Un día de estos, te voy a regalar mis manos.
No sé qué querrás hacer con ellas; yo te digo que las echaré de
menos. Me buscaré otras manos, unas que sirvan para las necesidades básicas y
poco más, o para que las chicas no salgan corriendo cuando me vean.
Pero a tí te daré mis manos. Si soy un idiota, ¿cómo iba a poder escribir
con la cabeza? Seguro que está en las manos. Y ya no habrá en mi nada de impresionante y nada de orgulloso, y
tú podrás verme como lo que soy, un vil gusano. Y entonces seré tuyo para
siempre, mamá, y tú no podrás hacer otra cosa que cuidarme o dejarme morir. No podré hacer gestos cuando hablo, no podré llamar la atención de
los demás en mis discursos. No podré pelear y tampoco podré excitarme, sólo
seré una especie de masa informe lloriqueante, un idiota que se cortó las manos
porque quería regalárselas a su madre. Todo eso haré, y no caerá que caiga en saco roto. Lo haré para, en
mi llanto y en mi pérdida, en mi derrota, convertirme en el más humilde de
todos los perdedores.
En mitad de tu llanto, cuando ya no puedas más y clames por mi buena muerte, yo diré, por fin, triunfante: TE LO DIJE, MAMÁ. NO PODRÍAS CUIDARME SIEMPRE.
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