miércoles, 24 de noviembre de 2010

Los gusanos

Allí el joven V conoció por primera vez a M, ahora M vive de forma permanente en aquel coche abandonado que puedes ver estrellado contra ese muro. El muro es bien férreo, allí fusilaron al rebelde incorregible, el temible R.

R. poseía la mitad de aquel territorio, suyo era todo adoquín en que hubieran caído trocitos de su sangre o de su blando cerebro. Antaño también había sido poderoso, había puesto al alcalde, el corrupto I, en jaque permanente con una jauría de delinqüentes. El alcalde, que se había hecho con las urnas, no las soltó hasta que en la noche, su celosa mujer decidió acabar con aquel misógino amante de las papeletas. La mujer del alcalde, cuna de la alta sociedad, había fundado un efímero club social, el club H, que a la larga sería el causante de grandes escándalos ante los que el mismo H se escandalizaba, y ahí persisten sus escándalos, silenciados tras el velo blanco de la sobredosis.

El ruido también representaba una constante, el ruido de los cincuenta obreros sin nombre ni iniciales que fueron enterrados en alguna parte del solar donde ahora sólo hay ruinas de un bloque de pisos. El bloque de pisos, donde vivían familias, fue la lanzadera al vacío de la nada para el ejecutivo solitario que una noche escuchó un grito escalofriante. Poco a poco todas las luces se apagaron, se fueron todas con el sol, la noche se cerró...

Y allí quedó el farol, sólo, olvidado, arrojando su ambarina luz sobre aquella ciudad de fantasmas.

3 comentarios:

Ripser dijo...

Los muros hablan.

Cristina Domínguez dijo...

Creo que... no he terminado de pillarlo.

rafarrojas dijo...

pues a mí me parece cojonudo (me harto de decírtelo ya, jajaja), saltando de uno al siguiente, puro ejercicio gimnástico. Está guapo no, guapísimo. Algún día fardaré de haberte conocido. Sigue así.