miércoles, 25 de mayo de 2011

Una tubería oscura...

Una tubería oscura, quizá oxidada, quizá el palacio de latón de alguna criatura supramarina, o quizá simplemente una tubería por la que pasa agua. A veces es marrón, sí, como si el ser que habita entre las paredes estuviera algo indigesto de vientre, o el agua arrastrara su color herrumbre por querer teñir mi piel. No lo sé. Pero suele llevar nadando pescaditos, algunos cuadrados, otros redondos, o alargados, pero casi siempre muy finos, como si fueran lascas de un pez más grande que durmiera debajo del edificio, en los depósitos, o como si para pasar a través de la alcachofa necesitaran cambiar de forma y ya no recordaran cómo volver a ser ellos mismos. Aquel artilugio de metal colgaba siempre rígido de un palmo de tubería, perforando un azulejo que derrama por su cicatriz un caldo color cobre y endurecido, quizá paleocénico. Está un poco baja, y una vez cada tres días mi cabeza choca con ella para recordar que sigue estándolo. Además, es muy inmóvil, como la abuela Piedra, y soy yo quien se tiene que mover debajo del grifo. Es el final del aburguesamiento higiénico. Pero a mí me gusta. Me gusta bailar en la bañera, y de camino, me chorrea el agua por todo el cuerpo. Es posible que si en vez de gustarme la danza hídrica sobre espuma prefiriera practicar pintura rupestre en azulejos a base de jabones sólidos, la quieta inmovilidad de la abstracción simbólica me convertiría en un ecosistema con nariz y nombre de pila. Llegaría a rivalizar con Binus, el cubito para la basura. Aunque él no tiene nariz, pero sí una boca más grande que la mía. Además, suelo llenarla antes de la ducha. El vientre tiene sus horas, como la ducha o el almuerzo. El problema es cuando tiene muchas. Entonces sólo sale ganando la revista de sensacionalismo pseudocientífico, ejemplar de 1997 en cuya portada aparece la pelada cabeza abierta de un rostro de boca y ojos iracundos, y de la que salen multitud de cabezas más, como fractales infinitos o como un copo de nieve. De ella sólo leo un artículo que, desde entonces, no he terminado de comprender. Habla sobre cómo jugar a ser cubo de Rubik con tu mente, en cada una de cuyas carillas se dibuja tu mismo rostro con expresión cambiante. Puede que desde entonces contemple a las personas como cuerpos que penden de un cubo de Rubik en un continuo quehacer por resolverse. Pero todavía no sé cómo hacer por mover mis piezas.

2 comentarios:

Ripser dijo...

¿Tú en qué te metiste al final?

_Greed_ dijo...

(creo que en medicina... )

Muy bueno, queremos MÁS