La chica de pelo castaño y mejillas sonrosadas que había sido besada por aquel chico que se deshizo en agua nada más hacerlo y que luego más tarde iría a repudiarla se llamaba, por cierto, Selene, y era una Luna.
A veces sucede que, igual que con Dios, alguien se imagina una figura antropomórfica de un astro celeste, y así pasaba con Selene. La imaginación necesaria para convertir algo terriblemente blanco (o gris) en una fiera de pelo castaño y mejillas sonrosadas sólo podía venir de Eve, una chica de menos de cinco años, que, obviamente, no sabía aún asociar los colores a los objetos reales.
De hecho, años más tarde, cuando Selene desapareciese al descubrir el papel sobre la nevera que probaba su existencia, Eve simplemente diría "Ah, mira, una Luna", y de ese modo terminaría esta historia para siempre.
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