lunes, 31 de mayo de 2010

El Ritual

El timorato pequeño Jim tenía un juego. Cuando cagaba recogía su mierda y entonces su amiguito Oscuro tenía que esconderse en ella y Jim lo buscaba, y excavaba y excavaba manchándose las uñas y los dedos de excremento, y llenaba toda la habitación, las paredes, el techo de mierda como tras una explosión. Pero cuando su tutor legal venía a verle su amiguito Oscuro parecía desaparecer de verdad, y por más que intentara mostrarle que se hallaba en algún rincón entre tanto zurullo, por más que se manchase y lo manchase todo, nada aparecía. Entonces el desavenido pequeño Jim era castigado a limpiarlo todo con su lengua, hasta dejar la habitación brillante, sin trazas de suciedad. Era por entonces cuando reaparecía de debajo de un mojón aplastado el bueno de Oscuro sonriendo, y es que en el fondo… ¡qué bien que se lo pasaban los dos! ¡Qué de trastadas y aventuras alocadas vivían! Aunque bien es cierto que había cosas desagradables, por ejemplo cuando el alelado del pequeño Jim estaba limpiando la mierda con su lengua y Oscuro no podía parar de reírse en voz baja, con una risa grave y sepulcral.

domingo, 30 de mayo de 2010

Descomposición en el espacio y en el tiempo


Ahí va un héroe nacional, el hombre prudente.
Tomen ejemplo damas y caballeros, ese hombre no le tenía miedo a la muerte. Desde el primer momento supo lo que tenía que hacer y no flaqueó jamás: 50 años sentado esperándola, sin mover ni una pestaña. No podía soportar la idea de que ella lo pillara de improvisto.

sábado, 29 de mayo de 2010

...

Ataviadas de un blanco impoluto, las señoras están sentadas en los bancos de la placita. Conversan animadamente, su charla se mezcla con el griterío de los niños que juegan en las callejuelas colindantes, elevándose sus voces nacaradas hacia las estrellas. No muy lejos de allí, al fresco céfiro, los ancianos contemplan los olivos y el monte, aquel paisaje que los vio nacer, apoyados en la baranda inmaculada del vetusto mirador. No tercian palabra entre ellos, sumidos en arrugada reflexión. Más allá, en la plaza de abastos de columnas simétricas, las madres cotillean y murmuran trivialidades recurrentes, cíclicas. Cargan con cestos de mimbre en los que portan las mercancías exóticas que anuncian los vendedores al bullicio. A las afueras, en los jardines de magnolias, una pareja se besa, lejos del mundanal ruido, y bajo un anciano roble un soñador apunta demencias en un cuaderno aterciopelado. En las calles empedradas con cantos pulidos, los niños ríen y parlan en ese lenguaje desconocido u olvidado. De repente, el semblante del más joven de ellos se torna sombrío, ha notado una sutil diferencia en la luz, un cambio atmosférico, siente cómo irrumpe una gélida brisa que le inspira escalofríos. Quizás es una falsa alarma, pero considera que es mejor prevenir, y se lanza a la carrera. Corre por los jardines, el bosquecillo, de robles, el mirador, la plaza de abastos, profiriendo gritos, alertando. Llega, seguido de los demás habitantes, a la plaza en la que las señoras ahora tejen extraños tapices, y da la alarma. La brisa es cada vez más intensa, convirtiéndose en un viento huracanado, y una rara luz refulgente comienza a inundar partes del pueblecito. Sin demora, se monta en la plaza un averno de ruido, empujones, sollozos, padres llamando a su prole a gritos, golpes y carreras. Cuando están reunidas ya, todas las familias se dirigen apresuradamente a las casas, lúgubres y retorcidas, que bordean las calles del centro. El pueblo queda completamente vacío, ni un alma, ni un sonido por las calles. Se encierran en las oscuras y goteantes buhardillas de los caserones, todos quedan inmóviles, las madres silenciando a los bebés que lloran, los más aguerridos asomándose con precaución por las rendijas, o a través de las persianas, para contemplar cómo es aupado el inmenso disco solar, que hiere sus ojos, y cómo el gallo canta desde la placita a la mañana que empieza.

jueves, 27 de mayo de 2010

Fábula macabra

Érase un esqueleto que yacía en una profunda cueva. ¿De quién era ese esqueleto? De un escritor, un escritor terriblemente celoso.

El caso era bastante claro, y no menos típico. El escritor había muerto de inanición; había descubierto que la comida podía influenciarle.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Tendencia a cuidar la falsa abundancia

–Dos mil seiscientas dos cicatrices en su pecho son las que pueden contar mis ojos esta noche…
–Sé que a cada pulso la observas, cuando sus senos son desprendidos de sus perennes compresas rojas, y se acogen a la luz argéntea de la madrugada, asomada en el balcón de las orquídeas, dando de mamar a sus retoños… luna tras luna.
–¿Por qué lo hace?
–Cada ocaso toma un escoplo y un mazo, frente al espejo. Cada vez martillea en un distinto lugar, pero siempre lo hace en el pecho… hacia el corazón. Luego de observarlo entre sus manos lo arropa en paños, y lo amamanta durante horas hasta caer rendida a la delirante extenuación. Por el día baja a las calles, acunando el nuevo brote de su ánima, en busca de algún corazón cansado, algún corazón doblegado a la lengua ávida o a las nervudas raíces del discernimiento, y así poder sumergirse entre ajenos huesos, donde poder completar resquicios que el vacío habite. Los versos melancólicos, la voz narcótica, el perfume melifluo de su cabello, ademanes libidinosos y maneras etéreas, acaban por someter a la víctima, por constreñir su pecho hasta hacerlo transigir a su trueque. Y los corazones cambian su jaula.
–¿Y qué hace con el nuevo corazón?
–Nada especial. Probablemente lo tire a los perros, al río o las raíces de un árbol. Lo único que necesita es que adoren el suyo. Lo demás deja de importarle.

martes, 25 de mayo de 2010

La jodida metempsicosis del hombre laico moderno

"Hijo mío, atrás quedaron los días en que te la meneabas a escondidas, te metías con el hijo del vecino y utilizabas el llanto para doblegar a tu madre mientras hacías lo que te daba la gana a sus espaldas. Cómo pasa el tiempo, eh... Ya eres mayor hijo y, ahora, toca aprender nuevas formas de extorsión.

He estado toda mi vida educándote y preparándote para este momento. Hijo, que no te asusten las palabras de tu madre sobre la muerte o la existencia. ¡Esa vieja harpía, siempre envenenando y saboteando todos mis esfuerzos por hacer de ti un hombre de provecho! Verás hijo, no debes tenerle miedo a la muerte, en realidad, la muerte sólo es una etapa más en nuestra vida, es la transición entre el mundo del ayer y el mundo del mañana ¿sabes? Para que lo entiendas, la muerte es como despertarse de un sueño muy largo. Cuando te despiertes, comenzarás una nueva vida. Es bien sencillo, si trabajas duro y te esfuerzas, tu nueva vida será la mejor que puedas imaginar. Cada uno obtiene lo que se merece. Por eso tienes que luchar, tienes que dejarte la piel ahí fuera, tienes que ser un tiburón, porque ahí fuera vale todo. Existen los débiles y también los flojos, y esos nunca verán su culito sentado en los sillones de las altas esferas, pero tú sí hijo. Cada uno obtiene lo que se merece. También hay quienes, como tu madre, son escépticos y se niegan a ver esta realidad. Que su palabrería no te engañe, cada uno obtiene lo que se merece. No tengas reparo con los que tengan menos. Todos somos libres y tenemos los mismos recursos, las mismas posibilidades. Si ellos no quieren esforzarse, desaprovechan sus vidas y hacen el mal, allá ellos... Cada uno obtiene lo que se merece. Hijo, sobre todo, mantente alejado de la gente maliciosa que boicotea el sistema. Ya se arrepentirán, tarde o temprano; la pereza y la desidia les pasará factura y llevarán una vida de miseria. Estarán condenados a ser inferiores.

Hijo, no quiero para ti un destino tan cutre como el mío. Tienes que ser alguien importante y poderoso, a toda costa. Ya sabes, la vida es una competición y tú tienes que ser el mejor. Y quien sabe, si trabajas duro y alcanzas el éxito, quizás te reencarnes en uno de esos peces gordos. Quizás cuando te despiertes del sueño estés podrido de dinero y tengas una de esas casas enormes en medio de la montaña, como los famosos; una jauría de tristones abogados que te limpien el culo y te encubran mientras te metes con tus compañeros de negocios y una mujer que te lloriquee y se disculpe por no pasar suficiente tiempo contigo, mientras a sus espaldas tus jóvenes amiguitas te la comen. Mira que llegan a ser putas.

Y ahora tengo que irme a trabajar, los bancos no se dirigen solos, ¿sabes?"



lunes, 24 de mayo de 2010

A Ojod'oro

Por exasperados y demenciales que fueran sus aullidos, nadie parecía oírle. Desistió, tras largo rato -¿horas? ¿minutos?-, de demandar auxilio, al cerciorarse de que no le iba a socorrer nadie. Estaba solo y debía encontrar la manera de salir de allí, solo.


En un principio pensó que se encontraba apresado merced a una broma desagradable, a alguna suerte de complot en su contra o a una necedad médica. Maldijo mil veces a aquel que cerró -hacía horas o días- la caja de pino. Por mucho que se devanaba los sesos, lo que le parecía el recuerdo más reciente, que adquiría ya tintes de ensoñación, era poco esclarecedor. Recordaba un techo grisáceo, una lámpara, una mosca revoloteando en torno a una bombilla, y una respiración grave y pausada, mas no enferma, que debía de ser la suya propia echado sobre el edredón.


En verdad no se había sentido demasiado achacoso aquellos últimos días. Pensó que todo podía deberse a algún infarto rastrero, del que la humedad, los golpes, el tiempo podían haberlo rescatado. Quizás un enemigo se lo topó en pleno sueño, al ver su semblante pálido y su pecho casi inmóvil podía fácilmente haber orquestado una trama de farsas para conseguir su entierro en vida si hubiera sido algo avispado. Repasó mentalmente el listado de sospechosos. No recordaba haber ocasionado perjuicio a nadie, en su día había sido un buen samaritano, un hombre caritativo y devoto. No entendía por qué a él esa exasperación, la perspectiva de esa larga agonía hasta morir de hambre, preso por cuatro clavos, un par de tablas, o algo similar.

Interrogó la cuestión en nuevos alaridos sanguinarios, pero hubo de cesar definitivamente al empezar a sentir la sangre ardiendo en su garganta.

Por supuesto, la idea de estar muerto era inconcebible para su sustancia pensante, pero aún no había reparado en multitud de opciones. Intentó repasar las posibilidades con fidelidad, sintiéndose cada vez más cómodo sobre la superficie en que reposaba.
Podían haber sido extraterrestres. Quizás el compartimento en que se sentía preso era una cápsula camino a Orión, y él se iba a encontrar en breve ante los embajadores galácticos, como representante de toda la especie, todo el planeta, o toda la galaxia. Por instantes experimentó un caluroso sentimiento de importancia al haber sido elegido. Pero el silencio, el terrible silencio, distaba bastante de su concepto de "compartimentos traseros de un galeote espacial".

Lo cierto es que la idea de hallarse lindando con trayectorias de gusano y bulbos expansivos del subsuelo se imponía por sí sola como la más plausible, para su desgracia. ¿Qué decrépita especie alienígena habría escogido a un señor mayor de 60 años como epítome terrestre? Trató de dar con alguna respuesta más edulcorada o esperanzadora, pero no pudo, por mucho que su mente vagó por todas las oportunidades que a sus huesos podían ser concedidas. Se deprimió hondamente, y el tiempo siguió pasando.

Tras un prolongado rato tormentoso -minutos u horas-, comenzó a re-animarse, y al mismo tiempo comenzó a aburrirse. Ningún entretenimiento le iba a evitar, empero, más suplicio. Se dio cuenta de que poco más podía hacer ya que abrir los ojos, alejarse de hipótesis cerebrales y empaparse de la negrura del féretro, que sentía le rodeaba como un abismo, o entretenerse contemplando alguna imperfección en la madera de su cárcel, si alguna tenue luz pudiera captar.
Abrió los ojos. Y un blanco aséptico lo inundó, y por un momento tuvo que pestañear, pues era casi dañino a la vista.
No daba crédito. Adelantó una mano para palpar la pared blanca, que lo rodeaba, y encontró que era tersa, sin imperfecciones, y, lo que más le sorprendió, curva por todos los lados.


Rompió la cáscara de una patada.

domingo, 23 de mayo de 2010

s/t

Despierto de mi ensimismamiento. Después de veinte minutos de estar en la misma página de internet, mirando a aquella foto ensimismado, me pregunto qué diablos estoy haciendo aquí.

Aquí es muy amplio, puede ser "en esta página", "en esta habitación, haciendo ésto", o "en mi vida".


No importa, pienso más tarde, de todas formas no tengo buenas respuestas para ninguna de estas preguntas.

sábado, 22 de mayo de 2010

Meditación estival

Hay veces en las que uno decae, en las que los miembros todos comienzan a colgarle a uno más de lo usual, sobre todo cuando camina, y se siente uno como si fuera por un camino cargando con un par de muertos, mientras la cabeza le martilla como un enjambre demoníaco. Veces en que la mente parece salirse peligrosamente de las cuadrículas de la extrema izquierda doctrinaria, en que de repente le llueven a uno una tormenta tropical de palabras y números, y olvida los asideros a los que atenerse, olvida hasta su comida preferida, y gusta hasta de Ummagumma, y sus conversaciones se apagan, mudan al terreno de los balidos monosilábicos.

Si, hay veces en que uno se siente estúpido, sin ganas de hacer nada fructífero, y te comparas una y otra vez contigo mismo, cuando no era todo tan difícil, y no tenías que plantearte tantas cosas, una y otra vez. Cuando las opciones estaban límpidas, diáfanas y claras, cuando había buenos y malos, y no el embrollo enmarañado que te hace comerte el coco, cuando había cosas buenas y no relativas, cuando había motivos, y ganas, y los exámenes no te obligaban a suprimir cualquier raigambre creativa, por temor a la desconcentración, por temor contagiado a la media, cuando no estudiabas nada en vez de una hora, y no descubrías tantas cosas de sopetón, y las opciones estaban límpidas, diáfanas y claras, y las ideas aberrantes eran lo que su nombre indica, y no otra cosa, y no le dabas tantas vueltas a las cosas, ni te acostabas tan tarde.

En esos momentos hay canciones, como ésta, que le demuestran a uno que merece la pena volver a matar.

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viernes, 21 de mayo de 2010

Diapositivas

Con el recuerdo de la joven de pelo negro, rostro pálido y risa cristalina me pasé la mano por los labios, deseando recordar el sabor de los suyos. Poco a poco todo mi ser fluía a través de las heridas, fundiéndose por el agua y perdiéndose para siempre. Pero entretanto, todavía era yo mientras me quedaran mis recuerdos. A la conciencia me vino entonces aquella ciudad que se había quedado desierta con mi llegada, y también aquel viejo de pelo canoso, mirada penetrante. Los esfuerzos, las guerras, los amores y las pasiones, todo fluía hacia alguna parte, para empezar de nuevo o para acabar del todo. El aburrimiento de las tardes ociosas, el estrés de los días rojos y frenéticos, más tarde o más temprano, se amalgaban y se confundían.

Al final, unos ojos azules me miraban desde un infinito lechoso, blanco de muerte y de purificación, de final de este relato. Me estaba muriendo. Quizá fuera Dios.

O quizá no.

martes, 18 de mayo de 2010

El poeta "danés"

Con un tono de voz imperioso, citó la frase de aquel poeta "danés" que, según había dicho, la había acompañado durante 31 años.

"El hombre es un dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona"
 
Más tarde, ávido del mismo poder, la busqué largo tiempo en la red... Aquél poeta se resitía a que lo encontrara, no sabía por qué.

Ein Gott ist der Mensch, wenn er träumt, ein Bettler, wenn er nachdenkt.
Friedrich Holderlin

Entonces me di cuenta.
 
(Por si no habéis caído, es alemán.)

lunes, 17 de mayo de 2010

El animista (A pablo)

Asdrufel, el animista, era un tipo simpático y aventurero. No dejaba de hablar; lograba reconciliaciones entre las flores, ayudaba a los árboles a fortalecerse y tener descendencia, calmaba a las rugientes montañas y los pérfidos espinos y volaba alto con los pájaros, cuando éstos venían de exóticos países.

Para sus congéneres,grandes desconocedores de todas estas cosas, vivía en un silencio fúnebre y en el más profundo aburrimiento.

Absurda ignorancia...

sábado, 15 de mayo de 2010

Futuro de subjuntivo

Si el que...

Trujere, pensare, deseare.
Soñare, hablare, realizare.
Desdeñere, dijere, odiare.
Introdujere, sacare, follare.
Escupiere, parare, pensare.
Humillare, maldijere, odiare.
Finalizare, llorare, llorare.

¿Hubiere amado?

jueves, 13 de mayo de 2010

Un mundo insatisfactorio..

en el que sueñas de forma vívida que asesinas una y otra vez a una persona con una constelación podrida en el pecho, sólo porque te revela un nombre que creías que el sol no podía desenterrar.

miércoles, 12 de mayo de 2010

El día.

A veces, todos necesitamos un día en que nos hagan sentir el ombligo del mundo, por eso opino que cumplir los dieciocho años es genial...



Yo repetiría.


(Con todo, que nunca se os olvide que eso es una ficción numérica)

domingo, 9 de mayo de 2010

Calentamiento Global

Hoy, a día 9 de mayo del 2050, hace mucho calor. Muchísimo. Más de lo que mi antepasado, el ecologista desaforado, pudiese haber imaginado.

Por eso, pondré el aire acondicionado.

sábado, 8 de mayo de 2010

Cánones

Mi palabra favorita siempre ha sido transgresión; me ponen las mujeres con pelos en las piernas.

Oración personal de consumo diario

Demos las gracias, démonos las gracias, pues si hoy no aprendimos mucho, al menos aprendimos un poco, y si no aprendimos un poco, al menos no enfermamos, y si enfermamos, al menos no morimos, y si morimos, al menos ha habido cambios trascendentales, y si no ha habido cambios trascendentales, al menos no aprendimos mucho, demos las gracias pues.

jueves, 6 de mayo de 2010

El cobarde renegó de la vida

Todas las noches tenía la misma pesadilla:
Huía, con ese asqueroso regusto que te deja la angustia en la garganta, por los laberínticos pasillos de su cárcel. Se escondía en cada uno de los repugnantes rincones de su prisión e inmediatamente después, seguía huyendo. No podía ver qué o quién lo perseguía -si miraba atrás no veía más que el polvo que levantaba al paso- pero se sentía indefenso, desprotegido. El sueño acababa siempre con una imagen de espanto que lo despertaba de un sobresalto. Era entonces, en la oscuridad de su confinamiento, cuando se aferraba con amor a sus barrotes y besaba el óxido amargo del acero. Era la única forma de borrar de su sesera el terrible recuerdo.
Lo que no sabía es que la imagen que lo atormentaba era la puerta de su propia celda abierta y que su temor era el de sentirse desnudo ante la inmensidad, el de sentirse libre.

Yesterday and today

Sucedió un domingo.
Ya me encontraba cansado cuando descendí a la vigilia, debido probablemente a que la noche pasada me había acostado demasiado tarde. No recordaba mucho de lo que hice, y, por mucho que me pudiera ser útil saberlo, a estas alturas sigo aún sin poder rememorar casi nada. No había ruidos afuera, recuerdo que me sorprendió no oír ningún estruendo de coches u otros entes motorizados a lo largo de las horas; era uno de esos días que invitaban con claridad al recogimiento, o bien al esparcimiento en soledad. Mientras trataba de despegar unas legañas acérrimas entre las sábanas me decidí a dar un paseo. Mis ojos se abrieron de par en par al sucio blanco del techo.

Pensé que debía comprar un par de barras de pan, y también pensé que tenía una molesta erección dentro de los calzones, que ya me ocuparía en aliviar. La humedad de la paredes conformaba manchas oscuras, se me vino a la mente que si no arreglaba pronto el problema de las cañerías ocuparían todo el espacio de la habitación. Al poner los pies en el suelo vi que el tornillo del Cristo que estaba en la pared sobre mi cabeza había cedido, como se veía venir, y que éste estaba en el suelo. Lo dejé en la mesita de noche para volverlo a colocar luego. Mi corazón daba tumbos de gratitud por que no hubiera caído sobre mi crisma.
Fui al cuarto de baño a lavarme la cara y demás, y allí comprobé que tenía unas ojeras inmensas y que había abandonado los prados del sueño demasiado pronto. Maldije por ello a mi reloj biológico, ya que me resulta imposible volver a dormirme cuando ya he abierto los ojos, y muchos días empiezan más temprano de lo que debieran.

Me preparé un par de tostadas y me puse a ver la tele. Por un momento me quedé absorto ante unos dibujos animados de unos caballitos orejudos que hablaban, sin pensar en nada, escuchando sus discusiones de voces infantiles. Tuve que agitar la cabeza para desperezarme, y estiré el brazo para cambiar de canal. Puse las noticias de actualidad, y se me abrió ante los ojos el amplio espectro de los tumultos políticos y los debates ideológicos de la actualidad, que me indujeron un estado similar de embelesamiento, mientras comía la tostada procurando que la mantequilla no me chorrease en exceso por la mano. Cuando acabé de desayunar apagué la televisión, y tras hacerlo escuché una remota melodía que alguno de mis vecinos andaba ensayando. No solía hablar con la mayoría de ellos, y desde luego desconocía quien era aquel que tocaba ese piano que ocasionalmente resonaba en la lejanía. Era una melodía triste.

No me planteé demasiado la ropa a ponerme, no pensaba que a esa hora temprana fuera a verme nadie. Cogí una camisa de cuadros y un par de vulgares pantalones de octogenario, fui a por la cartera y salí de casa. Mis pisadas bajando la escalera resonaban fuertemente, quizás por contraste con la levedad de los demás sonidos. Descendí el último tramo con amplias pisadas y un par de saltos. Quizás por falta de aceite, la puerta de hierro que daba a la calle crujió, como solía hacer. Me suele costar abrirla, pesa mucho y a veces está bastante dura. Salí al aire de la ciudad dormida, o resacosa, de aquella mañana.

Asombrado, me arrepentí en cuanto estuve fuera de no haber llevado un paragüas. Cuando nieva, como pensaba que sucedía entonces, me es siempre bastante útil, pues detesto que los copos se introduzcan entre mi ropa y me mojen. Pero una observación más detallada me hizo darme cuenta de que además de una lluvia blanca descendían desde lo alto una suerte de luces rojas, como fuegos fatuos que caían con solemnidad del cielo nublado. La ciudad contenía en su aire una lenta guirnalda de luces en movimiento.
Intenté asir uno de los extraños copos. Tuve que soplarlo al cogerlo, para apagar el fuego. No daba crédito a mi sorpresa. Era una pluma que ardía, cuya parte superior estaba ya medio carbonizada, revelando un entramado de finos nervios. Entendí entonces que lo que había interpretado como nieve eran una infinitud de plumas que caían a una velocidad lenta, de forma parsimoniosa, algunas incendiadas, sobre nuestra ciudad. También caía una especie de polvo finísimo, como de ascuas.

Traté de escrutar de dónde procedía todo, pero parecía venir de más allá de las nubes, grises nubarrones de otoño, que me impedían ver qué había por encima de ellos. Pensé por un instante que lo más lógico era que una bandada de ánades en migración hubiera sido combustionada por el motor de un avión. Fuera lo que fuera, era un espectáculo inaudito, y me consideraba en cierta manera orgulloso de ser el único ser vivo en los alrededores que lo estaba presenciando, a excepción de un par de gatos que se ocultaban bajo un coche.

Era demasiado temprano como para que la panadería estuviera abierta, así que me propuse dar un paseo por la ciudad antes de ir a comprar el pan. No había señal alguna de que ninguno de los vecinos se hubiera levantado aún, el único contacto humano que había tenido hasta entonces había sido la distante sonata del piano, si podía considerarse como tal.
Comencé a andar entre los bloques de pisos marrones, mirando hacia arriba con una mezcla de admiración y precaución, pues debía de evitar a toda costa que una de las plumas incandescentes acabara en mi pelo. El suelo estaba cubierto aquí y allá de cálamo, plumón y polvo, lo que indicaba que, dada la lentitud del descenso, éste llevaba un tiempo efectuándose.

Mi mente caminaba meditando sobre el cansancio -físico- que sentía últimamente, quizás debido a un sueño insuficiente, y se inquiría acerca de si llamaría a R. o no esa tarde, pues lo cierto es que no tenía mucho más que hacer que un par de ejercicios de anatomía ósea para la escuela de adultos, y eso en caso de que me resolviera a acudir el Lunes, cosa improbable dada la desgana mayúscula que me venía produciendo ir.

En un principio mi paseo se dirigía hacia el centro, pero una vez concebí que no pensaba ver a ninguna persona en el trayecto, y menos a una conocida, viré hacia las afueras. El campo y las granjas un domingo a primera hora, antes de la irrupción masiva de descerebrados, siempre me habían resultado de los más acogedores.

La suave lluvia de plumón continuaba su descenso solemne, como una nevada a cámara lenta, pero yo no pensaba ya en lo extraordinario de aquello. Conforme iba andando escaseaban progresivamente los coches, y abundaban árboles emplumados a un lado de la calle. Mi perorata cerebral había finiquitado, y lo cierto es que no cavilaba nada en concreto, sólo paseaba acompasadamente, imbuido un poco por la parsimonia que me rodeaba, mientras esquivaba las ascuas que bailoteaban el aire.

Me introduje en el campo terroso que había a la izquierda de la acera para continuar andando entre los naranjos.
Llevaba un rato caminando entre los fuertes árboles cuando algo cayó velozmente a unos metros de mi. Lo único que vi fue una especie de objeto negro precipitarse hacia el suelo, que hizo un sonido que indicaba que había caído sobre alguna planta, o matorral.

Me aproximé con curiosidad al lugar en dónde creía que estaba. Donde aclaraban los árboles había unos matorrales y un pozo, y, en efecto, sobre uno de los matorrales había un objeto. Al principio no lo reconocí, o no quise reconocerlo, pero tras una breve inspección se me reveló como un homoplato humano, virulentamente quemado, unido a un brazo, cuya mano esquelética sostenía aún un trozo de la empuñadura de una espada, que yo, apasionado de la esgrima, no tuve problemas en reconocer como tal. Pero lo que lo hacía tan sumamente chocante, lo que me hizo abrir la boca de asombro y pánico, era que de el homoplato surgía también un ala, y de ella colgaban aún algunas plumas medio combustionadas.

Superando una cierta aprensión hacia lo que tenía ante mi, separé, no sin un notable esfuerzo, la empuñadura de sus dedos, y tuve que lanzarla lejos, pues ardía.

Restregué mi mano contra el pantalón, para enfriarla. Miré de nuevo al cielo, a las miles de cosas en llamas que continuaban cayendo, cada vez más, desde alturas inescrutables. Y me sentí súbitamente solo, terriblemente solo, como nunca antes. Una aguda punzada de dolor penetró en mi estómago. De repente tenía la necesidad imperiosa de llegar a casa, de cerrar la puerta con llave y encerrarme bajo las sábanas. Recuerdo que poco después de iniciar la vuelta rebusqué entre mis bolsillos por algún motivo, para darme cuenta de que me había dejado las llaves en casa. Seguí caminando. No mucho tiempo más tarde otro cuerpo muerto y medio quemado cayó con estrépito cerca de donde yo caminaba. Tenía fragmentos de una armadura blanca y una de las alas parcialmente rota, y se le adivinaba una suerte de cabellera rubia abrasada. No me detuve a contemplarlo, y aceleré el paso, incapaz de encontrar una respuesta satisfactoria a nada de lo que había visto, diciéndome con ingenuidad que lo peor ya había pasado, y deseando encontrarme con algún ser humano que ya se hubiera levantado por el camino.



Sin embargo, la "lluvia" duró varios años.

miércoles, 5 de mayo de 2010

El fin de la rutina

Hoy levanté la mano y casi muero del asombro, porque un ademán se me cayó.

Abrí la boca para expresar tal conmoción y sólo salió una horrible expresión vieja y vacía, de olor a podrido. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de mi estado de putrefacción, al que ahora asisto impasible mientras escribo estas líneas, atacado por un afán de reportero morboso. Me toco la cara y ésta demuestra ser desplegable, y en la mano me encuentro un trozo de piel reblandecida, me tiro de los pelos y éstos se quedan en mis manos, abandonan mi cabeza embotada de gusanos y de parásitos que han llegado para quedarse.

A fuerza de llorar forzosamente, se ha caído un ojo al suelo, y aún tengo suerte si para cuando termine de escribir me queda el otro ojo, con el que podría hacer un hipotético intercambio con el barquero. Toda mi barriga, que es pequeña pero existe, empieza a hundirse y a ser un agujero, trozos de piel aún tersa se desgarran por las costillas flotantes. Mis piernas se doblan estúpidamente y ya no obedecen mis pensamientos, pronto vendrá algún enyalpa a por mí, ahora que estoy decididamente muerto, sin ideas, como rodando por un sueño.

martes, 4 de mayo de 2010

Sueño de otoño

Me recliné y, de repente, te encontré tumbada en aquel lecho, qué bella eras, sin embargo, tú habías cambiado. Me observaste, esos ojos de esmeralda perdían su mágico fulgor y ahora oscurecían, oscurecían y se sumergían como en la ceguera de quien pierde la vida. Te acaricié: tu tez, antes lisa y fina, comenzó a llenarse de pequeñas pústulas enrojecidas; tu tez, antes de una reluciente palidez, qué bella eras, comenzó a adoptar un tono de ligero glauco, como las luciérnagas de fantasía. Y se mezcló conmigo el aroma de tu cabello azabache, largo y liso, derramado como una cascada, por tu cuello, tu nuca, tu frente, que se hacía dulzón, como el aroma de las flores de los árboles de bolitas ocres, que empiezan a descomponerse en el camino otoñal. Pero me observabas, qué bella eras. No sé si te besé, me besaste o nos besamos, esos labios que antes fueron rosados, y ahora se tornaban apagados como el té con demasiada leche, el té demasiado lechado, pero qué bella eras. Te levantaste y me sonreíste; cruzamos el bosque, el bosque una y otra vez cruzamos, el bosque, una y otra vez más mágico, y volvimos al lecho donde antaño, aquel día, nos encontramos.

Te tumbaste y me recliné, me observaste, y tus ojos eran más negros; te acaricié, y tu piel era más débil, y más fugaz, y más purulenta; y tu cabello se esparcía más rancio y ajado; y, aún así me observabas, y nos besamos, o me besaste o te besé, y tus labios eran más raídos y más polvorientos; pero te levantaste, me sonreíste y volvimos al bosque, una y otra vez. Lo cruzamos una y otra vez, una y otra vez y cada vez era más mágico. Una y otra vez, hasta que te convertiste en polvo. Sin embargo, qué bella, qué bella eras, aún podía disfrutar de tu belleza.

Al fin y a cabo, yo también había sido polvo, desde hacía mucho tiempo.

Sing For Absolution

Marcho a tierras crepusculares. Cuando esté allí, prometo acordarme de todos vosotros, Humanos, que habéis asistido al nacimiento de este irrisorio y repugnante gusano, metamorfoseado ahora en una flagrante mariposa ardiente de furia, sedienta de gasolina y vientos huracanados. La absolución me espera al final de una autopista infernal, delirante de motores y de latigazos de humo. Prometo acordarme, y llorar entonces por vuestras almas perdidas.

[Sing For Absolution - Muse]

Imprevistos de la existencia

"Llevaba tantos días sin hablar con nadie ni oír las noticias que no podía saber que los servicios de limpieza de la ciudad estaban en huelga. Cuando saltó desde la ventana del octavo piso fue a caer sobre una montaña de bolsas de basura. Y ni siquiera tenía las llaves de su apartamento."

AdminEdit: Tomás Onaindia, "A destiempo"

lunes, 3 de mayo de 2010

Sustituto

Deslizándome poco a poco en la silla, he ido cediendo a la fuerza de la gravedad y cayendo como el líquido que soy, ahora que me he arrancado los huesos. Desde este suelo frío puedo observar mi esqueleto fuera de mí, impávido y sonriente, actuando como si no pasara nada, y francamente, lo hace mejor que yo.

domingo, 2 de mayo de 2010

Irrupción-Presentación

La depresión laberíntica dura años de inmersión ciega. Enervados fantoches se reafirman ante la alegre terrible perspectiva que tanto contradice su parcela oficial de visión vital registrada. El caos subterráneo se pasea por pasillos opresivos y enfermizas curas sin remedio lo hacen mantenerse en su piel, bajo su piel, sobre su piel, el reptil aire que lo rodea expeliendo polución y bajo el ego y el órgano una cosa oscura, dentro, una ficción absoluta e ilusioria con pseudópodos de negrura que aprovecha la más mínima vacilación para hacer emerger de entre las aguas sepulcrales sus extensiones de dolor, sobresalen por los orificios vitales azabaches tentáculos que rodean y golpean y espantan, y el hospedador corre sin ver por entre las pulcras calles mientras la gente se aparta de su determinista carrera para acabar neciamente golpeándose contra los muros hasta sangrar. Y es retirado por manos invisibles de la vista de cualquier transeúnte bienpensante para acometer derribado e inconsciente su día a día alcohólicamente triste de paria.Un día simbólico, que ya cree el último tren hacia el olvido, retoma la consciencia y acude a saludar el último día hasta la llegada del Sol Rojo, el Sol que es exterminio y pureza. Pero al abrir con sus fuerzas mermadas por su terrible huésped (quizás un ser de otro planeta, quizás un pequeño desliz genético) el ventanal siente que el aire ha cambiado. El aire. El aire simbólico, y en ese aire respirable se siente de repente desinhibido y lo envuelve una felicidad áurea y un regocijo ocasionado por la singular menudencia de que ahora el aire es respirable, entran por su mente ocasionales destellos que le evocan un flujo de impresiones. La impresión capital es la de que él lo vale, en su conciencia penetra a trompicones la idea de que puede llegar a serlo, le es lícito aspirar a eso (que no voy a especificar), y mientras todo esto va ocupando su discurrir en el tiempo la negra sabandija planaria se va exegéticamente reduciendo entre ardores de chillidos e infiernos supurantes.Y él supo todo esto, en parte lo intuyó entonces, pero cuando realmente se dio la cuenta suficiente como para relatarlo fue después y con la ayuda de ciertas personas a las que les agradecerá eternamente con días de rosas. Cuando se da cuenta de todas estas cosas, de lo que le queda para ser lo que siempre ha sido gloriosamente y no es, cuando decide volver a incurrir para crear sobre el substrato de números dementes pintados en las paredes decide que se sentiría bien por el simple hecho de escribir, aunque sólo sea una entrada, en un blog, y se dispone a hacerlo. El resto está siendo escrito ahora mismo

El hombre onírico

Es escalofriante. Hoy, al despertar, he vuelto a contar los días, las lunas y las lluvias que han pasado desde entonces, y que llevo viviendo en este lugar nítido y cuadriculado. Cuando hablo contigo, allá en casa, dices siempre que estás bien, que ahora podremos caminar juntos, a cualquier parte, que me acompañarás a casa, que ya no hay nada que temer, y luego risa cristalina y mirada coronada de plata, pero luego de tí no hay nada, sólo abrir los ojos y maldecir tu nombre una vez más, demonio del sueño que vienes a acosarme cada noche.

Desde la ventana, a plena luz del sol, observo ahora con hastío el ajetreo de toda esta insulsa ciudad. Hace dos segundos, ahora tres, y más tarde cinco, estaba en el paraíso de tus brazos.

La taza de café se cae al suelo. Qué más da, si NO es un sueño, esta noche, cerraré los ojos, y no habrá pasado nada.