sábado, 22 de mayo de 2010

Meditación estival

Hay veces en las que uno decae, en las que los miembros todos comienzan a colgarle a uno más de lo usual, sobre todo cuando camina, y se siente uno como si fuera por un camino cargando con un par de muertos, mientras la cabeza le martilla como un enjambre demoníaco. Veces en que la mente parece salirse peligrosamente de las cuadrículas de la extrema izquierda doctrinaria, en que de repente le llueven a uno una tormenta tropical de palabras y números, y olvida los asideros a los que atenerse, olvida hasta su comida preferida, y gusta hasta de Ummagumma, y sus conversaciones se apagan, mudan al terreno de los balidos monosilábicos.

Si, hay veces en que uno se siente estúpido, sin ganas de hacer nada fructífero, y te comparas una y otra vez contigo mismo, cuando no era todo tan difícil, y no tenías que plantearte tantas cosas, una y otra vez. Cuando las opciones estaban límpidas, diáfanas y claras, cuando había buenos y malos, y no el embrollo enmarañado que te hace comerte el coco, cuando había cosas buenas y no relativas, cuando había motivos, y ganas, y los exámenes no te obligaban a suprimir cualquier raigambre creativa, por temor a la desconcentración, por temor contagiado a la media, cuando no estudiabas nada en vez de una hora, y no descubrías tantas cosas de sopetón, y las opciones estaban límpidas, diáfanas y claras, y las ideas aberrantes eran lo que su nombre indica, y no otra cosa, y no le dabas tantas vueltas a las cosas, ni te acostabas tan tarde.

En esos momentos hay canciones, como ésta, que le demuestran a uno que merece la pena volver a matar.

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1 comentario:

_Greed_ dijo...

Creo que cierta babosa disparatada se ha colado en la reflexión... ¿no?