miércoles, 13 de julio de 2011

Crónicas I

Cuando ya no quedaba ninguna esperanza y el mundo se hallaba sumido en la oscuridad, los clérigos rezaron. Dicen que, al caer la noche, al sur, pudo verse otro sol, como una especie de explosión luminosa que ya jamás se apagaría hasta que, más tarde, se fueran para siempre.

Poco después, y, al día siguiente, la guerra empezó. Pero nadie, ningún historiador, ha podido consdatar que se tratara realmente de una guerra. No lo era en absoluto. Aquellos seres se desplazaban por el aire como si éste les impulsara, poseían alas pero no las movían, despedían tal luz que ningún arquero era capaz de dañarle. Las alimañas que acosaban a los hombres eran recluidas para siempre a los abismos, todo aquello que albergara mal en su corazón era inmediatamente doblegado.

No hubo batallas memorables. No hubo pausas, tampoco. Hay quien opina que toda la "guerra" fue una Gran Marcha, una procesión de encantos imposibles ante tanta atrocidad. Pero lo cierto es que aquellos encantos, ante los que cualquier poeta se hubiese rendido para siempre, no eran en absoluto clementes o bondadosos con sus enemigos. Mientras "marchaban", levitando sobre los campos de batalla, mostrando apenas un gesto de desprecio adivinado en sus ojos, miles de criaturas imperfectas morían a su paso. Arrasaban todo aquello que no fuera como ellos, todo lo que no reconociesen como a un igual. Una serie de sortilegios, de rayos, de encantos y de poderes se desataba a su alrededor sin que ellos hicieran siquiera un gesto, y todos caían rendidos, muertos, a sus pies.

Eran, todos ellos, una fuerza purificadora puesta al servicio de los hombres, para encaminarlos hacia algún fin, todavía hoy desconocido.

4 comentarios:

_Greed_ dijo...

¿Qué eran?

rafarrojas dijo...

noruegos?

Julia dijo...

Hoy tengo la mente más despejada y lo entiendo mucho mejor

Glavcoma dijo...

sigo queriendo jugar a la partida de rol