domingo, 26 de septiembre de 2010

Metahez

Podría haber pasado sin ninguna clase de dificultades por uno más de entre los niños de su edad de no ser por aquel defecto de nacimiento tan repulsivo y chocante. Se llamaba Jimmy y tenía el pene en la cabeza. No en posición frontal cual grifo colgando, sino hacia un lateral, cosa que derruía toda simetría en su ser. Era un problema, un problema terrible. No sólo por lo nauseabundo en que se convertía algo de primeras tan cotidiano como orinar, sino por el hecho de que cumplía como todo buen pene todas las labores que pudieran desempeñar aquellos comúnmente situados más abajo. Debía cuidarse mucho de entrepiernas, anos, escotes, pensamientos rijosos, a riesgo de desvelar con mucho efectismo su calentura a todo el mundo. Generalmente, por pudor y demás asuntos humanos, cubría el miembro con una bolsita anudada al borde de su escroto, que volvía el colgajo craneal una suerte de gusanito empaquetado. El narrador no dará cuenta de las interminables mofas y sobrenombres que se le apilaban, por el decoro de su prosa. En realidad es ahora cuando debiera pasar algo, cuando se debiera introducir un conflicto que desencadenara toda una trama en torno a nuestro protagonista, de patetismo ya suficientemente descrito. Pero el narrador no ha querido hacerlo. No hay trama, por mandato directo del creador de toda esta sarta de patrañas. Semejante decisión pudiera haberle sido del todo indiferente a un personaje de un cariz mucho menos atormentado que el nuestro. Pero a nuestro Jimmy no le sentó muy bien. Siguió yendo a las clases a diario, con su bolsita atada a la cabeza, para recibir el escarnio de sus compañeros. Siguió siendo inquirido en cada calle por la naturaleza de ese extraño saquito pegado al pelo. Su familia siguió mirándolo con vergüenza y desagrado. Y no sucedió nada excepcional. Y eso que el pequeño Jimmy deseaba con todas sus fuerzas que sucediera. Pero sus súplicas no fueron oídas, y para más inri el narrador decide colocarlo para culminar el "relato" en una habitación en penumbra, con los ojos llorosos y el colgajo desnudo, sin nada que lo tape. Esa será su habitación, y Jimmy tiene que aceptarlo y aceptar que el narrador desea que esté llorando, aunque también que queda poco, cada vez menos, para el final de las 32 líneas estipuladas de lágrimas, oscuridad e incomprensión.



Se reencarnó en un cisne.




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(Lamento haber tardado tanto, mis fieles lectoras, pero anuncio que a partir de ahora se prevén participaciones mucho más esporádicas por mi parte por motivos personales.)

5 comentarios:

Rubén dijo...

El pequeño Jimmy

Cristina Domínguez dijo...

Ciertamente, ésto me ha descolocado un poco, pero me ha encantado.

Anónimo dijo...

¿Es el mismo Jimmy de la historia que hace poco tú publicaste?

Ripser dijo...

Si no lo es al menos son primos, son igual de gilipollas los dos

rafarrojas dijo...

Si yo fuera crítico de literatura diría que Jimmy somos todos. Tenemos en la cabeza el sexo, pero lo tapamos má' o meno' como podemos por eso de lo asqueroso que resulta su visión a mucha gente, por temor a disgustar, por vergüenza...
Lo bueno sería tener el equivalente a un pene mental. "Esperen, que voy a mear unas pensamientos de desecho". "Doctor, el otro día había poemas malos en mi orina"...