viernes, 23 de julio de 2010

De la ventaja de podar flores

(A la experiencia)


De repente, un boquete. En la pared blindada, a mi izquierda, en el muro de medio metro de espesor, el acero se encuentra agujereado. Una emoción intensa que me recorre de pies a cabeza cuando pego mi cara peluda al frío acero. Contemplo un paisaje desolado, la desolación más terrible, la desolación propia de la guerra. La tierra árida y las nubes de sangre que se unen en el aire de un horizonte de horror ilimitado.
Tal y como nos la han contado, y como nos la hemos imaginado, y como la hemos estudiado, y como puebla nuestros sueños angustiosos.

Aparto la cabeza de la pared, y se me nota que estoy nervioso, no puedo ocultarlo: sudo por todo mi pequeño cuerpo peludo y mis dedos tamborilean sobre la sucia madera de la mesa insistentemente.
Pasa un rato, intento no obsesionarme con ello, pero acabo irremediablemente pegando el rostro a la pared. De nuevo la vista infame por la mirilla enana, pero hay algo que me choca repentinamente. Quietud, no se oyen las explosiones, no hay nubes negras de balas, ni trincheras, ni disparos, ni muertos ni bombas.
Pretendo disimular al organizar mis pensamientos, mirando fijamente al fondo de la habitación. El profesor pasa, tijeras en mano, por entre las mesas garabateadas con grabados y dibujos.
Es hora de cortar el pelo. Cada alumno contempla cómo el vello de todas las partes visibles de su cuerpo va cayendo en un cubo, junto con los pelos de los otros, cortados de las manos, la cara, los brazos. Frecuentemente un corte desafortunado resulta doloroso, entonces el profesor se entretiene más con el alumno, sonríe de forma extraña, lo calma, seca, consuela y anima. Después de todo esto se llevan los cubos repletos de pilosidades metidos en cajas de madera, esas cajas no se vuelven a ver.

Y es que todo está muy organizado aquí, en el búnker. La pared blindada de acero que lo rodea se va deteriorando continuamente, así que debe ser reparada trabajosamente cada cierto tiempo. Los que han vuelto de la desastrosa guerra organizan, secuencian, decoran, arreglan todo lo concerniente al búnker aislado, o bien se dedican a impartir la docencia a aquellos que al cumplir la mayoría de edad seguirán sus pasos, yendo a los campos de batalla, luchando heroicamente, siendo luego veteranos reconocidos por su descomunal labor. Y cuando tras unos cuantos años volvamos podremos dedicarnos al ocio, a las infraestructuras del búnker o la docencia, y seremos más maduros, habremos perdido de una vez el infecto pelo que en este momento cubre todo nuestro cuerpo, caminaremos más erguidos, y no como andamos ahora, casi arrastrándonos... Seremos más sensatos también tras la exposición a las ignominias sin fin que tienen lugar en los páramos y llanuras de la muerte.


Contemplaba el quehacer rutinario de las tijeras sangrantes, y cuando el profesor de tez pálida se dio la vuelta volví a mirar por el inadvertido agujerito.

Ahora se podía contemplar el sol, un sol de justicia, allá en lo alto, a muchísimos metros del suelo. Como una pupila roja y descomunal que semejase poseer luz propia. Nunca había contemplado más fuente de luz que las pequeñas bombillas presentes en las estancias del búnker, y eso me sorprendió. La luz irradiada parecía ser extrañamente rojiza, y cubría todos los desechos, la inmundicia, la escoria y la tierra pútrida. Al principio los mismos ojos me dolieron, tal era la luminosidad de ese cielo ahora sin nubes.

Noté una presencia a mi lado. El profesor se había acercado empuñando las tijeras. Alargué al brazo, y vi cómo los mechones marrones caían en el fondo del cubo de acero. Cuando, al acabar, se dio la vuelta y salió por la puerta para entregar el último cubo -pues ya estábamos todos pelados- no pude de nuevo reprimir mis sudorosas ansias de ver qué pasaba allí fuera.
Sobre la llanura desolada e ilimitadamente destruida, y bajo el enfermizo rojizo resplandor del astro se hallaban, como cobijados por los tenebrosos haces de luz irradiados, un grupo de seres sin pelo, pero que en lugar de andar erguidos como orgullosamente habíamos visto a nuestros padres y conocidos se arrastraban vilmente a cuatro patas, gruñendo en un lenguaje incomprensible, manchándose despreocupadamente de suciedad impura, y peleándose por algo que extrañamente parecían ser los restos mutilados de uno como nosotros, peludo y anormalmente delgado; a lo lejos, muy lejos en el horizonte, me pareció ver por primera vez árboles y campos.

2 comentarios:

_Greed_ dijo...

Lo que me ha quedado claro es por qué no querías que fuera publicado un día de instituto XD

Eli Lie dijo...

Gracias por tu comentario, lo leí hace poco :)
Tengo que reconocer que tu también escribes bastante bien, y el tema de esta entrada es interesante; te lo lees entero sin apenas darte cuenta. A partir de ahora tambien leeré tus entradas.
Un saludo!^^