lunes, 1 de noviembre de 2010

El Último Nivel

Había llegado al Último Nivel, a la plataforma 22, y estaba vivo, pese a todo, estaba vivo. Su camisa había sido desgarrada por los tigres del piso selvático, sus huesos estaban calados aún por el glaciar de la plataforma 17, le sangraba a borbotones el tiro en la pierna que le había disparado la máquina robótica del nivel 8, y había perdido el aliento en la frenética huida de las descomunales criaturas del piso inundado que acababa de dejar, pero estaba vivo, y eso era lo que importaba. Y ahora iba a descubrir al causante de todo, y lo iba a asesinar con sus propias manos, ya fuera vigoroso cual tigre o escurridizo como uno de aquellos peces que casi le arrebatan la vida hacía unos minutos.

La escalera, sin vanos ni ventanas, de robustos peldaños, acababa en una puerta entreabierta. Él no lo dudó un instante y la empujó de una patada. Se abría un pasillo oscuro, muy oscuro, en el que no podía discernirse gran cosa. Empezó a andar por él con el máximo sigilo, aguardando un alud de flechas a cada movimiento, o una trampilla bajo cada pisada. Pero no parecía haber ninguna trampa. Procuraba no tocar las paredes, y minimizar el contacto con el suelo, para no activar algún mecanismo. Aún le sangraba la herida del pie. A lo lejos empezó a vislumbrar una tenue luz. Descubrió que la mayoría de las paredes estaban cubiertas de cuadros, platos y objetos parecidos, pero no supo apreciar qué representaban. De repente notó en la pituitaria un olor familiar, que parecía haber olido alguna vez, pero no recordaba en ese momento, exhausto como estaba, su origen, por qué le aterrorizaba tanto. Siguió caminando. El pie siguió sangrando, debía de haberse hecho un torniquete o algún mecanismo que hiciera parar el fluir de la sangre, pero ya era tarde. Temía que si paraba un sólo segundo su demora fuera retransmitida por decenas de cámaras y se iniciara contra él un ataque sorpresa. Aunque lentamente, avanzaba sin entretenerse en nada. La luz se fue haciendo más y más cercana. Se colaba por la rendija de una puerta entornada. Era una luz cálida, familiar, el anticipo del encuentro definitivo. No había encontrado en aquel complejo de edificios a otro ser vivo que no fueran peligrosos animales entrenados para asesinarle a él, y otra cosa que no fueran salas y pisos y niveles y escaleras y pasillos organizados en torno a sus peores temores. El olor era casi insoportable. Era un presagio de la sangre fresca y del botín. Cargó sus pistolas y abrió la puerta de una segunda patada.






-¡Oh, ya era hora de que llegaras! Te estábamos esperando- dijo Mamá, mientras servía la sopa de la Hermana con un gran cazo.

-Sí, hijo, ¡mira que has tardado! Estábamos a punto de empezar a comer sin ti- rió Papá.

Estaban sentados a la mesa familiar, con el mantel que usaban para ocasiones especiales. Siempre se había preguntado a dónde daba aquella puerta, siempre cerrada con candado, del salón. Ahora lo sabía. La luz de la vieja lámpara iluminaba cálidamente la estancia, las vitrinas con copas de cristal, las cortinas que tapaban la ventana. En una esquina, medio ocultados por una manta, había un grupo de grandes cubos de comida para peces.

Papá tenía la mano parcialmente vendada, y debajo se presentía un profundo rasguño.

-Venga, ¡que se te enfría la sopa!-dijo con una afable sonrisa.

Él no pudo menos que derrumbarse al suelo, con los ojos llenos de lágrimas. La sangre seguía brotando de la herida de su pie. No podía soportarlo. Un hombre temerario, como él, era capaz de afrontarlo casi todo. Pero no el motivo por el que había huido. Debió de habérselo temido mucho antes, debió de haber abandonado antes de enfrentarse a los grandes tigres. Pero ya era tarde. Le tenían, de nuevo.

-No podréis controlarme día y noche, y algún día perderéis- dijo mientras se sentaba a la mesa.

6 comentarios:

Cristina Domínguez dijo...

¿Su familia era la que había hecho todo eso?

Anónimo dijo...

¿Sólo era una prueba? ¿Sólo los más fuertes pueden pertenecer a esa familia? ¿Era adoptado?

Ripser dijo...

...y con esta Última Entrada vuestro narrador Ripser se despide ((¿temporalmente?)) de toda la muchedumbre morbosa que se hacina frente a este patíbulo de ejecución de la Realidad.

Pero cuando logre escapar de estos negros calabozos y pánicos corredores en que estoy confinado... ¡¡VOLVERÉ!!

Cristina Domínguez dijo...

¡Nooo!
Vuelve pronto :(

rafarrojas dijo...

Ripser, eres uno de mis héroes (sois 5). Necesito que andes por ahí, para tenerte de referencia.

El cuento, por cierto, cojonudo.

Anónimo dijo...

no te vayas!