jueves, 6 de mayo de 2010

El cobarde renegó de la vida

Todas las noches tenía la misma pesadilla:
Huía, con ese asqueroso regusto que te deja la angustia en la garganta, por los laberínticos pasillos de su cárcel. Se escondía en cada uno de los repugnantes rincones de su prisión e inmediatamente después, seguía huyendo. No podía ver qué o quién lo perseguía -si miraba atrás no veía más que el polvo que levantaba al paso- pero se sentía indefenso, desprotegido. El sueño acababa siempre con una imagen de espanto que lo despertaba de un sobresalto. Era entonces, en la oscuridad de su confinamiento, cuando se aferraba con amor a sus barrotes y besaba el óxido amargo del acero. Era la única forma de borrar de su sesera el terrible recuerdo.
Lo que no sabía es que la imagen que lo atormentaba era la puerta de su propia celda abierta y que su temor era el de sentirse desnudo ante la inmensidad, el de sentirse libre.

2 comentarios:

_Greed_ dijo...

Es muy platónico, muy mito de la caverna.

Por cierto, ¿no iría esto en "microrrelatos", aparte de todas las cosas que has puesto?

Ripser dijo...

insultaba cariñosamente a sus guardianes :)