viernes, 29 de octubre de 2010

Mi filosofía es del no es. Voy a ponerte un ejemplo.

- ¿Es el universo una pregunta o una respuesta?
- El universo no es. Sónerea es. El universo no es. "Universo" es sólo una palabra, como "ángel". Con el tiempo, los humanos entenderán que la palabra "Universo" presenta una realidad tan ficticia y orgullosa como la palabra "ángel" y sólo la utilizarán en su vertiente literaria, Sónerea. Sónerea no es ficticia, porque la ficción lo incluye. ¿Dirías que Ulises es ficticio? Puede que Ulises no existiera como existen nuestros lectores, pero sí que existió en su realidad como personaje de ficción. Por eso, Sónerea es, mientras que el universo no es y no tiene sentido preguntarse sobre si es tal cosa u otra, ya que directamente, no es.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Eva

Allí estaba ella, recostada en su lugar. Nunca supe, ni sabré, cuanto tiempo estuvo allí, esperando. Pero ella me esperaba, ella era una de las caras de esta misteriosa ciudad. Parecía un León, y al mismo tiempo también parecía una mujer vieja, adulta, cansada. ¿Qué era en realidad?

Entonces lo comprendí: Mi Frau Eva.

martes, 19 de octubre de 2010

Conversación real

"-El cielo está vacio. Todo está aquí abajo.
-¿Y qué me dices de las sonrisas, los pensamientos, las caricias? No me dirás que desaparecen. Una vez usados ¿dónde van?
-Se quedan aquí, como los muertos, vagan por aquí para siempre. Así es como se solidifica el aire."

viernes, 15 de octubre de 2010

Oración a la Diosa de los Hielos

Mis ojos son una cuenca abierta a recibirte. Mis manos son apenas piedras, sin músculos, dispuestos a servirte. Mis piernas son meros palos, dispuestos a celebrarte. Mis ingles están vacías, como exigiste. Mi espalda es sólo una columna dispuesta adornarte. Mi pecho es sólo una caja dispuesta a guardarte. Mi lengua no existe, el silencio eterno es la mejor manera de respetarte. Mi entrega es total, mi entrega es sagrada y estoy dispuesto a adorarte.

Entrégame constancia para servirte. Seré frío como el hielo. Seré fiel en la noche eterna. Mientras los hombres fluyan por la vida, yo dedicaré las aguas de mi vida a regar tus vastos dominios.

Me despojo de mi carne y me despojo de mis sentimientos, estoy puro, estoy muerto, para servirte.

martes, 12 de octubre de 2010

Fragmentos póstumos

No sé si vosotros conoceréis la sensación que me impulsó a fugarme de casa. Era un vacío, un vacío de sentimientos. Dos semanas antes de mi décimo séptimo cumpleaños, y me sentía como parte de un puzzle: una pieza de madera, compuestos orgánicos de algo que estuvo vivo, pero ahora que sólo son una inerte pieza de algo que no alcanza a comprender.


No me preguntaba qué pasaría el día de mi cumpleaños, lo sabía. No pasaría nada. Ningún amigo me prepararía una fiesta de cumpleaños, no recibiría ningún regalo. Ninguno por el que diecisiete años de vida hubieran merecido la pena, desde luego. Mi vida era mediocre. Tenia un padre, una madre, y un hermano que era un buen ejemplo a seguir.

Yo no era un buen ejemplo a seguir. Y aunque lo hubiera sido, a nadie le habría importado. Me sentía como un perro al que forzosamente hay que darle de comer, no vaya a morirse. Esto no sería bueno, por supuesto. Probablemente yo también tuviera algo de culpa en esta situación. Nadie es inocente.

La idea de fugarse aparece un dia, de repente, y entonces nos reprimimos. En ocasiones, se presenta al borde de un precipicio, o de una gran ventana, o quizás al sostener un cuchillo. Pero, por mucho que desesperados nos aferremos a nuestras cadenas, ya es demasiado tarde; y todos nuestros pensamientos nos llevan a soltar nuestras cadenas, a levantarnos y camnar, para no volver jamás. Inconscientemente, empezamos a prepararnos para nuestro viaje, dónde ir, cómo comer. Entonces es cuando llega esa sensación que trato de transmitiros, esa sensación que trato de transmitir. Únicamente estamos aquí para los demás, ya que nosotros hemos empezado a marcharnos.

Las cadenas y los lazos que teníamos con los demás comienzan a debilitarse, y conforme pasa el tiempo, ya no existen estos lazos. Estamos sólos, sí, pero libres. Ningún viejo amigo nos echará en falta; nuestro hueco en el puzzle ya ha sido rellenado.

Cuando nos hemos dado cuenta de que sobramos en la celda, sólo nos queda abrir la puerta, no importa que miremos atrás, ya no hay nada, todo está delante, detrás sólo sombras, pues caminamos hacia el ocaso. La larga noche se prepara, coqueta, en el frío aire se respira libertad.

Reflexiones en torno al falsacionismo metodológico sobre la causalidad per se.

(A P.P)

Lo primero que hacía al despertar era mirar hacia el suelo para cerciorarse de que el suelo seguía allí.
Como todos los días, asomó su cabeza desde el borde del edredón, agarrado a las mantas, como un aventurero que escruta un abismo. Una vez rozado el parqué con el dedo, se puso de pie de un salto y caminó con el corazón en un puño hacia el estuche de las gafas, esperando la más paradójica evaporación. Pero las gafas seguían allí, donde las había dejado la noche anterior. Esto llenó de radiante alborozo su corazón. Con ademán tierno, se las puso y lanzó una sonrisita.
Se dirigió hacia el pasillo, andando con un sigilo inmotivado. Se asomó con precaución al corredor salpicado de puertas. Al parecer la superficie de éste seguía siendo transitable. Se encaminó con cautela a la cocina, pisando el suelo con la punta de los pies. Tenía hambre. Los alimentos fueron sometidos a un duro análisis, de los que algunos no salieron indemnes. Todo fue olido, tocado, rozado con un dedo que acababa en su lengua, repetidas veces. Tiró un par de envases que no lo convencían del todo, pero la leche y los cereales que finalmente devoró con una ansiosa avidez eran los mismos de los que comió hacía dos días, nada se había transmutado en ellos, ni envenenado, deteriorado, siquiera convertido en clavos. Esto último fue lo que más le sorprendió. Una vez hubo desayunado volvió a su habitación, a paso silencioso. Ésta no había sido inundada ni incendiada, seguía tal cual. Plantó su delgada figura frente a la puerta del gran armario, inmóvil de puro temor durante unos momentos. Sin embargo, logró sobreponerse aunque, al abrir la puerta lentamente, su mano temblaba. Echó una rápida ojeada dentro, temiendo lo peor. Pero al parecer la ropa estaba igual de quieta que de costumbre, no se había cambiado de sitio, no la sustituía algo abominable. Olió y toqueteó repetidas veces con los dedos la camiseta, el pin que sobre ella se colocó y los pantalones, y fue al cuarto de baño.
Aparte de un lavabo y una bañera, lo que ocupaba casi todo el cuarto eran decenas de espejos, de distintas formas y tamaños, colgados por doquier. Se acercó al más grande de ellos, casi del tamaño de una persona. Le animó saber que sus temores eran, una vez más, infundados. Seguía siendo humano, lo mismo de siempre, al menos por fuera, quizás con alguna cana de más, pero sin cambios sustanciales. Se fue mirando en todos, gesticulaba ante ellos, pero en ninguno de ellos vio algo distinto a lo que había visto en el primero. Una vez le satisfizo su inspección, salió a la calle. Asomó la cabeza al exterior, protegido por la puerta. Todavía vivía en una calle, y casi se atrevía a jurar que era en la misma ciudad. Soltó el equipo de buceo, no le iba a hacer falta aún.

Lo que más se ajustaba a su rarísima manera de andar por el césped, entre los parterres de flores del vecindario, eran los correteos de un animal que estuviera tratando de evitar a decenas de posibles depredadores, a campo descubierto. Miraba con desconfianza cada montoncito de hojas, cada caseta del perro, cada copa de árbol, como si de ahí fueran a relucir de un momento a otro un par de grandes ojos amenazadores. Un vecino madrugador señaló risueño a su esposa cómo corría agachado.
"Ahí está de nuevo, siempre a la misma hora", dijo el vecino


Se moderó un poco cuando dejó los jardines y se aproximó al centro, pese a mantener ese tenso sigilo que lo circundaba como un velo. Se adentró por las callejuelas comerciales de la pequeña ciudad. Ante cada escaparate se quedaba quieto un momento, concentrado en la inspección de lo que vagamente reflejaba el cristal. Y miraba con ojos de pescado a la gente con la que se iba cruzando, tratando de penetrar en sus pensamientos. En una ocasión creyó ver por el rabillo del ojo que la forma reflejada en el escaparate de una panadería era la de un alienígena verde rebosante de tentáculos. Dio un paso atrás, y aún creyó divisarlo un instante, pero la milésima de segundo siguiente estaba de nuevo ahí la figura de aquel hombrecillo con gafas. Se obligó a sí mismo a prestar más atención y caminar más lento.
Casi dio saltos de alegría cuando la farmacia reveló no haberse movido de sitio. Entró con precaución. En el fondo de la tienda, tras el mostrador, acompañaba al farmacéutico que siempre había visto una chica joven vestida de la misma guisa. Se la presentó como su hija.
"Esta es mi hija", dijo el farmacéutico.
Él se alegró de que ella, contra todo pronóstico, no hubiera ido allí a devorar al farmacéutico. ¿Quién le serviría las pastillas entonces?
"Me alegro mucho," respondió el hombrecillo.
Había ido hasta allí para pedirle pastillas contra el mareo, que se le habían acabado. Siempre que no fuera andando a los sitios le entraba unas súbitas náuseas al más liviano vaivén. Lo solucionaba tomando antes su buena dosis de pastillas, era algo que no podía faltar en su despensa.
"Necesito urgentemente pastillas contra el mareo, es algo que no puede faltar en mi despensa" dijo

De vuelta a casa iba haciendo sonar el botecito de pastillas, no fuera a ser que de un momento a otro se volatilizaran y tuviera que ir a devolverlo. Los escaparates no le depararon ninguna sorpresa más ese día. Cuando estuvo de vuelta frente a la puerta de su casa, o de lo que parecía ser aquella casa que había dejado en ese mismo lugar hacía menos de una hora, su reloj señalaba las 10:00, aunque, por supuesto, quizás le intentaba timar. Por dentro la casa seguía igual que hacía un rato. Hizo una rutinaria inspección por todas las habitaciones, incluido el cuarto de baño de los espejos, y no encontró modificaciones notables, salvo una cucaracha que sospechaba que ya estaba allí desde hacía mucho. Ni siquiera dentro del armario le habían crecido monstruos. Descansó un par de minutos en el sofá de la planta de arriba, aliviado, y durante ese tiempo, por probable que pareciera, no se dio ninguna inexistencia momentánea del suelo-techo que dividía la planta de abajo con la que lo sostenía, ni tampoco ninguna sustitución de la habitación por el interior de la tripa de un reptil prehistórico.

La habitación en la que estaba tenía un escritorio junto a una ventana, y sobre él colgaba una lamparita apagada. Mientras estaba descansado sus plácidos dos minutos de sofá no paraba de repetirse que había pasado por alto algo antes, algo tan básico que le costó un poco recordarlo. ¡Claro! Esa mañana no había comprobado si la bombillita de la lámpara existía aún, funcionaba aún, era inofensiva aún. Se puso a su lado, ahí estaba, colgando, como siempre había estado. Entre el escritorio y la pared existía un pequeño y recóndito interruptor que debiera encenderla al ser presionado. Metió con dificultad la mano en el hueco y alcanzó a apretarlo. Efectivamente, el presionarlo se correspondía con que la bombillita se encendiera, o apagara si ya estaba encendida. Lo comprobó varias veces y, viendo que ya lo había revisado todo, acto seguido se tomó un par de pastillas para el mareo y se subió encima del escritorio, de cara a la ventana, que carecía de barrotes y ofrecía una amplia vista del lado de la casa contrario a los jardines, salpicada de casitas, bloques de piso, ciertos parques lejanos y alguna torreta de electricidad ocasional. El paisaje de siempre, pensó. Se acercó más aún al borde de la ventana, con los pies casi plantados en el vacío. Cogió impulso.


"Parece que hoy todo sigue en orden aquí abajo. No creo que haya problemas" se dijo con una media sonrisa al saltar fuera de su casa y comenzar su vuelo diario por la ciudad, aún medio dormida.

lunes, 11 de octubre de 2010

Sátira

¿Por qué Desde El Cadalso?

Porque deseo que os resulte de todo, menos acogedor... Esta no es la casa de nadie.

sábado, 9 de octubre de 2010

El 2

"Siempre es más interesante que nos hablen de sí mismos a que nos cuenten un cuento, o así me lo parece a mí. Al menos hablo por quien sea como yo, aquellos que buscamos ansiadamente el corazón de las personas, buscándonos a nosotros mismos, aquellos que, a menudo, sólo podemos sentirnos a través de los demás, estas personas, como te digo,que no podemos simplemente escuchar pacientemente un cuento y no preguntarnos por qué lo escribe quien lo escribe, qué intenciones tiene... "

"Creo que esto se debe a la propia ficción del cuento. ¿Habremos de hablar, los narradores, siempre con metáforas para que se nos entienda, para poder comunicar lo que estamos ansiosos de gritar? ¿Deberá siempre el lector penetrar más allá de toda ficción para hallar el afligido corazón del escritor, navegando solo en un mar de vicisitudes?"


"Iba a contarte un cuento, pero me pareció nimio e inútil, ¿cómo ibas a entenderlo? ¿Bajo qué claves podrías interpretarlo?

"O lo que es peor, ¿cómo diablos iba a interesarte una sarta de mentiras?"

lunes, 4 de octubre de 2010

Tep Ile

―Toda la vida en soledad, inmersa en las frías paredes rocosas de este castillo marginal. No concibo existencia semejante.
―Nació del mismo vientre que Leu, y todo cuanto una lleva tras las costillas la otra lleva tras la frente. Pone a prueba a sus amantes con tanto rigor e inclemencia que quedan destrozados antes de poder llegar a amarlos.
―Y en lugar de polvorientos álbumes de retratos románticos, cuenta en su hogar con la mayor colección de corazones marchitos jamás vista en las Llanuras Epiplónicas. En lo más profundo de su ser, creo que, hastiada, es consciente de que no logrará borrar el vacío de su pecho llenando de vísceras las habitaciones de su fortaleza.

sábado, 2 de octubre de 2010

Bajo el árbol

-Oh, Iluminado de entre los Soles que pululan por la tierra, he venido desde los confines del reino por selváticos caminos, he ayunado y combatido al tigre y al mosquito, sólo para aprender de ti tu secreto, aquella diáfana sabiduría con la que impregnas a cualquiera que contempla tu seña más preciada, tu radiante sonrisa, la sonrisa del Bodhisattva, del río, del sosiego, tu sonrisa eterna. De ella y no de otra cosa es de la que me gustaría entender el misterio.

El Maestro no dejó de sonreír

-¿Quieres saber el por qué de esta sonrisa? Más te valiera no haberme preguntado. El motivo por el que soy renombrado a lo largo y ancho del reino es porque en su día obtuve ciertos saberes crípticos que al parecer muy pocos mortales llegan a alcanzar. Aprendí a joderme.

-Pero Maestro ¿Qué palabras son esas?

-Las que oyes, capullo. Los adeptos y el renombre vinieron solos entonces, y aún hoy hay mil cosas que me siguen enfurruñando como antaño, como tú y todos aquellos que venís con la intención de aprender en un día, una conversación, una entrada de blog, todo aquello que a mí me llevó decenios descifrar y asimilar. Bendito el día en el que esté al fin solo... y tranquilo... sin tener que recurrir a mi táctica secreta casi a cada instante.

El Maestro calló y sonrió aún más ampliamente