martes, 15 de noviembre de 2011

El regalo


(Este texto no es mío. Lo encontré en mitad de una cordillera nevada, en una caligrafía extraña y de otra época. No tenía fecha y estaba en inglés, era, seguramente, de aquel tiempo en que los habitantes de más allá de los Pirineos se habían lanzado a escalar las cimas del mundo, en una época de contrastes, una época en la que los pensamientos importaban. Decía así: )

Voy a regalarte un pensamiento: 

Cuando vayas a lejanas tierras y en una tienda en medio de la adversidad te halles, levanta los brazos y tócate aquí, en la oreja, justo aquí, donde, cuando es otoño y tú estás en casa, siempre te queda un poco de jabón después de ducharte.

Recuerda entonces el ajetreo del hogar, las vaharadas de vapor de la ducha, la bata a cuadros, el suave pijama, el olor a sopa, a champú, y sobre todo; el ruido insistente del secador, como una nana prematura incitándote a cerrar los ojos. Recuerda cuando te negabas a ponerte los calcetines, y por pereza ibas casi descalzo por el frío mármol de casa.  Cuando, pasase lo que pasase al día siguiente, estabas demasiado cansado como para preocuparte. Todos los domingos y todos los amaneceres que viviste aquí serán como un remanso de paz entonces, pues el tiempo aquí gastado no fue perdido sino atesorado. Cada latido de tu corazón aquí fue un latido dichoso, y nunca podrás decir que fuiste infeliz si recuerdas con cuánto amor te acaricio ahora, aquí detrás de la oreja.

Quizá nunca puedas formar un hogar, puede que nunca encuentres el camino de regreso a este. Puede que, en el futuro, yo te odie tanto como te quiero ahora, e incluso, quizás, que yo ya me haya ido a un lugar mejor. En el futuro incierto quizás no tengas trabajo o quizás estalle la guerra.  Puede que no te espere eternamente en casa y puede que tú no quieras regresar, puede pasen un millón de cosas, pero, de seguro, si algo sé, es que esta idea que te regalo no la perderás jamás. Este es tu tesoro y esta es tu herencia, y así, hijo, no eres pobre, sino rico.

(Esto era lo único que había. A su alrededor, signos de un campamento, poco más. Busqué en vano algún esqueleto o algún signo de la muerte evidente, pero no los hallé. No puedo explicar aún por qué, pero me sentí hermanado para siempre con el desconocido aventurero, y solemnemente, allí quemé el regalo de su madre, su madre que, de alguna manera, también sentía que era la mía. “No se preocupe, sidi.” Me dijo el guía. “La muerte por congelación es lo más bello que puede sucederte. Dicen que, en el momento justo antes de morir, de pronto, un alma bondadosa te hace regresar al hogar.”

Las montañas, en cambio, permanecieron mudas.)                        

1 comentario:

Ripser dijo...

Y yo doy fe de ello!