sábado, 5 de marzo de 2011

Una excepción

(Dedicado a miss Fledermaus)


Vivían en un patio, o algo así. Al menos tenía macetas gigantes, macetas con flores gigantes, macetas con cebollas gigantes y con bonsáis gigantes. Y estaba rodeado de cuatro muros blancos. Ellos vivían en el suelo, en las pelusas gigantes y las losas de colores, bueno, de blanco y negro. Se arrastraban con lentitud y esfuerzo por el suelo del patio. Se arrastraban porque no podían levantarse. Cada uno tenía sobre su cuerpo una gran y pesada bota, una gran bota lustrosa con cordones larguísimos, que parecían boas. Algunas eran de cuero, otras eran de piel, o de tela, pero todas espachurraban al que tuvieran debajo, y generalmente la mitad inferior de sus cuerpos estaba completamente destrozada. Los habían pisado ahí a todos, más o menos por la cintura, como quien no quiere matar del todo a un insecto sino sólo hacerle sufrir. Y habían, para colmo de malas intenciones, dejado el zapato ahí y se habían ido.
Ellos se agarraban con las manos al suelo y tiraban de él con fuerza. Así es como se desplazaban, no tenían más remedio. Empujaban las grandes botas por el suelo del patio, con una lentitud pasmosa, y su arrastrarse resonaba como papel de lija.

Se conocían todos, porque se movían con tanto esfuerzo que tenían que descansar cada poco tiempo, y cuando descansaban no tenían nada mejor que ponerse a charlar medio a gritos con el que estuviera más cerca. Y no es que fueran muchos.

La puerta del patio estaba cerrada, encima, así que sólo tenían un pequeño espacio para moverse y vivir, enclaustrado entre altos muros. Nadie recordaba a aquel que les había aplastado contra el suelo, aquel al que pertenecían todas esas pesadas botas, imposibles de levantar, en cuyas suelas habían quedado encajados. Pero eso daba igual, ya que le habían puesto un nombre y le habían supuesto una personalidad, y todos lo odiaban, y ese odio se enseñaba y divulgaba en las escuelas.

Bueno, no todos lo odiaban. Había uno de ellos que amaba a su bota. Había encontrado un rotulador gigante que alguien habría tirado al patio y con mucho esfuerzo y una semana de pesas había conseguido cogerlo y pintarle una carita sonriente con trazo tembloroso. Paseaba mirando y admirando la bota, con la cara vuelta hacia atrás, y cuando la besaba en su boquita pintada parecía que se iba a romper el cuello, y nos consta que alguna vez así fue.
Un día, después de muchos meses saliendo, acordaron hacer el amor. Pero para ello él debía girarse y ponerse de cara a ella, ya que, como todos, el pisotón lo había recibido en la espalda. Tardó horas y tardó días, pero poco a poco se fue girando para poder abrazar a la sucia y apestosa bota. Cuando al fin, en un último esfuerzo, logró girar los últimos centímetros que quedaban para mirarla de frente, se despegó solo. Al tener la mitad inferior del cuerpo pegada ahí abajo y haber retorcido la otra mitad en una vuelta completa su cintura se había estrechado hasta romperse con la contorsión. Pero la parte espachurrada, la mitad inferior de su cuerpo, había quedado debajo de la bota. Murió de mal de amores y de nostalgia unos largos minutos después.


Había otro que no aceptaba la bota. La diferencia con los demás es que con el paso de los años había conseguido convencerse de que la bota no debía existir, que esa situación, alguien aplastado por una bota gigante, era absurda y era imposible que se diera en el mundo. Había cerrado su mente a esa posibilidad, y, por eso, había perdido la sensibilidad de la parte de su cuerpo que estaba en contacto con la bota. Esa parte no existía para él. Entonces se dio cuenta de que había células en su cuerpo que estaban en contacto directo con las células que no debían existir y estaban muertas. Así que fue eliminando sus células, una por una, y la insensibilización se extendió por todo él como un feo cáncer. La última célula que suprimió, rodeada de células que no podían estar ahí, fue de un párpado. Los otros encontraron su cuerpo la mañana siguiente, él no se sabe adónde fue.


Un grupo de ellos estaba todo el rato discutiendo. No lograban ponerse de acuerdo sobre qué tipo de bota apestaba más, las de cuero o las de tela. Los que tenían botas de cuero encima acusaban y discutían con los que tenían botas de tela, y viceversa. En ocasiones incluso llegaban a las manos, pero no llegaban muy lejos por ese camino. Preferían los gritos y los insultos pero, por cierta condescendencia hacia aquellos que también estaban condenados a vivir en el patio, habían aprendido a irse a una esquina a vociferar.

Los demás coincidían en pensar que no se podía llegar a un acuerdo entre ambas partes, porque a sus ojos todas las botas apestaban lo mismo, sólo que apestaban distinto. Pero los que discutían y se exaltaban y se buscaban argumentaciones ingeniosas no podían aceptar eso, y, por supuesto, no podían admitir, siquiera concebir, que fuera su bota la que apestara menos.


Otro decía que no estaba aplastado. Había descubierto una gran sábana blanca y la había colocado, con sumo esfuerzo, encima de la bota, así que se veía que tenía algo enorme sobre él, pero no exactamente qué. El fingía no tener nada encima cuando estaba delante de los demás. Iba por ahí diciendo que se había liberado de la opresión, y diciendo


"si hasta yo he podido hacerlo tú también puedes. ¿Ves lo fácil que es?"

y tenía las manos ensangrentadas de moverse tan rápido, porque le gustaba ser más veloz que ningún otro, y siempre que tenía alguien cerca desplazándose se ponía a su lado y lo adelantaba.


Los niños se reían de él, bueno, los que no tenían la caja torácica aplastada, y los adultos simplemente se resignaban y negaban con la cabeza. A veces dejaba un reguero de sangre a su paso, de tanto esforzarse en ser el más raudo, y podía seguírsele como a un caracol grandote.
Pero nadie lo hacía, porque el hueco entre dos macetas que era su casa estaba en penumbra y él recibía a las visitas irguiéndose de forma rara, y se escuchaban huesos crujir.

2 comentarios:

Esquizombi dijo...

Alegóricamente leído. El día que dejemos de crear en lugar de reventar, las calles se llenarán de pelo y sangre, sin duda xD

Anónimo dijo...

http://perroverdes.blogspot.com/

Reflexión, poesía y educación.

Felicidades por este blog