viernes, 30 de septiembre de 2011

Maternadas I

Y en el instante en que lo comprendió todo, de repente, un viento huracanado vino a llevársela y a impedirle correr hacia sus más ansiados deseos, de modo que, al final, se llevó la cabeza y así fue como la mujer se descompuso en polvo, con una terrible mueca de sorpresa.

Empezó por su pelo a descompononiéndose poco a poco, y ella notaba el tirón en la piel del cráneo, luego, y de manera uniforme, sus brazos empezaron a borrarse como si el Creador se hubiese arrepentido de tales trazos, y finalmente, sus pies, su cuerpo y su cara quedarían reducidos a un montón de ceniza.

Años más tarde, esta ceniza sería usada, pero eso ya es otra historia.

martes, 27 de septiembre de 2011

Luisiana I

Lo último que sentí antes de recibir su mordedura fatal fue un terrible cosquilleo en la nariz. No sabía que los tigres también me provocaran alergia.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Reivindican una espiritualidad más ecologista

Militantes internacionales de partidos ecologistas y ONGs entre las que se encuentran Greenpeace y Amigos de la Tierra han enviado un comunicado a los principales líderes y comunidades budistas de todo el mundo. En el mismo, exponen una visión renovada del Samsara (rueda de las reencarnaciones hasta alcanzar el Nirvana) y de sus seis reinos de existencia (a saber: los dioses, los semidioses, los humanos, los animales, los espíritus hambrientos y los habitantes del infierno). Así pues, con este movimiento, se propone fundir el reino de los animales y el de los humanos en uno sólo e igual reino: el reino de los animales; y que además éste se amplíe para incluir a los vegetales, hongos, protozoos, bacterias y virus, hasta ahora no tomados en cuenta por las escrituras védicas, y considerados, por lo tanto, en el mismo saco que las latas de calamares en su tinta (sin los calamares) o los sobres con estampitas de gormiti. Además, lo más importante, pretenden introducir un nuevo reino, el de los insectos domésticos, distinto del reino anterior, y por encima, por lo tanto, de los humanos, los perros y las ratas, y, consecuentemente, más cercano del Nirvana. Argumentan los verdes más leídos de orientalismo occidental, que existen evidencias irrefutables de la similitud de muchos de estos pequeños seres con los más elevados maestros de la budeidad: se acercan al ideal del shramana, pues sólo obtienen su subsistencia a partir de lo ofrecido por los seres remunerados (en este caso, los burgueses como nosotros), sean migas de pan, dalsy pegado en las esquinas de los cajones, o sangre, en los casos más voluntariosos; enaltecen el sentido de la comunidad, o sangha, conviviendo juntos, compartiendo las mínimas posesiones y cantando al unísono (excluyendo el caso de las arañas, o ermitaños hinayanas); también son mártires y enaltecen la mortificación y el sacrificio, siempre sin retribuir el daño puesto que son bien conocedores del kharma y se saben cerca de descorrer el velo del maya, etc.

La reacción en la comunidad budista ha sido variopinta. Al incluir a todos los seres vivientes en el mismo reino, la perturbación del karma está asegurada, pues cualquier cosa comestible provoca un daño cósmico en el todo brahmánico. De esta manera, mientras la corriente Hinayana se ha declarado en contra de la iniciativa, ya que para encontrar la liberación antes hay que evitar morir de hambre; miembros de los sectores más conservadores del budismo Mahayana hallaron una iluminación instantánea en las palabras del comunicado ecologista, por lo que decidieron fundirse con la nueva doctrina decidiendo alimentarse únicamente de roca, como los Goron. Además revelaron las ventajas de la nueva creencia, pues ahora, alimentación y mortificación, son la misma cosa. Por otra parte, los budistas lamaístas, con el Dalai Lama a la cabeza, han denunciado públicamente esta propuesta. Anuncian en una carta a occidente que, de ser el reino de los insectos domésticos superior al de los hombres y resto de seres, los monjes y maestros deberían ser las cucarachas y las hormigas, lo que resultaría totalmente inviable puesto que las pequeñas criaturas se han declarado incapaces de agarrar una espada y una lanza para responder a las agresiones militares por parte de China. Otros creyentes dhármicos, especialmente los adscritos a las principales doctrinas hinduistas, han protestado humillados por haber sido destinatarios excluidos del mensaje ecologista, cuando la competencia de los reinos de la existencia se corresponden originalmente con los devas hinduístas y las upanishads, escrituras no reconocidas por el budismo. A esto respondieron los ecologistas que justo intentaban evitar que el budismo cayera en tan fatal sistema de castas que el hinduismo mantenía, pero para más jolgorio, extendido también al resto de seres vivos. Por otro lado, en templos de muy diversos orígenes, escultores de guardia han añadido alas, antenas o extremidades poliarticuladas a las imágenes de Buda, y se han introducido a las criaturas domésticas en los principales sutras impartidos en sus centros, para no parecer muy retrógrados en la vertiginosa carrera del New Age.

Está visto que tenemos verdes de todos los colores. Y de seres iluminados, ni hablemos.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Criaturas

Elévate, y clávame tus puñales. E intenta no despertar a los cajones. Arrástrate, y arrástrame limpiando en tus mármoles impecables las lascas de ti mismo. Y no te apenes porque el cronista de tu hazaña no sea más que un crujido bajo tu paroxismo, que yo te sigo mirando la nuca. Hunde tus garras en la autolisis precintada de cuyo aroma disfrutas y que crees que a mí me espanta. Me atora, imbécil, igual que te ahogarías tú si derramaran sobre el televisor polvo de escayola helada. Yo soy el aire, y la tierra, soy volar y enterrarme, soy la vista de mil ojos, soy tu alimento más preciado, tu suelo, tus sábanas y la seguridad de tu techo. Soy el sumidero de tu baño, y el agujero de tu váter. Soy la huella en tus tenedores, la mota en la taza, la pata en el cartón de leche. Soy tu calle, tu farola y tu restaurante chino. Soy tu casa. Sincérate con tu pelo repugnante y la roña de tus uñas. Que tú no eres más que un pulverizador y otra zapatilla. Y en tus tripas, un cajón abierto como mil madrigueras humedecidas.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Sine die

Tu cabeza arde Y aún te rascas el mosquito del meñique. Tu cabeza es ceniza Y te empecinas por salvar a golpes Un trozo rojo de carne

domingo, 4 de septiembre de 2011

La semilla de los gusanos (II)

Y mientras tanto, el plástico lo recubría, con cada actuación, con cada entrevista, lentamente, pero con avidez. Continuó por recubrirse su pecho y sus extremidades, hasta el momento en que ni siquiera necesitó vestirse, pues apenas quedaba al descubierto su rostro y su transitado ano. Pronto, se convirtió en un ser de luces, reconocido y aclamado. Ahora, se encontraba en el pleno capullo de la sociedad, y mientras las hojas, las ramas y las raíces de la ciudad anhelaban más que nunca ser un capullo, él se reunía con el resto de capullos del árbol del mundo… y muy pronto él florecería. Mientras tanto, era invitado a las convenciones sobre medio ambiente, a los consejos de guerra, a las reuniones sobre la conquista del espacio, a los congresos sobre la cura contra la vejez. Y en aquellos situaciones, las criaturas larva solían hablar por él, y a pesar de su fingido interés sobre los asuntos tratados, éstas no lograban más que musitarle cuán bello, afamado y querido era, lo que solía comunicar literalmente a los congresistas. Una tarde, en un importante encuentro con las grandes personalidades del momento, el Hombre Florero fue interpelado por un brillante psicoanalista, que le preguntó sobre las pulsiones retentivas de su etapa anal, algo en que aparecían las palabras emergencias egodistónicas, paraidolia y compulsiones. Entonces, él permaneció inmutable unos instantes, como esperando la ayuda de sus habitantes, y luego no dio por respuesta más que un burdo “prrrff”. Y tras pensarlo dos veces, continuó imitando a los gases anales durante un buen rato, mientras agitaba su cuerpo y sus brazos tumbado en el suelo, como fingiendo ser una criatura babeante y reptil, frotando su vientre a la largo de toda la sala engalanada y sus presentes. Aquel que le preguntó, se marchó enseguida. Poco después se supo que aquella misma noche escribió un tratado, que consiguió editar a la mañana siguiente. Pero en ese momento, los que concurrían la sala sólo rieron. Y el Hombre Florero, continuó emitiendo aquel ruido siempre que la ocasión se presentaba, hasta que éste comenzó a sustituir el lenguaje convencional, porque parecía despertar mejor respuesta en sus congéneres que la palabra hablada.

Su éxito no parecía languidecer. Los sumos filósofos elaboraban nuevos sistemas que posicionaban al ano como centro del Universo; los más expertos historiadores vislumbraron nuevas leyes antropológicas que permitieron esclarecer cómo la historia había podido tener lugar hasta entonces sin un Hombre Florero que regara al mundo; los maestros arquitectos rehicieron la construcción y postularon que a partir de entonces la casa no comenzaría a construirse por los cimientos, sino por el váter. Por entonces, el Hombre Florero era apenas una cubierta de plástico andante. Sólo su ojete permanecía al descubierto, mientras el resto parecía adoptar la forma de un sobre rectangular, de múltiples tonalidades y escrito en imprenta. Pero a sus fanáticos, aquello no le importaba. Era parte de su encanto. Tampoco importaba que hubiera olvidado comunicarse. Acudía a sus actuaciones como automatizado, dejaba que su culo dispusiera y, luego, regresaba a su hogar, quizá emitiendo una estruendosa pedorreta. Ya por entonces sus ojos, sus oídos, su piel y sus manos eran las criaturas larva, y más allá, el plástico. Incluso ellas se tornaban comida, almohada y papel higiénico, si ése era el caso. La conexión con el exterior era cada vez más frágil. Y a sus amigas les quedaba poco por tejer.

En su última actuación, todos se disfrazaron como él. El Hombre Florero apareció casi arrastrándose al escenario, y se entristeció al extremo por no oír el clamor irracional de sus entusiastas, a pesar de que aquél fue el más apasionado. Intentó saludar con una fútil pedorreta, pero no obtuvo por respuesta sino el absurdo eco de sí mismo dentro de aquel envoltorio oscuro e impenetrable. Intentó valerse de alguno de sus gelatinosos habitantes pero no halló ninguno a su alcance. Tímido, inerme, fue a colocarse de espalda al público y así ejecutar su función. Sin embargo, estaba completamente ciego, y carecía de orientación. No hubo nadie en ningún momento que le dijera “adelante, todos te quieren” pues se hundía en el más profundo de los abandonos. Aún así, parecía conservar fuerza suficiente como para situar sus nalgas contra el cielo y disparar su genio y su don, saludar a las estrellas con una ráfaga de flores artificiales y enarbolar al público con sus dotes. Y de esta manera, el Hombre Florero, en un afán definitivo por volver a oír a sus fanáticos amados, disparó un último abanico de flores por el culo. Sin embargo, todos los orificios habían sido sellados ya.

Se dirigió a su hogar, ansioso, convulso, tropezando y causando accidentes a su paso. Y en el interior de su cubierta, un jardín de colores se agolpaba contra él, ocupando el poco espacio que le quedaba para respirar. Los transeúntes se preguntaban qué podía perturbar tanto al Hombre Florero. Pero nadie lo detuvo. Al alcanzar su casa, derrumbó la puerta de una embestida fortuita. Y en lugar de su hogar siguió sin ver más que aquella inmensidad de flores que lo embebía, como en un ataúd colmado de espuma expandida y ya solidificada, que no permitiera más que arrastrarse por el suelo como una lombriz de tierra. Ciego y ofuscado, recorrió los pasillos del apartamento, intentando encontrar algo que lo liberara de aquella funda impasible, rasgando las paredes y asolando el mobiliario al paso de los filos de plástico. Nada encontró que pudiera perforar el sobre que lo contenía. Lo intentó con todo tipo de utensilios cortantes, perforantes y contundentes, sin más resultado que evidenciar su estupidez y su agonía a través de los cristales cuarteados de las ventanas, lentes irregulares a través de las que los vecinos presenciaban un postrero espectáculo e insólito. Procuró derretirse con agua hirviendo, y no consiguió más que hacer que las flores se reprodujeran en el interior tornándose un manto asfixiante y húmedo; probó con incendiarse, y es cierto que lo quería de verdad, porque no pudieron hacer ceniza de aquel plástico ignífugo ni el aceite, ni el coñac, ni el combustible para el cortacésped y ni siquiera el gas de la cocina. Y al final, llenando el baño de agua, lo intentó atentando contra sí mimo, como colofón de su desdicha impávida y desalmada, abrazado el tocadiscos encendido que Mamá le regaló, y que sonaba “Les Marionettes” de Preisner.

Nada pudo con él. Tumbado en el jardín, y acabado, reposaba, pensando cómo se ensuciaba de veras lo glorioso de su noble vida. Cómo no podría volver a ser el mismo. Ni él, ni sus seguidores, ni sus criaturas larva. Ni siquiera podría volver a arrancar cables en ese enorme carcasa impenetrable y, en verdad, vacía. Ansioso, inundado de lamento, oprimido por las flores y zambullido en el olvido de quien es recordado por lo que no se ha sido, el Hombre Florero pudo ver como su envoltorio se inflaba, poco a poco, hasta abombarse. Luego, empezó a levantarse, y como un globo, empezó a elevarse. Primero deslizándose con ligereza por el suelo, y luego saliendo a flote, el Hombre Florero despegó en su envoltorio, hacia las estrellas.

Con la mala fortuna, de que un borde de su embalaje quedó enganchado en algo del tejado de su casa, formando un hilillo como el que comenzó a aparecerle detrás de las orejas. Y así permaneció, flotando, prendido de una cuerda, hasta que el plástico de la cubierta, comenzó a deshilacharse. Las bandas de su envase comenzaron desprenderse hasta formar, por último, un largo cordoncillo, que acabó por caer al suelo. Y su contenido, fue a esparcirse con el viento, por toda la ciudad.

No encontraron nunca su cuerpo. Pero sí un pequeño cromo que cayó al suelo cuando se abrió el envoltorio. Un joven lo tomó para su colección, y no se volvió a hablar más del Hombre Florero, que quizá, comenzó arrancando cables del suelo, por no quedarse pegado a ellos. Mamá lo había contemplado todo, y satisfecha, apagó las luces de la casa, y se marchó.


Años más tarde, aquel cromo salió a la luz. Y un día, dicen que vieron la Tierra flotar más allá de Saturno, colgada de una nube de innumerables globos y minúsculos, atados a las antenas de las casas, y más allá, una enorme Pangea de flores enmarronadas.

Fue su espectáculo (póstumo) más asistido.