado, y a él le pareció insospechadamente adorable y sólo tuvo voluntad para ocuparse en arroparlo, y le dio un besito en su frente como a un enorme bebé ignorante.

La sala de espera estaba vacía.

Salió a un callejón más oscuro y sucio que el que había visto su entrada al médico, y entre la negrura una sombra se alejó hacia la salida del callejón, y al salir a la avenida llena de farolas contemplaba a aquel hombre del sombrero en la sala de espera, que andaba unos pasos por delante suya.

Aquel inusualísimo parecido ocupó su mente los días posteriores, y soñó con él y el hombre de la clínica, uno de los dos con cuchillo de carnicero. Los sueños disparatados se incrementaron, y el bulto parecía ya un melón grandote. Sus pensamientos se vieron monstruosamente dominados por una misma terca y fija idea: el hombre de la clínica, el del sombrero, rondaba la casa. Creía ver su figura por las ventanas, y pensó que, ya que se parecían tanto, él le había contagiado el bulto, y ahora era libre y se deleitaba en contemplar qué le había pasado. O quizás simplemente le pareció curioso y lo siguió, y ahora se deleitaba en ver cómo avanzaba su caso. Un olor a palomitas invadía a rachas el aire de la casa, y predominaba con respecto a los otros olores nauseabundos. Pues ahora el bulto había empezado a expeler y a estar rodeado de un aire viciado e irrespirable. Ni siquiera su propia nariz se acostumbró pronto.

El sombrero con el tiempo fue insuficiente para tapar la aberración, y acabó poniéndoselo en el bulto, al principio a título de curiosidad, luego para reforzarse a sí mismo la apariencia que presentaba de tener dos cabezas, una surgiendo de la otra. No se atrevió a iniciar ninguna conversación con su otra cabeza, pues temía cualquier cosa.

En estos últimos meses se movía cada vez menos, y no por su pesadez cefálica, a la cual se acostumbraba a medida que le crecía aquello. No, más bien era porque se sentía falto de fuerzas, no obstante comía muchísimo (quizás para alimentar a dos personas). Pero cada vez se llevaba más horas seguidos en el mismo rincón, sin apenas pensar en nada, la mirada bizca. No tenía ganas de otra cosa. Y las horas se convirtieron en días. Y los días pasaron.


Si un tiempo más tarde uno hubiera deseado pasarse por la casa del pequeño Jim, y hubiera burlado las cortinas, ya permanentemente echadas desde hacía mucho, hubiera contemplado cómo había avanzado su insalubre estado. En ese momento, la superficie del bulto había pasado de ser ligeramente rugosa a presentar protuberancias enormes, de casi un mentro, por toda su superficie, como dedos saliendo de su piel. El cuerpo de Jim era otra de esas protuberancias. Colgaba en el aire como una concreción cancerosa y terrible más de una grandísima esfera con vello verde. Dudamos de que pensara ya siquiera. Pero, a cambio, a veces parecía mirar con cierta satisfacción imbécil la conexión que tenía con el bulto. Pues, ciertamente, cada vez el perímetro de contacto con la enorme esfera que ocupaba toda la habitación cuadrada era menor. Con los meses fue disminuyendo más aún, hasta parecer un resistente hilo, un nervio. No consideraba cortárselo ya, pues se presentía inminente la separación.


Un día de tantos, el viento lo despertó. Se incorporó, y sus manos acariciaron la suave hierba sobre la que había reposado. Un pájaro cantaba desde alguna rama. Un ciprés estaba recortado a las estrellas.

No entendía dónde estaba, y no recordaba lo pasado en días anteriores. En ese momento, casi instintivamente, en un amago de peinarse y quedar coqueto, se llevó la mano a la cabeza. No había bulto. Había una especie de hendidura muy leve, o quizás fueran imaginaciones suyas. Comenzó a pasear por el prado. Aquí y allá, el terreno se ondulaba suavemente, y los árboles llenos de frutos invitaban a bailar. La hierba era de un verde fulgente, y él se sintió de repente feliz, y empezó a bailar. Bailó y bailó, y gritaba canciones infantiles. Cuando quiso darse cuenta de dónde había parado, se encontró con que había vuelto al sitio en el que se despertase, con el ciprés en su misma posición sombría. Corrió presuroso a investigar los secretos de aquel lugar, dando saltos, y por el camino cogió un par de frutos de un árbol, antes de perderse en aquel bosque que se alzaba sobre la verde hierba.


Pocos se dieron cuenta de que esa noche la Tierra tenía dos satélites.