sábado, 28 de mayo de 2011

V

Pero tú pareces no sentir, amigo solitario, cazador de las estepas.

Siempre lo pareces, envuelto en tus pieles, pareces exactamente lo que eres; un lobo.

Pero hay algo diferente siempre que vuelvo a verte. ¿No es acaso tu mirada? Aunque tienes esa cicatriz que yo mismo te hice, siempre tienes una mirada diferente. ¡Me preocupas! ¿Cuántas luchas llevas ya contra tí mismo?

Y el lobo me respondió:

"Mira mis dientes. Mira mi sombra, mordida por ellos. No conozco otra forma de cambio"

jueves, 26 de mayo de 2011

"Hail to the thief"


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IV

El sapo cantaba una nana.

Me arrullaba con palabras, y levemente y en el calor del estanque, caí dormido, llorando sobre los nenúfares. Yo los regaba lentamente, calculando milimétricamente cada una de mis lágrimas.

Eran lágrimas rojas, pero yo no podía saberlo, porque estaba dormido.

Cuando todo el rojo había huido de mí, hacia aquellas flores flotantes, el sapo paró su nana, y yo abrí un ojo.

"Olvida lo que te he dicho. Era mentira."

Desperté y mi sueño había acabado para siempre.

miércoles, 25 de mayo de 2011

Una tubería oscura...

Una tubería oscura, quizá oxidada, quizá el palacio de latón de alguna criatura supramarina, o quizá simplemente una tubería por la que pasa agua. A veces es marrón, sí, como si el ser que habita entre las paredes estuviera algo indigesto de vientre, o el agua arrastrara su color herrumbre por querer teñir mi piel. No lo sé. Pero suele llevar nadando pescaditos, algunos cuadrados, otros redondos, o alargados, pero casi siempre muy finos, como si fueran lascas de un pez más grande que durmiera debajo del edificio, en los depósitos, o como si para pasar a través de la alcachofa necesitaran cambiar de forma y ya no recordaran cómo volver a ser ellos mismos. Aquel artilugio de metal colgaba siempre rígido de un palmo de tubería, perforando un azulejo que derrama por su cicatriz un caldo color cobre y endurecido, quizá paleocénico. Está un poco baja, y una vez cada tres días mi cabeza choca con ella para recordar que sigue estándolo. Además, es muy inmóvil, como la abuela Piedra, y soy yo quien se tiene que mover debajo del grifo. Es el final del aburguesamiento higiénico. Pero a mí me gusta. Me gusta bailar en la bañera, y de camino, me chorrea el agua por todo el cuerpo. Es posible que si en vez de gustarme la danza hídrica sobre espuma prefiriera practicar pintura rupestre en azulejos a base de jabones sólidos, la quieta inmovilidad de la abstracción simbólica me convertiría en un ecosistema con nariz y nombre de pila. Llegaría a rivalizar con Binus, el cubito para la basura. Aunque él no tiene nariz, pero sí una boca más grande que la mía. Además, suelo llenarla antes de la ducha. El vientre tiene sus horas, como la ducha o el almuerzo. El problema es cuando tiene muchas. Entonces sólo sale ganando la revista de sensacionalismo pseudocientífico, ejemplar de 1997 en cuya portada aparece la pelada cabeza abierta de un rostro de boca y ojos iracundos, y de la que salen multitud de cabezas más, como fractales infinitos o como un copo de nieve. De ella sólo leo un artículo que, desde entonces, no he terminado de comprender. Habla sobre cómo jugar a ser cubo de Rubik con tu mente, en cada una de cuyas carillas se dibuja tu mismo rostro con expresión cambiante. Puede que desde entonces contemple a las personas como cuerpos que penden de un cubo de Rubik en un continuo quehacer por resolverse. Pero todavía no sé cómo hacer por mover mis piezas.

domingo, 22 de mayo de 2011

III

Soy espinas. Soñaba con agua.

Hace tiempo que me alcé contra el amarillo. Y jamás pudo conmigo. Y hoy muero, definitivamente ahogado por el mar salado. Soy espinas que cortan el agua. Y hoy muero por el mar salado; en su opulencia, he escuchado un rumor de risas ondulantes, el mar, rico, poderoso, se ríe de mis insignificantes garras.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Sábanas

Hoy me levanté y casi no lo cuento; poco faltó para caer por siempre al mundo de los sueños...

martes, 17 de mayo de 2011

II

(Esta es una alucinación que tengo cuando mis pies se cansan)

Levemente, observando a la figura humana, me acabo de dar cuenta de su rectitud. ¡No puedo doblar mi cúbito ni mi radio! ¿Por qué no puedo hacerlo?

Y entonces pienso en las limitaciones de mi cuerpo. Tiene huesos; son rectos, ellos no se ondulan.

¡No se ondulan! Quisiera ser un pedazo de hierba, para ondularme al viento. Quizá hallase así una forma nueva de bajar las escaleras.

Mientras me imagino como un pedazo de hierba y mi brazo totalmente deforme, ondulando sin control, he creído escuchar en alguna parte, lejos de mi ensoñación, el fuerte crujido de ramas partirse...

¿O eran mis huesos?

sábado, 7 de mayo de 2011

I

Le faltaba el dedo meñique del pie.

Es un rasgo común en los montañeros; ir dejando todo cuanto les va pesando para llegar a su objetivo. Atrás habían quedado algunos compañeros, ahora estaba sólo. Puede que esta moral asustase a aquellas hormigas de abajo, a los que no subían a las montañas, pero aquí, en los páramos helados, es la única ley. El dedo meñique del pie, un anular en la mano. No fue nada divertido perder el anular de la mano. Pero era una herida de guerra, y él la exhibía con orgullo. Clavó el piolet en el lugar correspondiente. Poco a poco, ya sólo quedaban un par de esfuerzos más. Llegó a la cima, y, al ver a su alrededor todos aquellos picos que ya había coronado, decidió que no era para tanto.

Se despeñó por la ladera.