Una risa estentórea martilleó mi cabeza. El día era largo, y mi
travesía seca. ¿Cuantos días hacía que me había desviado? Contemplé mi
alocada cantimplora, tan seca como yo. Ya no oía ni siquiera una cabra,
nada que me indicase que en aquel paraje hubiera vida. Miré al sol, y
una risa como un rayo martilleó mi cabeza, por última vez.
Miles
de lenguas ondulantes, de terribles y dorados siervos de un dios
primigenio e inclemente vinieron a por mí. Yo estaba seco, pero ellos
sabían que, en mi interior, aún quedaba agua que robarme.
2 comentarios:
Te conmisero, como pone sobre estas líneas. E.
Me gusta la atmósfera que has creado con tan poco texto. Provoca angustia ;)
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