lunes, 31 de mayo de 2010
El Ritual
domingo, 30 de mayo de 2010
Descomposición en el espacio y en el tiempo
Tomen ejemplo damas y caballeros, ese hombre no le tenía miedo a la muerte. Desde el primer momento supo lo que tenía que hacer y no flaqueó jamás: 50 años sentado esperándola, sin mover ni una pestaña. No podía soportar la idea de que ella lo pillara de improvisto.
sábado, 29 de mayo de 2010
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jueves, 27 de mayo de 2010
Fábula macabra
El caso era bastante claro, y no menos típico. El escritor había muerto de inanición; había descubierto que la comida podía influenciarle.
miércoles, 26 de mayo de 2010
Tendencia a cuidar la falsa abundancia
–Sé que a cada pulso la observas, cuando sus senos son desprendidos de sus perennes compresas rojas, y se acogen a la luz argéntea de la madrugada, asomada en el balcón de las orquídeas, dando de mamar a sus retoños… luna tras luna.
–¿Por qué lo hace?
–Cada ocaso toma un escoplo y un mazo, frente al espejo. Cada vez martillea en un distinto lugar, pero siempre lo hace en el pecho… hacia el corazón. Luego de observarlo entre sus manos lo arropa en paños, y lo amamanta durante horas hasta caer rendida a la delirante extenuación. Por el día baja a las calles, acunando el nuevo brote de su ánima, en busca de algún corazón cansado, algún corazón doblegado a la lengua ávida o a las nervudas raíces del discernimiento, y así poder sumergirse entre ajenos huesos, donde poder completar resquicios que el vacío habite. Los versos melancólicos, la voz narcótica, el perfume melifluo de su cabello, ademanes libidinosos y maneras etéreas, acaban por someter a la víctima, por constreñir su pecho hasta hacerlo transigir a su trueque. Y los corazones cambian su jaula.
–¿Y qué hace con el nuevo corazón?
–Nada especial. Probablemente lo tire a los perros, al río o las raíces de un árbol. Lo único que necesita es que adoren el suyo. Lo demás deja de importarle.
martes, 25 de mayo de 2010
La jodida metempsicosis del hombre laico moderno
He estado toda mi vida educándote y preparándote para este momento. Hijo, que no te asusten las palabras de tu madre sobre la muerte o la existencia. ¡Esa vieja harpía, siempre envenenando y saboteando todos mis esfuerzos por hacer de ti un hombre de provecho! Verás hijo, no debes tenerle miedo a la muerte, en realidad, la muerte sólo es una etapa más en nuestra vida, es la transición entre el mundo del ayer y el mundo del mañana ¿sabes? Para que lo entiendas, la muerte es como despertarse de un sueño muy largo. Cuando te despiertes, comenzarás una nueva vida. Es bien sencillo, si trabajas duro y te esfuerzas, tu nueva vida será la mejor que puedas imaginar. Cada uno obtiene lo que se merece. Por eso tienes que luchar, tienes que dejarte la piel ahí fuera, tienes que ser un tiburón, porque ahí fuera vale todo. Existen los débiles y también los flojos, y esos nunca verán su culito sentado en los sillones de las altas esferas, pero tú sí hijo. Cada uno obtiene lo que se merece. También hay quienes, como tu madre, son escépticos y se niegan a ver esta realidad. Que su palabrería no te engañe, cada uno obtiene lo que se merece. No tengas reparo con los que tengan menos. Todos somos libres y tenemos los mismos recursos, las mismas posibilidades. Si ellos no quieren esforzarse, desaprovechan sus vidas y hacen el mal, allá ellos... Cada uno obtiene lo que se merece. Hijo, sobre todo, mantente alejado de la gente maliciosa que boicotea el sistema. Ya se arrepentirán, tarde o temprano; la pereza y la desidia les pasará factura y llevarán una vida de miseria. Estarán condenados a ser inferiores.
Hijo, no quiero para ti un destino tan cutre como el mío. Tienes que ser alguien importante y poderoso, a toda costa. Ya sabes, la vida es una competición y tú tienes que ser el mejor. Y quien sabe, si trabajas duro y alcanzas el éxito, quizás te reencarnes en uno de esos peces gordos. Quizás cuando te despiertes del sueño estés podrido de dinero y tengas una de esas casas enormes en medio de la montaña, como los famosos; una jauría de tristones abogados que te limpien el culo y te encubran mientras te metes con tus compañeros de negocios y una mujer que te lloriquee y se disculpe por no pasar suficiente tiempo contigo, mientras a sus espaldas tus jóvenes amiguitas te la comen. Mira que llegan a ser putas.
Y ahora tengo que irme a trabajar, los bancos no se dirigen solos, ¿sabes?"
lunes, 24 de mayo de 2010
A Ojod'oro
Por exasperados y demenciales que fueran sus aullidos, nadie parecía oírle. Desistió, tras largo rato -¿horas? ¿minutos?-, de demandar auxilio, al cerciorarse de que no le iba a socorrer nadie. Estaba solo y debía encontrar la manera de salir de allí, solo.
En un principio pensó que se encontraba apresado merced a una broma desagradable, a alguna suerte de complot en su contra o a una necedad médica. Maldijo mil veces a aquel que cerró -hacía horas o días- la caja de pino. Por mucho que se devanaba los sesos, lo que le parecía el recuerdo más reciente, que adquiría ya tintes de ensoñación, era poco esclarecedor. Recordaba un techo grisáceo, una lámpara, una mosca revoloteando en torno a una bombilla, y una respiración grave y pausada, mas no enferma, que debía de ser la suya propia echado sobre el edredón.
En verdad no se había sentido demasiado achacoso aquellos últimos días. Pensó que todo podía deberse a algún infarto rastrero, del que la humedad, los golpes, el tiempo podían haberlo rescatado. Quizás un enemigo se lo topó en pleno sueño, al ver su semblante pálido y su pecho casi inmóvil podía fácilmente haber orquestado una trama de farsas para conseguir su entierro en vida si hubiera sido algo avispado. Repasó mentalmente el listado de sospechosos. No recordaba haber ocasionado perjuicio a nadie, en su día había sido un buen samaritano, un hombre caritativo y devoto. No entendía por qué a él esa exasperación, la perspectiva de esa larga agonía hasta morir de hambre, preso por cuatro clavos, un par de tablas, o algo similar.
Interrogó la cuestión en nuevos alaridos sanguinarios, pero hubo de cesar definitivamente al empezar a sentir la sangre ardiendo en su garganta.
Por supuesto, la idea de estar muerto era inconcebible para su sustancia pensante, pero aún no había reparado en multitud de opciones. Intentó repasar las posibilidades con fidelidad, sintiéndose cada vez más cómodo sobre la superficie en que reposaba.
Podían haber sido extraterrestres. Quizás el compartimento en que se sentía preso era una cápsula camino a Orión, y él se iba a encontrar en breve ante los embajadores galácticos, como representante de toda la especie, todo el planeta, o toda la galaxia. Por instantes experimentó un caluroso sentimiento de importancia al haber sido elegido. Pero el silencio, el terrible silencio, distaba bastante de su concepto de "compartimentos traseros de un galeote espacial".
Lo cierto es que la idea de hallarse lindando con trayectorias de gusano y bulbos expansivos del subsuelo se imponía por sí sola como la más plausible, para su desgracia. ¿Qué decrépita especie alienígena habría escogido a un señor mayor de 60 años como epítome terrestre? Trató de dar con alguna respuesta más edulcorada o esperanzadora, pero no pudo, por mucho que su mente vagó por todas las oportunidades que a sus huesos podían ser concedidas. Se deprimió hondamente, y el tiempo siguió pasando.
Tras un prolongado rato tormentoso -minutos u horas-, comenzó a re-animarse, y al mismo tiempo comenzó a aburrirse. Ningún entretenimiento le iba a evitar, empero, más suplicio. Se dio cuenta de que poco más podía hacer ya que abrir los ojos, alejarse de hipótesis cerebrales y empaparse de la negrura del féretro, que sentía le rodeaba como un abismo, o entretenerse contemplando alguna imperfección en la madera de su cárcel, si alguna tenue luz pudiera captar.
Abrió los ojos. Y un blanco aséptico lo inundó, y por un momento tuvo que pestañear, pues era casi dañino a la vista.
No daba crédito. Adelantó una mano para palpar la pared blanca, que lo rodeaba, y encontró que era tersa, sin imperfecciones, y, lo que más le sorprendió, curva por todos los lados.
Rompió la cáscara de una patada.
domingo, 23 de mayo de 2010
s/t
Aquí es muy amplio, puede ser "en esta página", "en esta habitación, haciendo ésto", o "en mi vida".
No importa, pienso más tarde, de todas formas no tengo buenas respuestas para ninguna de estas preguntas.
sábado, 22 de mayo de 2010
Meditación estival
Hay veces en las que uno decae, en las que los miembros todos comienzan a colgarle a uno más de lo usual, sobre todo cuando camina, y se siente uno como si fuera por un camino cargando con un par de muertos, mientras la cabeza le martilla como un enjambre demoníaco. Veces en que la mente parece salirse peligrosamente de las cuadrículas de la extrema izquierda doctrinaria, en que de repente le llueven a uno una tormenta tropical de palabras y números, y olvida los asideros a los que atenerse, olvida hasta su comida preferida, y gusta hasta de Ummagumma, y sus conversaciones se apagan, mudan al terreno de los balidos monosilábicos.
Si, hay veces en que uno se siente estúpido, sin ganas de hacer nada fructífero, y te comparas una y otra vez contigo mismo, cuando no era todo tan difícil, y no tenías que plantearte tantas cosas, una y otra vez. Cuando las opciones estaban límpidas, diáfanas y claras, cuando había buenos y malos, y no el embrollo enmarañado que te hace comerte el coco, cuando había cosas buenas y no relativas, cuando había motivos, y ganas, y los exámenes no te obligaban a suprimir cualquier raigambre creativa, por temor a la desconcentración, por temor contagiado a la media, cuando no estudiabas nada en vez de una hora, y no descubrías tantas cosas de sopetón, y las opciones estaban límpidas, diáfanas y claras, y las ideas aberrantes eran lo que su nombre indica, y no otra cosa, y no le dabas tantas vueltas a las cosas, ni te acostabas tan tarde.
En esos momentos hay canciones, como ésta, que le demuestran a uno que merece la pena volver a matar.
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viernes, 21 de mayo de 2010
Diapositivas
Al final, unos ojos azules me miraban desde un infinito lechoso, blanco de muerte y de purificación, de final de este relato. Me estaba muriendo. Quizá fuera Dios.
O quizá no.
martes, 18 de mayo de 2010
El poeta "danés"
"El hombre es un dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona"
Más tarde, ávido del mismo poder, la busqué largo tiempo en la red... Aquél poeta se resitía a que lo encontrara, no sabía por qué.
Ein Gott ist der Mensch, wenn er träumt, ein Bettler, wenn er nachdenkt.
Friedrich Holderlin
Entonces me di cuenta.
(Por si no habéis caído, es alemán.)
lunes, 17 de mayo de 2010
El animista (A pablo)
Para sus congéneres,grandes desconocedores de todas estas cosas, vivía en un silencio fúnebre y en el más profundo aburrimiento.
Absurda ignorancia...
sábado, 15 de mayo de 2010
Futuro de subjuntivo
Trujere, pensare, deseare.
Soñare, hablare, realizare.
Desdeñere, dijere, odiare.
Introdujere, sacare, follare.
Escupiere, parare, pensare.
Humillare, maldijere, odiare.
Finalizare, llorare, llorare.
¿Hubiere amado?
viernes, 14 de mayo de 2010
jueves, 13 de mayo de 2010
Un mundo insatisfactorio..
miércoles, 12 de mayo de 2010
El día.
Yo repetiría.
(Con todo, que nunca se os olvide que eso es una ficción numérica)
domingo, 9 de mayo de 2010
Calentamiento Global
Por eso, pondré el aire acondicionado.
sábado, 8 de mayo de 2010
Cánones
Oración personal de consumo diario
jueves, 6 de mayo de 2010
El cobarde renegó de la vida
Huía, con ese asqueroso regusto que te deja la angustia en la garganta, por los laberínticos pasillos de su cárcel. Se escondía en cada uno de los repugnantes rincones de su prisión e inmediatamente después, seguía huyendo. No podía ver qué o quién lo perseguía -si miraba atrás no veía más que el polvo que levantaba al paso- pero se sentía indefenso, desprotegido. El sueño acababa siempre con una imagen de espanto que lo despertaba de un sobresalto. Era entonces, en la oscuridad de su confinamiento, cuando se aferraba con amor a sus barrotes y besaba el óxido amargo del acero. Era la única forma de borrar de su sesera el terrible recuerdo.
Lo que no sabía es que la imagen que lo atormentaba era la puerta de su propia celda abierta y que su temor era el de sentirse desnudo ante la inmensidad, el de sentirse libre.
Yesterday and today
Ya me encontraba cansado cuando descendí a la vigilia, debido probablemente a que la noche pasada me había acostado demasiado tarde. No recordaba mucho de lo que hice, y, por mucho que me pudiera ser útil saberlo, a estas alturas sigo aún sin poder rememorar casi nada. No había ruidos afuera, recuerdo que me sorprendió no oír ningún estruendo de coches u otros entes motorizados a lo largo de las horas; era uno de esos días que invitaban con claridad al recogimiento, o bien al esparcimiento en soledad. Mientras trataba de despegar unas legañas acérrimas entre las sábanas me decidí a dar un paseo. Mis ojos se abrieron de par en par al sucio blanco del techo.
Pensé que debía comprar un par de barras de pan, y también pensé que tenía una molesta erección dentro de los calzones, que ya me ocuparía en aliviar. La humedad de la paredes conformaba manchas oscuras, se me vino a la mente que si no arreglaba pronto el problema de las cañerías ocuparían todo el espacio de la habitación. Al poner los pies en el suelo vi que el tornillo del Cristo que estaba en la pared sobre mi cabeza había cedido, como se veía venir, y que éste estaba en el suelo. Lo dejé en la mesita de noche para volverlo a colocar luego. Mi corazón daba tumbos de gratitud por que no hubiera caído sobre mi crisma.
Fui al cuarto de baño a lavarme la cara y demás, y allí comprobé que tenía unas ojeras inmensas y que había abandonado los prados del sueño demasiado pronto. Maldije por ello a mi reloj biológico, ya que me resulta imposible volver a dormirme cuando ya he abierto los ojos, y muchos días empiezan más temprano de lo que debieran.
Me preparé un par de tostadas y me puse a ver la tele. Por un momento me quedé absorto ante unos dibujos animados de unos caballitos orejudos que hablaban, sin pensar en nada, escuchando sus discusiones de voces infantiles. Tuve que agitar la cabeza para desperezarme, y estiré el brazo para cambiar de canal. Puse las noticias de actualidad, y se me abrió ante los ojos el amplio espectro de los tumultos políticos y los debates ideológicos de la actualidad, que me indujeron un estado similar de embelesamiento, mientras comía la tostada procurando que la mantequilla no me chorrease en exceso por la mano. Cuando acabé de desayunar apagué la televisión, y tras hacerlo escuché una remota melodía que alguno de mis vecinos andaba ensayando. No solía hablar con la mayoría de ellos, y desde luego desconocía quien era aquel que tocaba ese piano que ocasionalmente resonaba en la lejanía. Era una melodía triste.
No me planteé demasiado la ropa a ponerme, no pensaba que a esa hora temprana fuera a verme nadie. Cogí una camisa de cuadros y un par de vulgares pantalones de octogenario, fui a por la cartera y salí de casa. Mis pisadas bajando la escalera resonaban fuertemente, quizás por contraste con la levedad de los demás sonidos. Descendí el último tramo con amplias pisadas y un par de saltos. Quizás por falta de aceite, la puerta de hierro que daba a la calle crujió, como solía hacer. Me suele costar abrirla, pesa mucho y a veces está bastante dura. Salí al aire de la ciudad dormida, o resacosa, de aquella mañana.
Asombrado, me arrepentí en cuanto estuve fuera de no haber llevado un paragüas. Cuando nieva, como pensaba que sucedía entonces, me es siempre bastante útil, pues detesto que los copos se introduzcan entre mi ropa y me mojen. Pero una observación más detallada me hizo darme cuenta de que además de una lluvia blanca descendían desde lo alto una suerte de luces rojas, como fuegos fatuos que caían con solemnidad del cielo nublado. La ciudad contenía en su aire una lenta guirnalda de luces en movimiento.
Intenté asir uno de los extraños copos. Tuve que soplarlo al cogerlo, para apagar el fuego. No daba crédito a mi sorpresa. Era una pluma que ardía, cuya parte superior estaba ya medio carbonizada, revelando un entramado de finos nervios. Entendí entonces que lo que había interpretado como nieve eran una infinitud de plumas que caían a una velocidad lenta, de forma parsimoniosa, algunas incendiadas, sobre nuestra ciudad. También caía una especie de polvo finísimo, como de ascuas.
Traté de escrutar de dónde procedía todo, pero parecía venir de más allá de las nubes, grises nubarrones de otoño, que me impedían ver qué había por encima de ellos. Pensé por un instante que lo más lógico era que una bandada de ánades en migración hubiera sido combustionada por el motor de un avión. Fuera lo que fuera, era un espectáculo inaudito, y me consideraba en cierta manera orgulloso de ser el único ser vivo en los alrededores que lo estaba presenciando, a excepción de un par de gatos que se ocultaban bajo un coche.
Era demasiado temprano como para que la panadería estuviera abierta, así que me propuse dar un paseo por la ciudad antes de ir a comprar el pan. No había señal alguna de que ninguno de los vecinos se hubiera levantado aún, el único contacto humano que había tenido hasta entonces había sido la distante sonata del piano, si podía considerarse como tal.
Comencé a andar entre los bloques de pisos marrones, mirando hacia arriba con una mezcla de admiración y precaución, pues debía de evitar a toda costa que una de las plumas incandescentes acabara en mi pelo. El suelo estaba cubierto aquí y allá de cálamo, plumón y polvo, lo que indicaba que, dada la lentitud del descenso, éste llevaba un tiempo efectuándose.
Mi mente caminaba meditando sobre el cansancio -físico- que sentía últimamente, quizás debido a un sueño insuficiente, y se inquiría acerca de si llamaría a R. o no esa tarde, pues lo cierto es que no tenía mucho más que hacer que un par de ejercicios de anatomía ósea para la escuela de adultos, y eso en caso de que me resolviera a acudir el Lunes, cosa improbable dada la desgana mayúscula que me venía produciendo ir.
En un principio mi paseo se dirigía hacia el centro, pero una vez concebí que no pensaba ver a ninguna persona en el trayecto, y menos a una conocida, viré hacia las afueras. El campo y las granjas un domingo a primera hora, antes de la irrupción masiva de descerebrados, siempre me habían resultado de los más acogedores.
La suave lluvia de plumón continuaba su descenso solemne, como una nevada a cámara lenta, pero yo no pensaba ya en lo extraordinario de aquello. Conforme iba andando escaseaban progresivamente los coches, y abundaban árboles emplumados a un lado de la calle. Mi perorata cerebral había finiquitado, y lo cierto es que no cavilaba nada en concreto, sólo paseaba acompasadamente, imbuido un poco por la parsimonia que me rodeaba, mientras esquivaba las ascuas que bailoteaban el aire.
Me introduje en el campo terroso que había a la izquierda de la acera para continuar andando entre los naranjos.
Llevaba un rato caminando entre los fuertes árboles cuando algo cayó velozmente a unos metros de mi. Lo único que vi fue una especie de objeto negro precipitarse hacia el suelo, que hizo un sonido que indicaba que había caído sobre alguna planta, o matorral.
Me aproximé con curiosidad al lugar en dónde creía que estaba. Donde aclaraban los árboles había unos matorrales y un pozo, y, en efecto, sobre uno de los matorrales había un objeto. Al principio no lo reconocí, o no quise reconocerlo, pero tras una breve inspección se me reveló como un homoplato humano, virulentamente quemado, unido a un brazo, cuya mano esquelética sostenía aún un trozo de la empuñadura de una espada, que yo, apasionado de la esgrima, no tuve problemas en reconocer como tal. Pero lo que lo hacía tan sumamente chocante, lo que me hizo abrir la boca de asombro y pánico, era que de el homoplato surgía también un ala, y de ella colgaban aún algunas plumas medio combustionadas.
Superando una cierta aprensión hacia lo que tenía ante mi, separé, no sin un notable esfuerzo, la empuñadura de sus dedos, y tuve que lanzarla lejos, pues ardía.
Restregué mi mano contra el pantalón, para enfriarla. Miré de nuevo al cielo, a las miles de cosas en llamas que continuaban cayendo, cada vez más, desde alturas inescrutables. Y me sentí súbitamente solo, terriblemente solo, como nunca antes. Una aguda punzada de dolor penetró en mi estómago. De repente tenía la necesidad imperiosa de llegar a casa, de cerrar la puerta con llave y encerrarme bajo las sábanas. Recuerdo que poco después de iniciar la vuelta rebusqué entre mis bolsillos por algún motivo, para darme cuenta de que me había dejado las llaves en casa. Seguí caminando. No mucho tiempo más tarde otro cuerpo muerto y medio quemado cayó con estrépito cerca de donde yo caminaba. Tenía fragmentos de una armadura blanca y una de las alas parcialmente rota, y se le adivinaba una suerte de cabellera rubia abrasada. No me detuve a contemplarlo, y aceleré el paso, incapaz de encontrar una respuesta satisfactoria a nada de lo que había visto, diciéndome con ingenuidad que lo peor ya había pasado, y deseando encontrarme con algún ser humano que ya se hubiera levantado por el camino.
Sin embargo, la "lluvia" duró varios años.
miércoles, 5 de mayo de 2010
El fin de la rutina
Abrí la boca para expresar tal conmoción y sólo salió una horrible expresión vieja y vacía, de olor a podrido. Fue entonces cuando empecé a darme cuenta de mi estado de putrefacción, al que ahora asisto impasible mientras escribo estas líneas, atacado por un afán de reportero morboso. Me toco la cara y ésta demuestra ser desplegable, y en la mano me encuentro un trozo de piel reblandecida, me tiro de los pelos y éstos se quedan en mis manos, abandonan mi cabeza embotada de gusanos y de parásitos que han llegado para quedarse.
A fuerza de llorar forzosamente, se ha caído un ojo al suelo, y aún tengo suerte si para cuando termine de escribir me queda el otro ojo, con el que podría hacer un hipotético intercambio con el barquero. Toda mi barriga, que es pequeña pero existe, empieza a hundirse y a ser un agujero, trozos de piel aún tersa se desgarran por las costillas flotantes. Mis piernas se doblan estúpidamente y ya no obedecen mis pensamientos, pronto vendrá algún enyalpa a por mí, ahora que estoy decididamente muerto, sin ideas, como rodando por un sueño.
martes, 4 de mayo de 2010
Sueño de otoño
Te tumbaste y me recliné, me observaste, y tus ojos eran más negros; te acaricié, y tu piel era más débil, y más fugaz, y más purulenta; y tu cabello se esparcía más rancio y ajado; y, aún así me observabas, y nos besamos, o me besaste o te besé, y tus labios eran más raídos y más polvorientos; pero te levantaste, me sonreíste y volvimos al bosque, una y otra vez. Lo cruzamos una y otra vez, una y otra vez y cada vez era más mágico. Una y otra vez, hasta que te convertiste en polvo. Sin embargo, qué bella, qué bella eras, aún podía disfrutar de tu belleza.
Al fin y a cabo, yo también había sido polvo, desde hacía mucho tiempo.
Sing For Absolution
[Sing For Absolution - Muse]
Imprevistos de la existencia
AdminEdit: Tomás Onaindia, "A destiempo"
lunes, 3 de mayo de 2010
Sustituto
domingo, 2 de mayo de 2010
Irrupción-Presentación
El hombre onírico
Desde la ventana, a plena luz del sol, observo ahora con hastío el ajetreo de toda esta insulsa ciudad. Hace dos segundos, ahora tres, y más tarde cinco, estaba en el paraíso de tus brazos.
La taza de café se cae al suelo. Qué más da, si NO es un sueño, esta noche, cerraré los ojos, y no habrá pasado nada.