domingo, 30 de junio de 2013

Los placeres esquivos

- Ahora agáchate.

Mis ojos no hubiesen soportado otro vistazo, y giré a la cabeza, permaneciendo detrás de la cortina, agazapado. Quise inmediatamente salir de la habitación, pero sabía que sería descubierto.

Él permanecía de pie, y una sonrisa de satisfacción se adivinaba en su mirada, aunque sus labios permanecían severos. ¡Qué duro en sus castigos! ¿Cómo podía la criada soportarlo siquiera, cómo no escapaba inmediatamente, por qué permanecía allí, en esa sala, agachada frente a él... ? La postura era casi imposible, y se diría que nadie podría soportar ese dolor físico voluntariamente.

Vino entonces el mayordomo y trajo más muchachas. Estas contemplaron a la humillada criada con diferentes emociones, que iban desde el espanto hasta la divertida lascivia. El amo asintió al mayordomo y también aparecieron mancebos, cuya descripción y recuerdo me produce un dolor profundisimo, pues estaban mutilados de una manera horripilante, de una manera que sólo una mente retorcida sería capaz de comprender; no lo hice yo por tanto. Las muchachas estaban sanas, pero estos jóvenes parecían haber participado de los caprichos del señor desde hacía largo tiempo.

Cada impacto era una pequeña aguja que se me clavaba en la mente y cuya herida pensaba que no cicatrizaría jamás. Y allí estaba el Perro, allí estaba junto a su amo, mirándolos. No parecía inmutarse; de alguna manera sabía que debía permanecer quieto, sin esperar nada.


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