jueves, 27 de mayo de 2010

Fábula macabra

Érase un esqueleto que yacía en una profunda cueva. ¿De quién era ese esqueleto? De un escritor, un escritor terriblemente celoso.

El caso era bastante claro, y no menos típico. El escritor había muerto de inanición; había descubierto que la comida podía influenciarle.

3 comentarios:

rafarrojas dijo...

El escritor puro había renunciado a todo contexto por descubrir su propia voz. Había renunciado a sus cinco sentidos para que ningún fenómeno externo pudiera manchar con su presencia su percepción interior, sus revelaciones íntimas e inmensas. [Dicen que se había arrancado los ojos, la lengua, las manos, la nariz... pero nunca dicen cómo, ni cuánto tiempo estuvo sangrando]
Como único alimento, sus propias palabras...
Se las fue comiendo todas, como quien apura las uñas hasta la carne y el padrastro...
Detrás, más allá, al otro lado, pensaba, más allá del silencio, él mismo tal vez esperaba...

Pero antes de llegar se atragantó con una palabra y murió ahogado.

"Tú"

(La "t" tiene eso, que se atraviesa...)


Un abrazo fuerte. ¡Bogad, bogad!

Ripser dijo...

Es genial, Luis

Un boli Vic sin capuchón dijo...

A veces cuando miro atrás, cuando todavía no te entendía mucho, creo que hasta tenía en cierta manera, miedo de tus reacciones.
Ahora, después de escuchar tus macabras historias, tus dulces historias, el miedo se va.
(No importa que no se te ocurra anda inteligente que decir, para mi es importante que lo leas, y lo sabes)